Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

martes, 25 de agosto de 2009

SIEMPRE AL AMANECER..., MIEDO A LA BICIPALO, MIEDO A LA "MATAHOMBRES".







La manada me rodea en la terraza, sostengo el café y miro hacia el este, hacia la claridad que emerge poco a poco, tardando más que en los dos últimos meses, percibiendo el fresco de la madrugada y observando las crestas de las montañas, perfilándose poco a poco, pero aún oscuras y bajo un cielo despejado, sin brumas ni nubes empujadas por las brisas. Tan solo algunas nubes altas permanecen quietas esperando a las llamaradas..., me recuerda a esos fríos amaneceres del otoño, del invierno..., pero aún es uno de los amaneceres de agosto, del verano, del estio, de las vacaciones.

Y aún en las llamadas tierras altas..., sonrío sorbiendo el café y doy media vuelta con cuidado, noto una leve punzada de dolor en el costado derecho, a la altura del corazón, contra las costillas y como un calambre en los ligamentos de la rodilla del mismo lado, incluso me molesta la muñeca vendada, al estar sujetando el vaso de cristal.

Bajo con cuidado los escalones y me encamino hacia la caseta de la parte de atrás del chalé, abro la puerta y miro a la Primigenia, a la Bicipalo..., y le tengo miedo, recuerdo su coz, como se encabritó y como me caí. Le falta la bolsa de las herramientas, aparentemente era el único daño que sufrió el sábado pasado, cuando me descabalgó y reboté contra el asfalto de la vía de servicio, ya de vuelta con mi amigo Martín.

Joa acababa de llamarme, ya estaba en el chalé y supongo que empecé a pedalear algo encelado, o distraído, no lo se, solo se que giré bruscamente a derechas, buscando el carril bici y Martín surgió por mi derecha. El consiguió cruzar pero yo perdí la dirección y la coz de la Primigenia me hizo volar. Creo que apoyé la pierna derecha, reboté y luego recuerdo el golpe de las manos por delante, la exagerada flexión de las muñecas, el impacto en el hombro, el calor del asfalto muy cerca de mi rostro, la voltereta y a Martín pedaleando hacia mi.

- ¿Estas bien...?, ¿qué te ha pasado...?, ¿cómo es que has girado por ahí..?.

Mis manos recorren mis clavículas, los hombros..., y no puedo respirar, el costado me oprime, muevo mis manos, abro y cierro los dedos..., miro a Martín, miro la rotonda y caigo en la cuenta de que me equivocado de giro inexplicablemente.

La Bicipalo yace sobre el asfalto, la bolsa de las herramientas a menos de un metro de ella..., y me sigue oprimiendo el costado, me cuesta expandir los pulmones y una molestia comienza a cosquillear en mi rodilla derecha.

Esa noche Joa se quedó en el chalé con mis padres y durmió agarrada a mi, yo escorado sobre mi lado izquierdo, aún algo aturdido por la caída, confundido y apagado, abatido, dolido. Durante el resto del día me había visto apagado, defraudado y completamente inútil, ya no podía salir al día siguiente con Joa a pedalear, no podía ayudar ni a mover a mi padre.

- Cuando te canses me envías a la otra cama... -susurró Joa.

- No te preocupes, sacaré las palanquetas de cambiar las cubiertas y te catapulto a la otra cama.

Pero nos dormimos y ella permaneció ahí, como mitigando mi dolor con su cuerpecito.

El día siguiente fue pasando aún con cierta confusión y con un abatimiento que enlentecía mis movimientos. Dimos el paseo a los perros, pasito a pasito, sin dejar de vigilar a mi sensible rodilla derecha, sin apenas poder sujetar la correa de Norton con la mano derecha, con los dolores inundando mi pecho cuando, por la tarde, metí mi cabeza por la ventanilla de la ranchera de Joa para despedirme, para darle otro besito y verla partir hacia su casa. Quejándome al no poder siquiera acostarme, dándome la vuelta en la cama apoyándome con los codos, vigilando la pierna, sus ligamentos, sujetándome la muñeca..., pero algo mas tranquilo al ver que no se hinchaba ni aparecían tumefacciones.

