Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 25 de julio de 2009

DIARIO DE HOMO: Lagrimas a ritmo de swing.


La ultima pedalada con Joa fue algo extraña, mas corta de lo habitual y separando nuestras rutas en el cruce que asciende por el barranco de la Vigueta o hacia la Font del berro..., yo fui por el barranco, trepé algo confundido y al regresar volví a encontrarme con Joa, se volvió conmigo, tomamos un café en el chalé y después de pasear a Norton y Mia, nos despedimos, ella sonreía algo mas relajada y tranquila..., después de un curioso malentendido. Me explicó durante el paseo que después de estar en el Pirineo con dos buenos amigos, cinco días, escalando picos de 3000 metros, durmiendo con el cielo como techo y entre los hayedos..., la vuelta no le había sentado nada bien, por eso había estado algo confundida y esquiva respecto a mi.

Unos largos besos y nos separamos, cada uno en su ranchera, volvimos a Valencia y cuando entré en el piso escuché unos sones que me fueron familiares, enseguida reconocí el trombón de Glenn Miller, el sonido alegre y entusiasta, el “sonido Miller”, como lo bautizaron en la época..., pero yo lo recordaba de mi infancia y de la de mis hermanas. Mi padre solía despertarnos los domingos por la mañana con los vinilos de Glenn Miller y de Benny Goodman..., era la música de su juventud, de sus bailes, de sus fiestas.
Me encontré en el salón-comedor a mi madre y a mi hermana Mónica, estaban viendo una película protagonizada por James Stewart y era él quien tocaba el trombón..., con solo ver unos fotogramas deduje que se trataba de la biografía de Glenn Miller.

El auténtico Glenn Miller, en el filme se podrá
ver llorar a su mujer ante este mismo retrato, solo
que será el perfil de James Stewart el que arrancaria
nuestras lagrimas.



- Joder..., voy a levantar al papá.

- Pero si ya estará a punto de acabar -murmuró mi madre.
No lo pensé más y empujé la silla de ruedas por el pasillo a toda velocidad, entré en el dormitorio y subí la persiana. Los ojillos de mi padre se volvieron hacia mí y sonrió.
- Papá, están haciendo una película de Glenn Miller y sale James Stewart..., venga, que te voy a levantar cagando leches.
- ¿Siii...?.
- Si papa, si..., venga arriba.
Me incliné hacia él, le sujeté por la nuca y por los tobillos, empecé a incorporarlo, lo senté al borde de la cama..., y rodamos por el pasillo sorteando las aristas de los pilares, dando el giro a derechas con las ruedas de goma chirriando sobre el terrazo y frenamos a la altura del sofá. Separé los reposapiés de la silla, le pasé la mano bajo su axila izquierda y lo pasé al sofá, le acomodé los cojines en la espalda, también bajo su brazo derecho, inmóvil, como muerto y me aparté para que pudiera ver a James Stewart, interpretando a Glenn Miller..., sonriendo a la cámara, segundos de antes de comenzar a tocar su trombón..., tan solo eso, segundos tardó mi padre en romper a llorar, apretando los labios contra las encías vacías..., con las prisas había olvidado colocarle la dentadura postiza..., y viendo su perfil de anciano desdentado, inválido, indefenso..., rompí a llorar yo también.
- Mamá báilale algo al papá... -sugirió mi hermana Mónica.
Mi madre se volvió hacia él, le rozó la barbilla y se levantó, dió unos pasos en mitad del comedor al son del “sonido Miller” y mi padre sonrió, ella bailó durante un rato y terminó sentándose junto a él, en el sofá..., y en la pantalla del televisor se fueron sucediendo las imágenes de “Música y Lagrimas”, el titulo traducido de la película dirigida por Anthony Mann en 1954, “The Glenn Miller story”, llegamos justo a tiempo de ver las secuencias de archivo que Mann utiliza para ilustrar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, secuencias del desembarco de Normandia y otra que me hizo exclamar desde la silla.
- ¡Una V-1...!





James Stewart dirigía a su Glenn Miller Army Air Force Band”, ante las tropas norteamericanas destacadas en Inglaterra, cuando comienzan a escucharse las sirenas de aviso de bombardeo, los asistentes comienzan a inquietarse, pero la orquesta no deja de tocar, Stewart mira hacia el cielo buscando a esos bombarderos, las sirenas continúan atronando, las trompetas, trombones y clarinetes también, el publico también mira hacia las nubes, se miran unos a otros, terminan echándose cuerpo a tierra...., el “sonido Miller” continua y cesan las sirenas, entonces es cuando se escucha el zumbido característico de las bombas volantes que los alemanes lanzaban desde las costas francesas y se ve el plano en vuelo, creo que también de archivo de la famosa V-1..., el reactor que se elevaba sobre el cuerpo cilíndrico del misil petardea un par de veces, da unos soplidos y termina de consumir el combustible, entonces comienza a caer en barrena y detona fuera de plano..., los soldados se levantan y aplauden eufóricos a esa banda que no dejó de tocar en ningún momento.

Sonreí recordando aquella juventud en la que era un estudioso de la Segunda Guerra Mundial, recordé aquella tecnología punta con que los nazis contaban para hostigar a esa isla que no pudieron invadir, aunque estuvieron muy cerca, pero una decisión de Churchill cambiaria el curso de la guerra. El orondo primer ministro dio la orden de bombardear Berlín y un escuadrón de la RAF despegó de los maltrechos aeródromos ingleses, atravesó el Canal de la Mancha, la Francia ocupado y descargó sus bombas sobre la capital del Tercer Reich..., fue la primera vez que la población civil alemana sufrió los efectos de la guerra, hasta entonces nadie sabia nada. Hitler enloqueció y ordenó a la Luftwaffe bombardear Londres, bombardear la capital, arrasarla..., contraviniendo los pareceres de los mandos de la fuerza aérea nazi. Hasta entonces los alemanes habían estado atacando sistemáticamente las pistas de despegue de los aeródromos ingleses, impidiendo despegar a la ágil y eficaz flota de los cazas spitfires. Inglaterra agonizaba, los U-boote habían cercado la isla por mar y las oleadas de bombardeos a las bases de la RAF les impedían volar..., pero durante el tiempo en que los alemanes machacaron a la población civil, los ingleses lograron reparan todas las pistas de despegue, los spitfires volvieron a abrir fuego con sus ocho ametralladoras y Alemania perdió La Batalla de Inglaterra..., pero siguió lanzando sus bombas volantes, primero esas toscas V-1 que volaban sin un control de trayectoria, que resultaban algo erráticas, ciegas y no demasiado rápidas. Volaban a algo mas de 600 kilómetros por hora, los radares ingleses las solían localizar con antelación suficiente para que sus rapidísimos y ágiles cazas spitfire pudieran despegar y derribarlas a ráfagas o incluso..., cuando el piloto era hábil temerario, colocándose a su misma altura, acercando el ala del avión y dando un leve toque a las aletas estabilizadoras de la V-1, el misil perdía la estabilidad y terminaba cayendo. Muchas de ellas impactaron en campos y en zonas despobladas, fueron ineficaces estratégicamente, pero aún así causaron más de 6000 muertes..., pero el efecto psicológico fue grande. Después llegaron las V-2..., auténticos misiles con el propulsor a reacción colocado ya dentro del mismo cuerpo de la bomba. Su vuelo era rapidísimo, sobrepasaba los 5000 kilómetros a la hora, volaban formando una parábola y caían sobre sus objetivos rompiendo la barrera del sonido con esa característica detonación que precedía, a la tremenda explosión, instantes después. Nadie veía el misil, ninguna sirena avisaba de su caída. Por su velocidad y trayectoria era imposible detectarla por esos mismos radares que localizaban a las V-1 y mucho menos derribarla por un caza., estas últimas armas secretas causaron mas de 2500 muertos..., pero no sirvieron para cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial.