Amaneció el lunes y me encontré algo mejor, bajé a Valencia con mi madre y aproveché para hacer una visita relámpago a Joa. A la hora de comer estaba ya de vuelta en las tierras altas, otra vez con tan solo el calzoncillo y las sandalias como toda ropa, salvo la rodillera y la muñequera. Di el paseo de siempre con la manada, llegó la noche y volví a acostarme serio, triste y dando por perdida la Matahombres, no me atrevía a decírselo a Joa, ella me había dado ánimos, como dando por sentado que me recuperaría y que coronaríamos Javalambre el 13 de septiembre.

El martes me dolieron menos las costillas al levantarme, deambulé con el café en la mano, encontrándome algo mejor y con ciertos ánimos que emergían igual que el sol. Le preparé el desayuno de madrugada a mi padre y después de darle el cafetito me vestí de ciclista y tiré de la Flaca hasta la puerta del chalé, casi como un paciente furtivo que escapa de un hospital.

Monté con cuidado, encajé primero la pierna mala y después la izquierda, di unas temerosas pedaladas y me dejé empujar por la suave pendiente, salí a la calle principal de la urbanización y sonreí. La rodilla no me molestaba y la muñeca tampoco demasiado, llegué a la vía de servicio, giré a derechas y continué dando pedaladas, me atreví a cambiar al plato grande y volví a sonreír cuando noté el viento contra mi rostro, cuando vi de nuevo a mis rodillas subir y bajar, subir y bajar..., pero también volví a sentir la aguda presión de mis pulmones contra las costillas, jadeé y comprendí que no podía respirar profundamente, pero seguí pedaleando, con calma, sin forzar y en el desvió hacia Porta Coeli, justo en la rotonda de los cuarteles llamé a Joa. Quedamos en vernos, le dije que estaría dando vueltas por el Camino de las Canteras y casi una hora después nos encontramos en medio de los pinares que acompañan el asfalto, nos besamos y fuimos remontando, Joa dio un par de tirones, se puso por delante y la vi alejándose poco a poco, traté de acelerar, de salir tras ella..., pero terminé jadeando y volviendo a aflojar. Pero ella también se relajó y rodamos hasta la gasolinera que hay entre Naquera y Serra, paramos en la terraza y tomamos unos cortados contemplando los hermosos pinares que crecen rodeando y envolviendo estos pueblos serranos, contemplando las laderas que ascienden hacia el castillo de Serra y hacia el pico del Sierro.

- ¡Ay mi chico, que vuelve a las andadas...! -exclamó Joa dándome un beso.

Sonreí, entrelacé mis dedos con los suyos y volví a recordar la extraña angustia que me invadió cuando ella se marchó el domingo, a medio día. Recordé como me sentí herido, como regresaron la tristeza y el desanimo, como paseé con los perros al anochecer cojeando, vigilando donde pisaba y moviendo la cabeza turbado. Pensé en el trabajo y me miré la estrecha y delicada muñeca, necesitaba mis manos para trabajar, mis muñecas y mis hombros, necesitaba mover los tablones y golpear con la maza de goma para ensamblar las espigas en los agujeros..., y en esos momentos cualquier movimiento me hacia sujetarme la muñeca derecha con la izquierda, cualquier mal apoyo me llenaba de dolor la rodilla y tan solo un jadeo me taladraba el costado, las costillas..., de ser un cazador-recolector estaría en peligro, de ser un neardental herido por una res estaría guarecido entre algunas rocas, entre algunas matas..., viendo caer la noche y asegurándome de tener mi pesada lanza de madera a mano, sintiendo como la temperatura iba cayendo y despertándome en mitad de la noche al escuchar algo. Pero reconocería las siluetas de los de mi clan, sus rostros entre las sombras y me tranquilizaría, me dolerían las contusiones al incorporarme y poco a poco volveríamos al poblado de verano..., y el grupo desaparece en el bosque, siguiendo las sendas, las trochas abiertas por ellos mismos en sus correrías, con sus cacerías, con sus migraciones, con sus travesías.