V2, despegando en vertical desde sus bases móviles
de lanzamiento.



Cuando los aliados llegaron a la Alemania se incautaron de todo cuanto los rusos no habían saqueado, descubrieron el proyecto de otro misil, ya por fases que habría sido capaz de alcanzar Nueva York desde la mismísima Europa..., con esa tecnología y con los científicos alemanes que se llevaron a EE.UU. lograron las primeras pruebas con éxito en la carrera espacial.

Pero por entonces, allá por el año 1944..., Glenn Miller decide viajar a Paris para dirigir a su orquesta..., Mann rueda la escena en medio de una espesa niebla, se escucha el sonido de los motores radiales de hélices y se oye, a un James Stewart uniformado dando las ultimas instrucciones a su subordinado. Habla confiado, con un pie en la escalerilla y la cabeza girada, con esa clama y confianza que nuestro actor transmitía cuando lo requería el guión..., el auténtico Miller se subió a aquel avión, maniobró por la pista y despegó perdiéndose en aquel cielo nocturno, cubierto de brumas y nieblas..., Mann se recrea en ese plano, se percibe el zumbido de los motores y la siguiente secuencia se filma en el despacho del estado mayor, uno de los mandos pregunta al interlocutor.
- ¿Se ha enterado de lo de Miller...?.
Aquel vuelo jamás llegó a Paris, el aparato desapareció y nunca se encontraron sus restos..., por cierto, Glenn Miller ya no tenia edad para servir en el ejercito, pero se alistó voluntariamente..., volví a llorar y mi padre también.
- ¿Te doy el Cola-cao, papá...? -le pregunté aún con un nudo en la garganta.
Afirmó con la cabeza, con los ojos vidriosos y con un leve temblor en sus finos labios.















lunes, 20 de julio de 2009

2ª PARTE DE "PEDALEANDO JUNTO A PILAR, TAMBIÉN LLAMADA JOA"