Y recuerdo que en casi todos los fósiles hallados de neardental se han encontrado restos de fracturas soldadas, de lesiones graves, incluso de amputaciones..., pero que no llegaron a causar la muerte de aquellos humanos olvidados. Yo siempre he pensado que neardental desarrolló algún tipo de medicina, forzados por su forma de vida tan arriesgada, aunque a veces también divago y me convenzo de aquellos hombres debieron poseer un sistema inmune extraordinario..., pero yo no soy un neardental, tampoco un cazador-recolector, son un autónomo herido que vuelve a sonreír cuando ella, cuando Joa le vuelve a besar y se despide después de rodar un ratito con las flacas, después de tomar un cortadito en la terraza, frente a las coniferas, frente a las montañas y cimas que ella ama.

Regresé al chalé algo mas tranquilo, calculando que con las dos semanas escasas que me quedaban para volver al trabajo ya estaría casi recuperado..., pero algo inquieto respecto a la Matahombres. Ya no podía seguir con el entrenamiento que me había planteado, pero bueno, antes que la extrema ruta por tierras turolenses, estaba la carpintería, mi medio de vida, que era lo que me daba de comer a mi y a mis padres.

El miércoles amanecí algo mejor, con menos dolores al incorporarme, escribí un rato, envié un sms de “buenos días” a Joa y saqué a los chuchis. Fue pasando el día y no se en que momento empecé a relajarme, a percibir la voz de mi organismo diciéndome que todo iba bien, que se iba reparando, que no haría falta que fuese al hospital, que lo dejara a él..., llevaba varios millones de años haciéndolo..., por la noche fui capaz de acostar a mi padre por mi mismo, con mucho cuidado, sujetándolo con la mano izquierda y cargando el peso en la rodilla de ese mismo lado. Después me acosté yo, conseguí dormirme boca arriba y al tiempo me despertó un dolor intenso en el pecho, me di media vuelta y volví dormirme.

Mis ojos se abrieron a eso de las seis y media de la madrugada, me levante entre leves quejidos pero percibiendo que durante la noche mi organismo había continuado restaurándose. Preparé la cafetera grande, tomé el mío, le di el suyo a mi padre y volví a vestirme de ciclista, volví a montar a la Flaca, con la muñeca y la rodilla vendada y pedaleé de nuevo hacia el Camino de las Canteras, pero dispuesto a subir el Oronet, a bajarlo y a subir el Pico del Águila desde Altura.

Coronando el Oronet me encontré a José Ángel, un colega de la Peña La Pájara de Xirivella, alcanzamos el alto y charlamos un rato, me dio ánimos y me comentó algo sobre la Matahombres. Realmente me tranquilizó, nos despedimos y comencé el descenso del puerto, sin prisas, sin arriesgar, gozando de las curvas entrelazadas, de las amplias vistas, de la calma, de mi propio cuerpo recuperándose, gozando de unos pulmones que poco a poco volvían expandirse, aún con dolor, pero mejor que el día anterior. Dejándome caer como un ave que planea, escuchando los remolinos del viento en mis oídos, como tantas veces..., pero sin el gruñido ruidoso y sordo de las ruedas de la Bicipalo, las finas, las estrechas cubiertas de la Flaca apenas si hacían ruido y me permitían escuchar, contemplar el entorno, ver como llegaban las curvas, como el asfalto dibujaba los contornos.

Unos kilómetros después miré hacia arriba, hacia las montañas, hacia las colinas y lomas que se sucedían una tras otra, ocultando por tramos la estrecha carretera que ascendía desde Altura hasta el Pico del Águila, volví a contemplar las vetas de rodeno aflorando entre el monte bajo, en los taludes.