- ¡Ay, que lo he perdido todo..., el móvil, las llaves del coche...¡, ¡ se me ha caído la bolsa...!.
Joa mira hacia el camino, de nuevo a su trasportín vacío, como no pudiendo creer lo que ve..., y después a mí.
- Tranquila..., subo yo y ya está -trato de trato de calmarla.
- ¡Dios, que patosa...!, no, no, subo yo.
Sonrío y niego con la cabeza mientras voy girando a la Bicipalo y apuntando la rueda delantera hacia la cuesta.
- Creo que con mis flamantes Q-Rings ahuevados podré remontar cual vencejo..., pero mira que esta subida me mata.
- Que no..., la bolsa es mía y es mi culpa no haberla atado bien.
Sonrió y la observo dando también la vuelta a Camino, miro sus piernas y la rodillera que cubre los ligamentos de su rodilla derecha.
- ¿Te das cuenta que babosos somos los tíos...?, si fueses uno de mis colegas te habría dicho, “joder tío, estas capullo, pues ya te estas dando la vuelta y subiendo a buscarlo..., te esperamos en el bar...”.
Joa me mira sonriendo, sin separar sus finos labios y con las trenzas cayendo sobre su pecho.
No creo que hubieses dicho eso -aventura la maestra- venga, espérame que ahora vuelvo.
- Si, aquí me voy a quedar...
Encajo la zapatilla, empujo y doy unas pedaladas, cambio al plato mediano y voy sacando metros a Joa..., pero creo que no hará falta subir toda la cuesta, tengo la certeza que el chico del Focus se encontrará con la bolsa y si estaba en esta pista y ya por debajo del cruce con la Jabonera no tiene mas remedio que seguir bajando hacia nosotros.
Noto los músculos algo perezosos, les cuesta un poco volver a extenderse y contraerse después de la bajada pero poco a poco van recuperando la flexibilidad, poco a poco voy remontando y empezado a jadear..., crack, subo un piñón y me voy fijando en el camino de tierra, buscando la bolsa de Joa, mirando muy por delante de la rueda, que ya no gira rápida y gruñona, pero sigue girando, sigue ascendiendo.
Una ráfaga de viento incide en mi espalda, refresca mi nuca y un escalofrio recorre mi cuerpo. Pedaleo a la sombra pero viendo las cimas de las montañas bañadas por un sol que aparece y desaparece con las nubes desgarradas que recorren el pedazo de cielo que me dejan ver las viejas cumbres de la Calderona..., vuelvo a mirar por delante, a buscar la bolsa y me encuentro con la calandra del Focus. El conductor saca su brazo y ajita la bolsita, sonrío, sigo moviendo las bielas, nos encontramos y echo pie a tierra.
- Eras mi esperanza... -le confieso recogiendo las cosas de Joa- muchas gracias.
- De nada hombre..., el caso es que se le ha caído nada mas adelantarme, le he pitado varias veces pero no me ha oído.
- Si, si..., parece increíble pero es que cuando bajas solo oyes el ruido de la bici y el del viento en las orejas y la verdad es que no te enteras de nada.
- Pues he pensado..., madre mía, si tienen que volver a subir..., porque claro, he mirado y he visto que lo tiene todo, llaves del coche, el móvil...
El hombre mueve la cabeza y mira a través del parabrisas, miro yo también y vemos a Joa salir de la curva y seguir remontando hacia nosotros.
- Bueno, voy a bajar para que no tenga que llegar hasta aquí..., y muchas gracias otra vez.
- De nada hombre.
Suelta el freno, pisa el embrague, engrana la segunda y va bajando reteniendo, dejando la estela de polvillo rojizo que ya cubre por completo el portón trasero. Se aleja unos metros y me dejo caer tras él, veo que se cruza con Joa y vuelve a parar, ella ríe y mueve su cabeza como avergonzada. El Focus arranca de nuevo y mi amiga me espera.
- Toma, tu bolsita..., le he dicho que me has obligado a subir.
- ¿Queee...?.
- Que no mujer.
- Como eres -murmura Joa volviendo a asegurar la bolsita de plástico en el transportin, tira bien de las gomas y traba el ganchito.
- Hala, ya está.
- Venga, pues a bajar que aún queda un rato..., aunque luego hay que volver a subir..., bastante...
Joa sonríe, se encoge de hombros y da las primeras pedaladas, encajo mis calas, doy unas cuantas vueltas a las bielas y alcanzo a mi amiga..., bajamos juntos unos metros y poco a poco la voy adelantando, vamos trazando los virajes por segunda vez, remontamos unos suaves repechones y volvemos a encontrarnos con el Focus. Ha parado y su conductor examina la Calderona con unos prismáticos, rozo las manetas de freno y voy perdiendo velocidad hasta que vuelvo a parar junto al monovolumen, enseguida llega Joa y se para en la parte delantera.
- Ya estamos aquí otra vez... -anuncio.
El hombre aparta las lentes de sus ojos y se vuelve hacia mí. Viste con ropas marrones, de montaña y sus cabellos caen en una corta melena, ligeramente ondulados. Su rostro es de rasgos suaves y de tez más bien clara.
- Hola.
- Es que te he visto y no puedo continuar si no te pregunto que estas haciendo -confieso.
Sonríe y mira hacia las colinas, hacia las vaguadas, hacia los campos de olivos, hacia el monte bajo, hacia los matorrales, hacia el pinar.
- Estaciones de escucha de aves...
- Ahhh..., fantástico.
Y recuerdo una de mis pedaladas, el sábado que atravesé el despoblado morisco de Hoya, pude escuchar el canto de las avecillas, que no podía ver al tiempo que me sentía ignorante al no poder reconocerlas por sus cantos.
- Estoy en un club de ornitología desde hace diez años y salimos a la sierra, escuchamos, hacemos seguimientos y vamos apuntando las especies que reconocemos... -me explica mientras me enseña un bloc de notas con algunos apuntes.
- Me parece fantástico..., y es bastante más agradable que estar escuchando el ruido del tráfico, las pitadas, las motos a escape libre...
El hombre sonríe y afirma con la cabeza.
- Hace falta silencio para escuchar bien y poder identificarlas..., y aquí lo hay -afirma volviendo los ojos hacia el monte.
Durante unos instantes estamos los tres callados, escuchando, tratando de oír a esas avecillas, percibiendo el sonido del viento cuando alguna brisa se enreda en las agujas de los pinos que nos rodean, algo dispersos entre el monte bajo y los campos de olivos y almendros.
- Bueno... -murmuro- te vamos a dejar que sigas escuchando..., y gracias otra vez.
- De nada hombre.
Volvemos a montar, Joa también se despide de su salvador y damos unas pedaladas hasta llegar de nuevo a la casita de piedra, nos desviamos a la izquierda y la pista cae hacia el fondo de un vallecillo, se vuelve rojiza y arcillosa, repleta de pequeños surcos y huellas endurecidas, las sombras caen sobre nosotros y el pinar crece espeso entre bancales sostenidos por muretes de piedra.
- Coscollá define este tramo como los últimos restos de bosque que sobrevivieron a los incendios... -comenta Joa.
- Es verdad..., por este camino te da la sensación de que atraviesas la verdadera serranía o lo que fue hace décadas.
Sale un ramal a nuestra derecha que sigue en descenso, pero giro el manillar levemente a izquierdas y seguimos por ese lado. La pista empieza a subir, a trazar unos virajes suaves entre campos de olivos, entre bancales de almendros, se estrecha y esos muretes se alzan encajonando el camino. Viramos a izquierdas y la tierra rojiza se difumina, surgen algunas vetas blanquecinas que se ensanchan y terminan tiñendo el carril de ese tono claro, como el del yeso cristalizado que suele aflorar por toda la serranía, el sol se refleja en ella, cuando las nubes dejan de cubrirlo y la pista se eleva, se alza entre jóvenes pinos, entre los arbustos que pueblan ahora la faldas y laderas de las lomas, sigue levantándose, frenando mis pedaladas y acelerando mi respiración..., jadeo, giro el puño del cambio, la cadena trepa sobre las coronas..., vuelvo a girar el puño y los eslabones se suben al ultimo piñón..., el golpe de pedal se acelera, la presión en el pedal decrece y el ciclocomputador detecta un 15% de desnivel.
- ¡Joa..., empieza el baile...! -voceo- ¡quince por cierto de desnivel...!












Responde algo que no logro comprender y sigo pedaleando, volviendo a cargar el peso sobre el manillar, agachando la cabeza y viendo mis rodillas, la tierra blanca, las piedrecillas, los surcos, las huellas, la punta de mis zapatillas..., alzo la cabeza y miro hacia delante, veo la curva a derechas, sigo ascendiendo y el monte ocupa las montañas que vamos remontando. Ya no distingo campos de olivos o de almendros, apenas si se ven parcelas y las que atisbo entre la maleza ya están colonizadas por los pinos y los matorrales..., alguna nube cubre el sol y llega un soplo de viento, percibo un escalofrio, resoplo y continuo pedaleando, a solas, aflojando un poco, recuperando el resuello, bajando un par de piñones y viendo la rueda delantera de Joa asomando por mi izquierda.

- ¿Cómo vas...? -le pregunto.

Ladea su cabeza y me sonríe, sus coletas cuelgan y su vendaje azul sube y baja con su rodilla.

- Pues bien..., me resulta interesante hacer el camino en este sentido.

- Claro..., es más lento y se pueden ver mas cosas.


- Eso tu, que subes que ni te enteras.

Ahora el que sonríe soy yo, Joa me halaga entre sonrisas y no parece sufrir con el desnivel y las rampas que vamos salvando.