Pedaleé en solitario, sin cruzarme con ningún ciclista, si cruzarme con ningún automóvil..., hasta que los dolores en los riñones me incitaron a levantarme, a pedalear de pié para relajar un poco la espalda. Bajé un piñón, me levante y noté como se resintieron los tendones traseros de la rodilla. Di media docena de vueltas a las bielas y volví a sentarme, de nuevo subí los piñones, engrané el 27 y poco a poco alcancé la cima. Sonreí, aspiré profundamente y sentí la punzada en el costado, cambié al plato grande y volví a dejarme caer hacia Gatova, hacia Marines Viejo, hacia Olocau. Atravesé los pueblos encalmados, tranquilos y con los veraneantes, con sus habitantes dando sosegados paseos a la sombra de los pinos, a la sombra de las mismas montañas que los aprisionan y protegen.

Rodé cuesta debajo de nuevo entre bosques, entre umbrías, entre gargantas que tajaban las montañas hacia el fondo del valle.

Llegué al chalé con 85 kilómetros, satisfecho y deseando llamar a Joa para contárselo. Por la tarde volví a pasear a los chuchis, a acostar a mi padre y a desear el siguiente amanecer.

Volví a madrugar, a preparar la cafetera, a notar la muñeca algo mejor al enroscarla..., pero aún con punzadas... y ahora sorbo el café en la terraza, rodeado de la manada, mirando hacia las montañas, hacia la claridad que emerge poco a poco, percibiendo la calma de estos instantes, la ausencia de ritmo, de ruido y sintiendo el frescor sobre mi piel.

Siempre al amanecer, es mi mejor momento, es como una nueva oportunidad, es volver a nacer después del sueño, después de entregarme al reposo, después de dejar que mi organismo haya seguido funcionando a otro nivel de percepción, sin el control de la parte consciente de mi cerebro, sin escuchar es voz de mando que toma decisiones, que determina los estados de animo muchas veces..., durante el sueño es mi propio cuerpo quien decide, quien se repara, quien regula los ritmos hasta que despertamos, hasta que nuestra mente vuelve a tomar las riendas, hasta que los miedos y los problemas regresan con la consciencia..., pero el amanecer aquí en el campo, viendo las cimas de la Calderona que se van postrando hacia la costa, aún oscuras pero con el sol trepando tras ellas..., me relaja, me hace sonreír y durante unos instantes desaparece el miedo a la Bicipalo, a la Matahombres.

Me visto y tiro de la Bicipalo hasta la puerta, la saco al camino, cierro echando una mirada a la manada. Norton, Mia, Cecil y Tora me miran desde la terraza, pronto se darán la vuelta, entrarán en la casa y se acomodaran por el sofá o por los módulos tapizados en polipiel roja.

Encajo la cala izquierda, giro la biela, mi pierna se va desplegando, hunde el pedal y la Bicipalo y yo nos movemos..., encajo con cuidado la derecha, con su articulación enfundada con una rodillera, empujo y voy rodando ya sobre tierra..., suspiro y sigo dando pedaladas.

El dolor se ceba en mi tórax cuando desmonto y paso a la Bicipalo por encima del quitamiedos, frente a la casa de la “Niña Cazadora”, cruzo la carretera y vuelvo a montar, llegan los primeros baches, las primeras piedras sueltas..., y sigo pedaleando hacia esas montañas que poco a poco van descubriendo su pelaje, sus bosquetes, sus matorrales, sus pinares, algunos cortados, sus derrubios cuando atravieso el barranco y giro a derechas. Descubro a un hombre mayor que pasea al amanecer de la mano de una muchacha oriental que le acompaña con las crines negras cayendo sobre su espalda.

- Bon día... -les saludo y remonto el repechón, me devuelven el gesto y me voy alejando.

El camino vuelve a levantarse, jadeo, trato de llenar mis pulmones y el dolor me impide inspirar el aire fresco y aromático que flota en la sierra.

Sigo pedaleando y me interno por un caminito que se desvía de la pista principal, desciendo un poco hacia el hondo, mi piel siente enseguida el cambio de temperatura y percibo el aroma de la escasa humedad retenida durante las ultimas horas de la noche.

Voy remontando con cuidado, usando coronas grandes y respirando con cuidado, tolerando el dolor que sigue fluctuando en mi costado derecho cada vez que respiro..., viro a izquierdas y veo el canchal, subo otras dos coronas y la Bicipalo se retuerce sobre las piedras sueltas, brinca sobre la roca del camino, gimo de dolor y logro pasar entre jadeos.

Sigo remontando, alcanzo la pista principal que sube desde Porta Coeli, giro a derechas y apenas unas pedaladas después tengo que frenar. Un enorme autobús blanco se ha quedado cruzado en una de las curvas del camino. Lo ocupa por completo..., paro ante la gigantesca cabina y veo que los ganchudos retrovisores están atascados entre las ramas de un pino y el chofer se cuelga de ella tratando de troncharla. Le observo alzando los brazos, aferrando la rama y tirando de ella hacia abajo.

Oigo voces y bajan tres personas mas del autobús, ayudan al chofer y la llama cruje, se desgarra y queda colgando, desgajada brutalmente, herida de muerte. Puedo ver la madera de un tono claro, hasta hace unos segundos protegida por la corteza grisácea y casi puedo imaginar como la resina empieza a manar instantáneamente. Los hombres encienden unos cigarrillos mientras se colocan delante del autobús, mirando las cunetas y echando ojeadas al pino mutilado.

- ¡Vinga, que ya pases...! -vocea uno de ellos en valenciano y da una calada al pitillo. Se cubre con un sombrero de paja y viste una camisa blanca, pantalones cortos y alpargatas de esparto.

El chofer ocupa su sitio con semblante angustiado y noto como aumentan ligeramente las revoluciones del motor, se forma una nube de polvo en la parte de atrás y la cabina oscila. El autobús se mueve un poco, vuelven a aumentar las revoluciones en el vano insonorizado y el vehículo remonta, arranca algunas ramas más y se mueve envuelto en el polvo que las enormes ruedas levantan de la pista, pasa junto a mi, percibo el calor que escapa del propulsor y vuelvo a montar, sigo bajando y una imagen se forma en mi mente, es algo que he visto algunos años. Gente en los alrededores de la Cueva de Soterraña, segando romero y cargándolo en los remolques de tractores.

Vuelvo a pedalear en solitario, vuelvo a dar una vuelta por el mismo camino de subida, me vuelvo a encontrar con el canchal y de nuevo la Bicipalo rebota contra las miles de piedras sueltas que cubren la pista..., remonto el repechito y vuelvo a relajarme, me inclino un poco hacia las costillas del lado derecho y parece que logro mitigar un poquito el dolor. La pista sigue subiendo, estrecha, repleta de macizos de piedras que asoman por donde el agua de las lluvias corre y erosiona la tierra, llevándola hacia donde el carril gira, acumulándola en bancos de gravas y areniscas..., voy pedaleando con el sol ya asomado por encima de las colinas, parecen difuminar las ramas de los pinos, parece adelgazar sus troncos y llena de luminosidad las ramitas de los matorrales, de las coscojas y de los lentiscos.

Veo ya la pista que llega desde Porta Coeli, la misma por la que subía el autobús..., salvo el peralte, giro a izquierdas y voy dando pedales sobre la pista blanquecina, bajo la sombras aisladas de los pinos, entre sombra y sombra y subiendo piñones sin vacilar cuando el camino empieza a remontar hacia el Portixol.

Resoplo, jadeo y mis pulsaciones se van acelerando, la pista ya sube bajo el sol, remontando, viendo a mi derecha como las laderas desnudas se desploman hacia los barrancos, hacia el fondo de los vallejos cubiertos de monte bajo, ahí por donde se mueven los zorros, los jabalíes, los reptiles..., ahí donde la serranía permanece casi inalterable..., pero me duele el costado y abro la boca buscando respirar mas veces aunque sea con menor profundidad, pero poco a poco noto que se me va resecando la garganta pero sigo pedaleando, con el 32 engranado atrás y volviendo a mirar hacia mis rodillas.