-Uf..., eso de que ni me entero..., ahora viene un buen repecho...,
- Pues, hala, hala, tira...
- Claro, como llevas el GPS me envías por delante...
- Que no, hoy me guías tu, el cacharrito está gravando la ruta y nada mas.
Vuelvo a mirarla y sus coletas vuelven a hipnotizarme, pedalea apoyada en los acoples del manillar y sin dejar de sonreír.
- Pedro..., no quiero que bajes el ritmo por mí..., venga, ves a tu aire.
- Bueno vale..., pero te esperaré en las ruinas y echaremos unas fotos.
- Pues claro.
Poco a poco vuelvo a adelantarme, a pedalear en solitario, a escuchar el rumor de los neumáticos sobre la tierra..., que lentamente va cambiando de color, volviéndose mas oscura, de un tono marronaceo, cuarteándose en pequeñas escamas y luego desgarrada por estratos que emergen desde la serranía, viejos y desgastados, surcados por finas líneas, por marcas que aparecen en toda la roca..., cambio de marchas, subo piñones y el pinar va quedando por debajo, el cielo se abre cubierto de nubecillas que llenan de sombras y luces el paisaje despoblado que va a apareciendo cuesta arriba.
La rueda delantera trepa sobre las lajas, se hunde la horquilla y sigo dando pedales..., llega la trasera, se comprime el amortiguador y los desgastados tacos trepan sobre la roca..., llega otro lomo, otra arista, vuelvo a trepar, amover los pedales, la bicipalo oscila y descubro motitas de sudor que destellan en mis antebrazos..., el camino va virando a izquierdas, trepando en medio de unas lomas sin pinos, sin almendros, sin olivos..., sin bosques y colonizadas por las coscojas, por las aliagas, por las matas aromáticas..., lomas viejas, sin agujas ni cortados, cubiertas de un verde agradable en la distancia, pero áspero y espinoso a mi lado, a los lados del camino abierto sobre la piedra marrón.
Voy aflojando y desmonto junto a unas ruinas que siempre encuentro hermosas y enigmáticas..., durante unos instantes escucho mi respiración y el murmullo de algunas ráfagas de viento que mecen las aciculas de unos pinos crecidos junto al corral abandonado, el zumbido de algún insecto y a los pocos segundos el crujido de la tierra y de las piedrecillas bajo las gomas de Joa.













Da unas pedaladas mas, respira profundamente, se baja de Camino y me sonríe.




-Que envidia me das..., no hay cuesta que se te resista.


Traba el pedal de su bici sobre una roca y consigue que se quede en equilibrio, saca unos de los botellines, da un largo trago y se acerca.

- Bueno..., eso es que trato de impresionarte...

Joa sonríe y vuelve a beber, escucho el sonido de su garganta, su respiración aún anhelante, de nuevo el zumbido de otra ráfaga y poco a poco, mientras la corriente nos sobrepasa, otra vez el silencio del alto, de la solitaria serranía. Miro hacia el mar, hacia la costa brumosa y azulada, veo como se alargan las lomas repletas de arbustos y veo como llegan dos golondrinas, veo sus barriguitas blancas, nos pasan por encima como lentamente, planeando y tras ellas dos vencejos...., dan ganas de alargar los brazos, dan ganas de seguirlos con la vista, de eternizar esta calma, de poder ver a quienes levantaron estos arcos, estos muretes con las piedras sacadas de este mismo suelo que pisamos Joa y yo, dan ganas de saber como vivieron aquí y que sentían cada día, a cada instante en medio de este paraje hermoso y sereno. Creo que no sentirían lo que mismo que Joa y yo, no me los imagino paseando y contemplando el amanecer ante un tazón de café..., los imagino acarreando las cargas en las caballerías, levantándose antes que el sol y bebiendo la leche del ganado, mojando alguna hojaza de pan..., no lo se, pero este lugar logra turbarme, logra que mis ojos se pierdan y que ninguna de mis preguntas sea respondida.







- ¿Has visto los arcos, Pedro...?.

- Si, siempre me fijo en ellos..., están intactos y bien hechos, no se han caído..., esto deberían ser corrales, imagino..., creo que voy a mear.

Joa suelta una carcajada, guarda su botellín y mira hacia los pinos.

- Y yo también.

- Márcame el sitio y luego mearé yo..., para borrar tu rastro y que ningún otro homo sepa que has pasado por aquí.

Mi amiga vuelve a reír y me zarandea por los antebrazos, da media vuelta y echa a correr cuesta arriba, braceando, moviendo sus coletas, lanzando las mismas zancadas con las que corrió y caminó la Marató y Mitja de Penyagolosa..., es curioso, la imagino utilizando los bastones, moviéndose ensimismada, concentrada durante esos tremendos 65 kilómetros de montaña a pié, después de vencer a una lesión de rodilla que la tuvo mas de un año parada y con un diagnostico atroz, jamás volvería correr, tampoco a montar en bicicleta, no volvería a escalar, a cubrir senderos en las alturas..., realmente pude leer algo de lo que sintió...


“ Me acompaña, muy próxima, la silueta del Pico de Penyagolosa, que ha ido aumentando de tamaño, cambiando de perfil, desde que lo avistamos con las primeras luces en el alto de la cantera. En el control de La Banyadera alcanzo a Javi, mientras le saludo no puedo evitar coger un trozo de longaniza de pascua -¡qué hambre tengo ya!- que me repetirá hasta el final. Me ofrecen el vino que tan placenteramente degustaba cuando pasaba andando; lo rechazo.

Desde esta replaceta entramos en el barranco de La Pegunta. Es uno de los sitios que conozco donde más bonito se pone el otoño: arces, serbales, setas, fuentes… Para preservarlo, desvían la Mim en la cabecera hacia las rocas que lo bordean a la izquierda, marcadas como PR. Parece que todo ha terminado, que sólo queda dejarse caer; sin embargo, no es una bajada limpia. Hay que pisar cantos rocosos; un puntapié a estas alturas te estremece de dolor hasta el cerebro. Hace dos años Ángel se rompió los ligamentos del tobillo en el km 63. Aunque tengas buena técnica los reflejos hace rato que te han abandonado. Corro con precaución ¡Estoy harta de correr! ¿Cómo es posible que todavía pueda? Los últimos metros, fuera ya del terreno rocoso, se hacen largos, la meta no se ve hasta que estás encima. Entre el público alguien anuncia que quedan 400m ¡Cuántos! Los nervios aceleran todavía más el corazón, parece que te vayas a quedar clavado, a falta de tan poco. En las primeras carreras me venía abajo en la “vuelta al ruedo” final, por pistas de atletismo o calles de las ciudades; nunca había esprintado y me adelantaba la gente a la que le había sacado un buen en las subidas. Sigo sin haber entrenado nunca un esprint, pero cojo la suficiente ventaja como para no tener que mirar atrás: no viene nadie.

Paso por meta en un crono que no me creo: 8h28’. No recuerdo lo que sentí. Nada o demasiadas cosas. El cerebro, como el cuerpo, se tomará su tiempo para procesarlo.”