Asciendo entre los taludes amarillentos, cubiertos por el polvo que también se posa sobre las raíces que asoman desprovista de tierra, que se retuercen suspendidas en el aire, resecas, sin poder absorver nutriente alguno..., corono y vuelvo encogerme contra mi costado derecho, bajo unos piñones y aprovecho el breve descenso para respirar, para bajar un poco las pulsaciones.

Las montañas, las colinas, las paredes de roca vuelven a crecer a mi derecha, vuelvo a pedalear a la sombra, vuelvo a descubrir las lajas de rodeno, la enorme piedra que yace a la izquierda, roja, ocre, del color de rodeno..., siempre el rodeno, en sus peñascos, en el lecho del torrente estacional que ya corre a mi izquierda, cubierto de una vegetación de ribera que sigue bebiendo de la eterna humedad que se cobija bajo los cantos que llenan el lecho..., ahora reseco y silencioso, salvo algunas pozas en las que se acumula el agua de las ultimas lluvias, sobre las que patinan los zancudos, donde crecen las larvas de las libélulas, donde beben los espíritus nocturnos de la Calderona.

Una mirada a la humilde Font de la Gota y sigo aspirando el aire puro de la serranía, pero que parece entrar en mis pulmones repleto de pequeñas púas que se clavan en mi costado derecho. Sigo ascendiendo por el estrecho camino, sorteando las aristas de piedra que afloran entre la tierra rojiza..., virando a derechas, sin dejar de trepar, sin dejar de sentir los pinchazos entre las costillas y arrugando la frente cuando coloco el ultimo piñón y miro el repecho que tantas veces he remontando...,atravieso el vado, resoplo, la Bicipalo se frena hasta casi pararse, me inclino un poco y logro impulsarme, agacho la cabeza y las ruedas siguen girando poco a poco, siguen remontando..., y trato de relajarme, trato de no hacerme mas daño, aunque la muñeca me empieza a doler cada vez que cambio con el puño giratorio, pero así, cogido al acople del manillar parece relajarse, envuelta por el vendaje y una muñequera.

Miro la rodillera, mis manos y al frente, veo el lomo de la trepada y giro a derechas abriéndome, termino de remontar y me relajo un poco, trato de respirar de manera que el costado no me duela, muevo un poco la cintura y voy virando a la izquierda, el sol vuelve a darme en los ojos. Asoma por encima de un perfil serrano accidentado, asoma tras una aguja de rodeno que se eleva sin que nadie parezca reparar en ella.

Vuelvo a sentir resistencia en los pedales aunque la pista no parece elevarse demasiado, pero es un efecto óptico, por eso no he cambiado y sigo con la pedalada ágil y suelta..., ahora virando a derechas y volviendo a contemplar unos parajes que el sol esboza, que desdibuja con sus rayos luminosos llegados desde el cosmos, desde muy lejos, pero ya calientes, pero ya incidiendo en mis antebrazos desnudos y bronceados, cubiertos del vello rubio y destellante, como el de mis piernas. El color del oro, como hebras, siempre me recuerdan a eso, a hilos de oro que llegan con el estio, con los calores, con la migración a las Tierras Altas.

Era rubio..., dicen mis hermanas que nací rubio y simpático, el juguete en una casa ya ocupada por tres niñas que se pasaban de una a otra al recién llegado como a un muñeco gracioso y gorjeante. Que lo llamaban desde sus dormitorios, como cantos de sirenas..., quiero imaginar, quiero recordar. Y el pequeño acudía pateando desde su taca-tac, golpeando con sus ruedecillas en los rodapiés, en las puertas..., entrando en sus habitaciones riendo, babeando y trabando las pequeñas ruedas contra la alfombrilla, empujando aún mas con sus piececitos y volcándose hacia la mesilla de noche, hacia el pomo metálico que le partió el labio en un sanguinolento llanto..., en una mueca de dolor que contrae mi rostro, me duele el costado cuando alcanzo el alto del repecho..., pedaleo algo mas suelto y miro como la pista se pierde entre los pinares, como desaparece hacia esas montañas que parecen tragársela para siempre, que parecen engullirla, que parecen infranqueables..., pero sigo rodando y la pista forestal reaparece trazando entre las laderas, entre los pinos y sigue remontando, yo sobre ella, en silencio, en solitario, escuchando mis jadeos, atravesando otro pequeño vado, volviendo a remontar, virando a izquierdas y agachando la cabeza para evitar el sol, para evitar ver como la pista se eleva.