... así describía Joa su llegada a meta, ya me había contado algo por mail, por eso no me extraña que siga ahí detrás, remontando el camino que ya ha perdido sus estratos marrones, ahora rodamos sobre tierra blancuzca y de nuevo entre pinares dispersos, otra vez con algunos campos en los que crecen los cultivos de secano, los olivos, los almendros..., y viendo ya como el camino va ascendiendo a derechas, marcando la ladera de la montaña que se alza ante nosotros. Traza una línea blanquecina que parece mirarte, que parece desafiarte..., pero con esta mujer no podrá. Apenas si la conozco pero se que le da igual subir y subir..., ella solo ve cumbres hermosas, siente fascinación hacia los montes, hacia los entornos naturales..., y el camino va girando a izquierdas, elevándose entre surcos y roderas, frenando mis pedaladas, haciéndome jadear y provocándome un escalofrio justo con alguna nube cruza ante el sol, justo cuando levanto la barbilla y veo como el carril se levanta, se alza encaramándose hacia la montaña...,crac, crac, subo dos piñones, me cuesta menos hundir el pedal, resoplo, venzo el peso sobre el manillar, me inclino hacia él y llega la cuesta, el repecho corto que va girando a derechas, buscando el camino que veíamos abierto en la ladera..., jadeo, percibo la tensión en mis rodillas, la rueda delantera va sorteando lentamente las grietas abiertas por las aguas en la tierra y enlazo con el camino, viro a derechas y doy unas cuantas pedaladas lentas, ya en el pequeño llano que me permite respirar..., echo pie a tierra y preparo la cámara, Joa no tarda en asomar y encara el repechón batiendo las bielas con los 22 dientes del “molinillo”.






- Mas..., fotos..., -murmura entrecortadamente al verme.

Gira hacia mi, unas vueltas de ruedas y para a mi lado, saca uno de sus botellines y espera unos segundos antes de beber. Mira hacia Espadan, miramos hacia las tierras que han quedado abajo, vemos como la pista que hemos remontado desaparece, se esconde tras los bosquetes de coniferas, como se pierde hacia los hondos que hemos atravesado.

- Hala vamos..., que te estoy haciendo parar un montón de veces y ya estarás harto de mi -aventura Joa.

- Bueno si..., no es normal que pare tantas veces, pero por lo menos voy viendo mas cosas, mas detalles..., y encima te veo llegar y te hago fotos sin que puedas negarte..., je, je, je.

- Eres muy malo.

Sonrío, doy un trago de agua, montamos y continuamos remontando.

Las nubes siguen pasando sobre nosotros y el viento vuelve a soplar a ráfagas, vamos ganando altura, saliendo de la protección de estas viejas cimas, buscando el Pico del Águila y contemplando a nuestra derecha las panorámicas de la Calderona y los picos de Espadán.










Joa no se descuelga, la oigo muy cerquita de mi rueda trasera..., dejamos otras ruinas a nuestra derecha y rodamos entre matas floridas de santolinas, entre espinos y bajo el sol que aparece y desaparece, en solitario, en silencio..., escuchando el sonido que producen los tacos sobre la tierra blanquecina, sobre las gravas o nuestras respiraciones cuando ruedan sobre las losas que afloran entre la tierra..., contemplando las vistas, mirando las montañas, tratando de sentir el momento, tratando comprender algo y de no pasar entre estos parajes sin ver nada desde tu interior, sin percibir la esencia de estos lugares, de estos momentos de calma, de soledad....

- Fotos... -murmuro y poco a poco dejamos de pedalear.

Joa sonríe ante la cámara, después yo..., volvemos a montar y seguimos ganando altura, girando a izquierdas y viendo ya, pero aún distante, el estrecho camino de hormigón que trepa hasta el Pico del Águila.

- Mira Joa..., ya vemos el final del camino...





- No podemos subir más alto.

- Tu subirías...

- Por detrás de ti.

La miro, sonrío y seguimos pedaleando, el camino empieza a llanear, nos relajamos un poco y llegamos al cruce. Al frente vemos las serranías que crecen hacia Javalambre, las nubes dispersas y a nuestra derecha otra pista que lleva hasta el pico.

- ¿Te apetece subir, Pili...?.

- Bien, vale.

- Joroba... -me lamento- cuando salgo con “Los Osos” en otoño, nunca subo, les espero y luego bajamos todos al bar de Gatova.

- Bueno, pues si quieres nos bajamos ya.

Niego con la cabeza y miro hacia la cumbre, después a Joa, está bebiendo, traga y me mira sonriendo, sus finos labios brillan empapados en agua.

- No hay mas huevos que subir..., como voy a negarte ese placer..., casi no te conozco pero se que si fueras sola subirías..., hala, va, a subir.

Nos desviamos a la derecha, llaneando hasta que la pista se encarama sobre una loma que surge casi como una pirámide pero con el vértice muy redondeado, subo un par de piñones y vuelvo a sacar algunos metros de ventaja a Joa, corono y me dejo caer, el frente ya veo la lengua de hormigón rosáceo que asciende en zig-zag hasta el punto geodésico y el viento sopla con fuerza aquí arriba, sin colinas que nos protejan, sin pinares que amortiguen las corrientes del viento del norte.

- Bueno..., a meter el plato pequeño -anuncio girando el puño, el desviador se desplaza hacia el tubo del sillín y arrastra la cadena, unas pedaladas y los eslabones caen sobre él.

-Ya tenia ganas de verte usándolo -confiesa Joa.

- Hay colegas que por huevos no lo ponen nunca..., pero a mi me alivia..., hala, vamos para arriba.

Bajo un par de piñones y las ruedas suben al rugoso hormigón, van girando a derechas, remontando el pico despoblado de vegetación arbórea, ascendiendo entre coscojas y monte bajo..., me muevo hacia la punta del sillín, me sujeto a los acoples del manillar y ahora voy virando a izquierdas, noto como la rueda delantera da saltitos, se despega del camino y todo el peso se carga en la trasera, los tacos se pegan al cemento y mi respiración se acelera un poco, pero los 24 dientes del molinillo me ayudan a pedalear, a rodar cuesta arriba..., escucho voces a mi espalda y mentar un escalofrio. Deben ser senderistas que suben desde Gatova, me angustia la idea de que me alcancen a pié y me vuelvo a concentrar en mis piernas, en las rodillas, en mi corazón.

Otro lento viraje a izquierdas, agacho la cabeza y veo los surcos transversales que marcaron sobre la lechada para facilitar la tracción y para evacuar el agua de lluvia, veo como por algunos de ellos ha discurrido la tierra marrón que cubre la cima, arrastrando piedrecillas y ramitas, hojitas secas y marchitas que han quedado apresadas o que se desintegran cuando paso sobre ellas..., escucho el rumor de neumáticos bajando y alguien que vocea desde arriba.

- ¡¡¡Uahhhh, no hay nada tan eufórico como una bajada en bicicleta...¡¡¡.

Levanto la barbilla, miro hacia la cumbre y veo a los dos ciclistas, delante baja un chico vestido con ropas extrañas, de color marrón y sobre una bicicleta que parece cubierta de barro, decorada en tonos arenisca y ocres, tras él una muchacha que sonríe, cubierta con un paravientos y con unas graciosas coletas que caen por delante de su pecho.

- ¡¿Qué...?! -pregunta el chico sin volver la cabeza.

- ¡¡¡Que las bajadas en bici son eufóricas...!!!.

- ¡¡ Es la venganza después de tanto subir...!! - replico subiendo al plato mediano y levantándome para apoyar con los muslos en la punta del sillín, pero el viento me empuja hacia la izquierda, vuelvo a sentarme y durante unos segundos me venzo hacia él, freno en la curva, giro, doy pedales y el viento vuelve a zumbar en mis oídos, los neumáticos vuelven a gruñir sobre el hormigón y vuelvo a frenar en el siguiente viraje, las gomas se sujetan al cemento y trazo la curva, encaro el ultimo tramo, me dejo caer y las ruedas levantan una nubecilla de polvo cuando saltamos el pequeño escalón y rodamos de nuevo sobre tierra.

Noto el viento en la espalda, vuelvo a pedalear y remonto la misma loma en forma de vieja pirámide, miro a mi derecha y distingo la comarca del Alto Turia allá en la distancia, azulada y moteada con manchas oscuras que se adaptan a la orografía montañosa, las sombras de esas nubes que corren por el cielo..., me dejo caer y llego hasta el cruce, miro hacia atrás y veo a Joa llegando a pocos metros de mi.

- Ahora cuidado con esta bajada..., hay bastante pendiente y se coje velocidad.

- Bien..., yo bajo despacito.

- Pues antes me decías que las bajadas son eufóricas.

- Claro que lo son..., pero soy consciente de que aún tengo que aprender a bajar rápido y por eso no me euforizo demasiado.

- Ah..., pues venga, a por los cortaditos, que ya tengo hambre.

- Hala, tu primero.

Empujo con la izquierda, encajo la cala derecha y con unas pocas pedaladas ruedo sobre la pista, dejamos las dos lomas que encajonan el camino y descubrimos Gatova ahí abajo, entre las montañas rojizas, repletas de bancales, de olivos, de retazos de pinar..., las casitas se apelotonan, las tejas se confunden con el entorno, los muros de rodeno parecen fundirse con el terreno y algunas casas encaladas llenan de luz la población serrana..., el cuadro de la Primigenia se va inclinando hacia delante, el camino de tierra se vuelve rojizo, se estrecha y se escora levemente hacia la ladera que se desploma buscando el pueblo.

Cambio al plato grande, me levanto, me vuelvo a sujetar con los muslos al sillín y a retrasar un poco el peso sobre la bici, el viento me da ahora de frente y las ruedas giran y giran acelerándose con las pedaladas y la pendiente..., dejo los índices sobre las manetas de freno, aseguro mis manos sobre los puños de gomaespuma y mis antebrazos comienzan a vibrar, se tensan los tendones y tiro de las palancas de freno, el trenzado tira, resbala en el interior de sus fundas y las zapatas se comprimen contra la llanta, pierdo velocidad, encaro la curva a derechas, saco la rodilla hacia ese lado..., y vuelvo a pedalear, recorro unos metros y la suspensión se hunde contra el lomo de tierra que atraviesa la pista. La Primigenia salta y durante décimas de segundo volamos, volvemos a caer, freno y viro a izquierdas, las bielas vuelven a girar y trazo a derechas, el carril vuelve a picar hacia el hondo, el viento sigue arremolinándose en mis oídos y el compuesto de las zapatas se funde en la llanta cuando vuelvo a frenar, giro a izquierdas, muy cerrado y otra lechada de hormigón cubre el rodeno de la serranía..., voy frenando hasta parar, echo pie a tierra y ladeo la cabeza hasta que escucho el golpeteo de la cadena de Joa..., esta bien, vuelvo a montar, a pedalear, a descender sin dejar de frenar, sin dejar de controlar la velocidad..., voy dejando las terrazas de olivos, los campos de almendros y me encuentro con las viejas viviendas encaramadas en la parte alta del pueblo, algunas ya en ruinas, abandonadas y mostrando los muros de rodeno, las vigas de madera y los tejados vencidos, combados y colonizados por algunas matas en flor..., ruedo ya sobre asfalto y describo la curva a izquierdas, la calleja se ensancha con un parquecillo a la izquierda y taludes rojizos de rodeno a la derecha.

Me dejo caer y giro a derechas, dejo el lavadero a la izquierda, voy frenando y desmonto ante la Fuente de San Isidro, apoyo la Primigenia contra los muretes que bordean los caños y saco el botellín manchado de polvo rojo, con los rastros dejados por las gotas de sudor que han resbalado sobre él y lo relleno con el cristalino y fresco caudal que se derramaba sobre el abrevadero destellante.

Sonrío cuando veo a Joa, ella también sonríe, para y deja a Camino junto a los bisontes, entre las ciervas..., se acerca con uno de sus bidones, pasa junto a mi y también deja que el agua de la sierra lo llene. Da un largo trago, bebe de nuevo y se limpia el agua que moja sus labios con el dorso de la mano.

- En alguna bajada de estas te voy a perder -bromea.

- No te pierdo de vista...

- Ya, ya..., lo que pasa es que te estas aburriendo de tanto esperar.

Niego con la cabeza y señalo el banquito corrido de piedra, saco una barrita de bizcocho y nos sentamos.

- No se que me pasa... -confieso- imagino que será porque eres mujer, pero no me agobio de esperar, ya te he dicho antes que vas bien, y encima no protestas con toda la ruta que estamos haciendo y lo que aún queda.

Joa abre su bolsita de plástico y me ofrece varias barritas de chocolate blanco.

- Toma, que con lo grandote que eres no tendrás suficiente con ese bizcochito.

- Eh...

De un zarpazo cojo la barrita, trago lo que me quedaba de la mía y muerdo el regalo de Joa. Durante unos instantes comemos en silencio y observamos a las bicis de carretera apoyadas contra la pared del bar, a nuestra derecha almuerzan cuatro ciclistas de montaña y a la izquierda un grupito de “carreteros”, algunos de ellos echan miradas furtivas a la Primigenia y después miran a sus bicis, bastantes mas caras que la Bicipalo, limpias, impolutas..., imagino que se sienten orgullosos y siguen con sus bocadillos.