Trato de relajarme, de no jadear demasiado y me concentro en la pedalada, en el movimiento de mis rodillas..., en la contracción y en la extensión de los cuadriceps, de los femorales, en la contracción y en la extensión, en la contracción y en la extensión..., una y otra vez, una y otra vez, en sentir como mi corazón bombea, como mi sangre fluye, como corre por mis venas y arterias..., hasta que viro a derechas entre bancos de arena blancuzca, entre piedrecillas que se hunden cuando mis neumáticos ruedan sobre ellas.

Unas vueltas más de los platos ovoides y resoplo a la sombra de la carrasca y del pino que crece por encima del muro dela Font de Berro. Desmonto, dejo la Bicipalo contra el poste que anuncia que el agua no es apta para el consumo humano y abro el grifito.

El agua corre cristalina por el canalón de rodeno tallado, desgastado y pulido de apoyarse en él para beber, relleno el botellín sujetándolo con la mano izquierda y bebo, siento el liquido puro y fresco que emana de la montaña y las contemplo frente a mi, al otro lado del barranco repleto de vegetación, de salientes bulbosos de rodeno forrados de líquenes.

Me relajo y un escalofrio recorre mi cuerpo ya cubierto de gotitas de sudor que comienzan a rezumar al parar y dejar de refrigerar por el movimiento. Apenas si percibo sonidos, tampoco el de las aves, tampoco el de los grillos que a veces cantan durante el amanecer..., pero no es un silencio mortecino, no es un silencio hostil, no es el silencio del vacío, del rechazo, es el silencio de la naturaleza en calma, sin vientos ni lluvia, sin la algarabía de la primavera, sin esa especie de tristeza del otoño..., y me encuentro bien, escucho ahora el sonido de un jet volando muy alto, sobre la serranía, dejando un rastro blanquecino en la atmósfera, con el pasaje ajeno a lo que me rodea, ensimismados en sus asuntos, en sus vidas..., allí arriba, a mas de 800 kilómetros por hora impulsados por unos monstruosos reactores..., allí arriba, lejos de mi, tan solo es un murmullo que poco a poco desaparece, que se disipa..., regresa la calma, el silencio, la soledad que me permite respirar encalmado, tranquilo, que me hace gozar este momento.

Vuelvo a beber, miro a la Bicipalo, camino cojeando ligeramente hacia ella, encajo el botellín y monto con cuidado. Suspiro y empiezo a pedalear, a subir, a seguir remontando hacia el Collado de la Moreria, volviendo a sentir las punzadas en el costado y los dolores en los tendones que mueven mi muñeca derecha.

Se que la pista no dejará de subir, que ahora virará a izquierdas, que pasaré bajo la sombra de otro pinar y que aún subirá con mas desnivel, con el barranco a la izquierda y con el suelo de color extraño, amarillento, demasiado claro bajo el sol que se asomará ya por encima de las faldas de Revalsadores..., miro al frente y veo la pista de un color extraño, amarillento, demasiado claro bajo el sol que se asoma ya por encima de las faldas, de las laderas de Revalsadores.

El camino va derivando poco a poco a derechas, muy suavemente, subiendo, sin dejar de ganar altura, rodando sobre ella, sin dejar de pedalear pero mas relajado aunque satisfecho..., me duele el costado pero voy remontando y llegando a la pequeña explanada del Collado de la Moreria, veo los taludes rojos descarnados, vuelvo a ver las raíces al aire del pinar.