- Contra esa pared hay un montón de dinero... -murmuro señalando las bicis de carretera- casi todas son de carbono.

- Ainielle también es de carbono -responde Joa refiriéndose a la suya de asfalto- pero la uso muy poco.

- ¿De carbono...?. -repito- cuando la vi en la foto del mail pensé que era de aluminio.

- Bueno, no es que la pidiese de carbono, la compré de segunda mano, a buen precio y como era azul..., me la quedé, le cambiamos la potencia por una mas corta para ajustarla a mi talla.

- Yo creo que voy a tardar tiempo en cambiarme de bici..., no se, la única razón sería por pasarme al carbono..., pero tampoco le veo las ventajas.

- Uf..., yo si que no me compraría una de fibra para la montaña, Camino esta llena de arañazos, de golpes..., una de carbono no me duraría nada, pero por las caídas, me han dicho que se rompen si se dan contra una arista.

- Y te han dicho bien..., bueno..., ¿vamos dentro a por los cortaditos...?.

Joa afirma con la cabeza y sonríe, miro su carita bañada por el sol, sus rasgos son finos, los labios estrechos, la nariz afilada, la frente amplia y los ojos ligeramente guarecidos bajo un arco supraorbital algo recio, el único rasgo duro de su faz.

- Venga, a por los cortados..., eh, ¿dejamos las bicis a la vista...? -pregunta Joa.

Echo una mirada a la Primigenia y la veo cubierta de polvo, sucia, puede que ridícula, incluso horrible para cualquiera de estos ciclistas que almuerzan a nuestro alrededor..., después miro a Camino, de color azul y blanco, también algo manchada de polvo rojo, con un destartalado transportin y repleta de pequeños impactos que han hecho saltar la pintura en las vainas y en los tirantes.

- Mujer..., yo creo que no nos las van a tocar..., con todas estas máquinas rodeándonos.

- Pues a mi me gusta mucho Camino -declara mi amiga.

- Y a mi la Bicipalo..., vaya par de excéntricos..., anda, vamos dentro que como nos oiga alguno de estos se van a descojonar.

Entramos en el bar y lo encontramos lleno de parroquianos que almuerzan y charlan ruidosamente, hay una mesa repleta de ciclistas y gente apoyada en la barra. Nos acercamos, buscamos un hueco y nos colocamos frente a la cafetera. Enseguida aparece una jovenzuela que me sonríe ampliamente, no parece importarle enseñar la ortodoncia anclada a cada uno de sus dientes.

- ¡Almudena...! -exclama Joa- ¿qué tal...?.

- Hola..., eh, ayudando a mis padres -responde la muchacha.

Joa me mira sonriendo.

- Es alumna mía.

- Ah..., yo pensaba que me sonreía a mi.

Almudena agacha la mirada, pero se ríe, puedo ver como alza los pómulos.

- Bueno, Almudena es muy simpática, seguro que te estaba sonriendo.

- Venga, creeré eso...

La muchacha nos mira de nuevo.

- ¿Qué os pongo...?.

- Dos cortados largos de café... -y miro a Joa, ella afirma con la cabeza y sonríe.

Nos sentamos en una mesa cerca de la barra, trato de hacerlo a su lado pero terminamos uno frente al otro, ella cruza sus manos sobre la mesa y me mira sonriendo desde sus labios delgados y rosáceos.

- Nos estamos dando un buen tute ¿eh...? -comento.

- Ya lo creo, he mirado el perfil en el GPS y parece de competición, subida, bajada, subida, bajada..., rompepiernas.

- Pues aún nos queda subir al molino, bajar la Jabonera y volver a subir a Tristan..., y ya llevamos mas de mil metros de desnivel.

- Bueno, tu seguro que no tienes problemas, ya veré como me las apaño yo.

- Te lo puedo decir ya, un poquito más despacio pero sin perderme de vista..., apenas si te saco ventaja.

- Gracias por la modestia...,

Percibo el aroma del café, giro la cabeza y veo los cortados sobre la barra, tenso los cuadriceps, me levanto, sonrío de nuevo a la estudiante, sujeto los platitos y los dejo en la mesa, me siento y observo la espuma espesa y oscura, como me gusta.

- Tienen buena pinta, ¿no..? -aventuro.

- Eso parece, vamos a probarlos.

Damos unos sorbos, paladeamos el cortado y permanecemos callados, percibimos la algarabía de los clientes, conversaciones ajenas en voz demasiado alta, un murmullo de voces y expresiones, de risas, de sonidos y de palabras que llenan el ambiente..., desearía algo mas de silencio, algo de calma que invitara a permanecer en el local..., como cuando pedaleo con “Los Osos” en invierno y paramos aquí a almorzar, a veces, cuando encienden la estufa me gusta observar las llamas de los tronquitos de carrasca, sentir el calor agradable que emana de la forja.

- Está bueno... -murmuro.

Joa afirma con la cabeza y da otro sorbo, me mira como relajada.

- Pues esta semana ando algo alterado... -comento.

- ¿Si...?.

- Con el trabajo, no se, me están cargando con errores que no he cometido yo, una movidas muy raras, Pili. Pero lo malo es que yo trabajo..., digamos que “a la sombra”, no puedo defenderme y casi ni cobrar las tres horas largas y el material que he utilizado para arreglar los sofás, por culpa de unas pifias de los tapiceros. Joder, si yo me equivoco lo cubro con mi garantía personal, reconozco el error y encima pido disculpas..., el caso es que hay un ambiente enrarecido con estos clientes, todo el mundo anda poniendo zancadillas, sacudiéndose las responsabilidades o colgándose las medallitas...,a veces me desanima mucho trabajar así, en esos entornos..., no se, yo trato de mejorar, de corregirme, de satisfacer al cliente..., bueno, de hecho ahora llevo la política de hacer “supersofas”, calidad excesiva, a ver quien se cansa antes, si ellos de señalar fallos inexistentes o yo de mejorar pieza tras pieza... -y doy otro sorbo al cortado, Joa me mira con esa sonrisa tranquila y sincera, callada, escuchando, mirándome..., imagino que aburriéndose con la perorata que le estoy contando- vaya, creo que me estoy pasando con el rollo que te acabo de largar.

- No, que bah..., se lo que es trabajar en un entorno poco agradecido, estuve ocho años en Justicia, al principio creía que ese trabajo me gustaba, pero poco a poco se fue enturbiando, llenándose de malas artes, de actitudes falsas, de cuitas que a mi ni me iban ni venían..., terminó por empezar a minarme, entonces empecé a preparar las de maestra, aprobé cuatro años seguidos sin plaza... y a la quinta entré..., y la verdad es que ahora estoy contentísima y no lo cambio por nada que conozca.

- Mira, ahora caigo en que te quería aclarar una cosa...

Joa da un sorbo a su cortado y vuelve mirarme fijamente, vuelve a escucharme, a mirarme..., y eso que tengo una voz aflautada, nada varonil, incluso yo creo que con efectos adormecedores.

- ¿Te acuerdas cuando te hablé sobre la idea de intentar dar clases de carpintería en algún centro de formación profesional...?.

- Si claro.

- Me contestaste con un mail animándome a hacerlo, luego te contesté yo diciéndote que realmente a mi me gustaba mi trabajo y algunas cosas mas, tu volviste a contestar como disculpándote, no se..., como si yo me hubiese sentido algo molesto al empujarme a intentar cambiar de trabajo, como si el mío no fuese algo digno..., es una parida..., pero es que a veces le doy muchas vueltas a las frases y a las palabras..., joder, lo que quiero decirte es eso, que no me sentí ofendido..., lo que quería explicarte es que lo que hago actualmente me gusta y me da tiempo a vivir como yo deseo, no se, me mantiene despierto aunque también soy consciente que los años irán pasando y el vigor físico y el empuje no serán os mimos, imagino que las tablones de madera cada vez me pesarán mas...., y eso, que lo de dar clases me atraía, me encanta la idea de trasmitir el conocimiento, el dar alguien la posibilidad de que pueda ganarse la vida, de tener un oficio...., que realmente es lo que tu haces..., formar a los adolescentes para que puedan nadar en esta compleja sociedad sapiens...

No se si Joa me habrá oído, las voces inundan el bar, parecen rebotar en las paredes y mezclarse con las nuestras, un alboroto que resulta molesto después de rodar por esos caminos solitarios y silenciosos de la Calderona, después de haber estado un rato parados en esas ruinas, contemplando los horizontes declinados hacia el mediterráneo, observando el silencioso vuelo de las golondrinas y de los vencejos.

- Me encanta ese deseo... -murmura Joa, terminándose su cortado- por lo menos ese oficio que te enseñó tu padre no se perdería contigo.

- Ahora no puedo, lo de mis padres va para largo y la carpintería me deja tiempo para ocuparme de ellos..., pero bueno, la idea está ahí..., Joa..., ¿nos vamos...?, aquí ya hay demasiado ruido.

Sonríe, se levanta y su alumna se acerca cuando se apoya en la barra.

- Cobrate, Almudena...

- Eh, eh..., pago yo -protesto.

La muchacha, me sonríe pero ignora el billete que sujeto en mi mano, mira a su maestra de literatura y coge el suyo..., observo la complicidad de las dos mujeres y me callo.

- No va a coger tu dinero..., ¿ y como voy a dejar que pagues?, me has invitado a esta ruta y a comer.

- Pechuguitas a la plancha -murmuro.

Joa recoge el cambio, se despide de la estudiante y salimos del bar, agradecemos la calma del pueblo y cambiamos la algarabía por el murmullo de los quince caños de la fuente, el ambiente algo cargado con el humo del tabaco por el aire puro que llena las callejas de Gatova.

- Ya me estaba agobiando con tanto jaleo..., y el caso es que me habría quedado más rato charlando contigo..., bueno, aunque en verdad el que no para de hablar como un loro soy yo.

- A mi no me aburres -me consuela Joa colocándose el casco y los guantes.

Me coloco el mío, también los guantes y tiro de la Primigenia hasta dejarla sobe los adoquines de la calle.

Volvemos a rellenar los botellines, aprovechamos para beber de nuevo y montamos.

-Bueno..., después de la paradita toca volver a subir -anuncio dando las primeras pedaladas.

- La montaña es así, subir, bajar, subir, bajar.

Cruzamos el puente sobre el barranco y casi sin pedalear vamos atravesando el pueblo, girando a izquierdas y después a derechas, ya a las afueras, otra vez a izquierdas, dejamos el cementerio a la derecha y al frente observamos el trazado asfaltado que trepa por la ladera de la montaña hasta el molino de la Ceja.
Seguimos rodando cuesta abajo, aquí el asfaltado es ancho y llano, de un color grisáceo que te hace sonreír cuando vas remontando este puerto con las bicis de carretera..., anuncia que queda poco para llegar a Gatova, poco para dejar de pedalear cuesta arriba desde Olocau, pasando por Marines Viejo. Una ascensión preciosa, entre cañones húmedos y frondosos, ajo la sombra del pinar, silenciosa y entre cerradas curvas, sobre un firme estrecho y revirado...

Percibo el bramido molesto y ruidoso de motos a nuestra espalda, vamos trazando la curva a derechas, pero nos tenemos que salir a la izquierda y los moteros nos rodean, les hemos fastidiado la tumbada en la curva. Dejo de pedalear, saco la mano izquierda y hago señas para que aminoren, uno de ellos acelera y nos adelanta atronando..., me la juego y giro el manillar hacia la montaña, me salgo de la carretera y entro en el tramo asfaltado que escala la montaña del molino..., escucho las cajas de cambio reduciendo, vuelvo la cabeza y veo a Joa dejando la carretera y siguiéndome, mis bielas se traban..., y caigo en la cuenta de que voy con el plato grande, giro el puño del cambio..., y oigo el bramido ensordecedor de las motocicletas acelerando hacia la próxima curva, sin respetar los limites de velocidad y ocupando el carril contrario para poder tumbar..., y el desviador empuja la cadena hacia el chasis, se sale del plato grande y cae sobre las púas del mediano, la pedalada se ablanda, subo un par de piñones y Joa asoma por mi izquierda.

- ¿Has visto como han estado a punto de liarla los moteros...? -le comento.

- Si ruedas por asfalto..., te arriesgas a eso..., por eso no acabo de... decidirme a salir con Ainielle... -confiesa jadeando levemente.

Regresa el silencio y empezamos a subir, a remontar la lengua de asfalto que sube entre campitos de olivos, entre bancales y trazando algunas curvas con caminitos de tierra que conducen a los cultivos. Las gramíneas amarilleadas crecen en los arcenes, las espigas se balancean con el viento que sopla racheado y el asfalto sigue ascendiendo, ya recalentado y haciendo gruñir a los neumáticos con cada pedalada.

- Bueno..., pues ahí arriba dejaremos..., el asfalto y volveremos..., a rodar sobre tierra... -anuncio entrecortadamente- entre las montañas.

- Eso..., entre las montañas..., que es donde me gusta estar..., uf, tengo calor..., me voy a quitar el maillot...