Dejo a la izquierda la pista que medio llanea hacia el Poll y me dejo caer a la derecha, tiro de la manetas Avid y extiendo la pierna derecha, noto que me molesta menos con los impactos que comienzan a llegar y sigo bajando, pero sujetando a la Bicipalo con los frenos, sin dejar que se lance al galope, sin dejar que salte y brinque sobre las piedras, sobre los surcos..., pero cambiando al plato grande, bajando piñones y dando unas pedaladas, sonriendo al cesar el dolor en el pulmón, en el costado, en las costillas, pero sin dejar de vigilar la rodilla y la muñeca..., freno, se hunde la suspensión delantera y las Maxxis Larsen recién montadas trazan el viraje a derecha. La pista no deja de bajar y a mi izquierda puedo ver otro valle hacia el que caen las laderas, puedo ver el bosquete de los altos eucaliptos que guarecen la Font del Marge, pero allí abajo..., al frente vuelvo a tener los azulados horizontes del Camp del Turia, las sierras de Utiel y Requena como últimos horizontes, agrestes y escarpados.

Voy virando a derechas y me salgo a ese mismo lado, cambio al plato mediano, trato de levantarme y los pinchazos en la corva derecha me hacen sentarme, subo un par de piñones y ruedo por la ladera de la montaña, hay algunas piezas de rodeno caídas en ella, las voy sorteando y virando a izquierdas, en una suave pendiente que aún me permite mirar hacia los montes cubiertos de romeros y tomillos, de jaras y coscojas, de pinos y de unas aliagas que llenaban las montañas con sus flores amarillentas, pero ahora ya marchitas, casi confundidas entre los tallos amarilleados del pasto, de las gramíneas..., el carril aumenta la pendiente y paso entre dos lomazos que se alzan con los guardianes del estrecho, del camino que sigue cayendo atravesando por una rodera multicolor, por un tajo que saca las vetas amarillas, las de yeso, las del mismo rodeno que se alterna entre suelos amarillentos.

Descubro las terrazas abandonadas, tantas veces vistas, de las montañas que se abren ante la Font de l´abella. A veces me pregunto si esto seria una mina a cielo abierto o bancales de cultivo.

Las tierras no parecen fértiles y en los terraplenes de la pista afloran muchos cristales de yeso, franjas de rodeno. Ahora mismo lo veo como un paraje de extraña belleza, casi desértico, sin pinos, sin arboledas..., cubierto de monte bajo, reseco y resistente, silencioso, duro. Incluso la pista serpentea, se retuerce, vira y revira como no queriendo alterar el entorno, como no deseando alterar los perfiles. Se mueve por las pendientes, por las laderas, arrastrándose como una gigantesca serpiente tímida y silenciosa que se mueve sin estrépito, sin ruido, entre los matorrales que se difuminan ante mi campo de visión cuando vuelvo a dejarme caer, cuando voy dando los virajes, las curvas..., salvo cuando freno y echo una mirada a las colmenas que suelen dejar en un ramal de la pista, que se sale a derechas.

Doy la curva a izquierdas y sigo bajando, rodando sobre el tramo recto, gravoso y resbaladizo hasta que vuelvo a girar a izquierdas. El camino cae con la pendiente y la erosión vuelve a cortarlo en grietas longitudinales que a veces se rellenan de pequeños derrubios, de pequeños cantos, de esos mismos cristales de yeso que asoman entre los bancales, en los terraplenes, en los taludes.

Descubro una silueta junto al camino, creo que escucha el crujido de las gravas bajo mis neumáticos y levanta la cabeza, se cubre con un sombrero de paja y sujeta una pequeña hoz.

Freno, aminoro por si acaso sale despedida alguna piedrecilla y saludo.

- Bon día.

También saluda y sigo bajando, vuelvo a frenar y distingo la enorme mole del autobús aparcado bajo los escuálidos pinos que rebrotaron tras los incendios de los años noventa, distingo algunos turismos mas y a la gente que debía ocupar el autobús. Se han dispersando por el monte y siegan encorvando sus espaldas.

Sigo bajando y vuelvo a ver a más personas en la pista, voy frenando y reconozco a uno de los que ha quebrado la rama para que pasara el bus. Echo pie a tierra frente a el y miro la hoz que lleva en su derecha.

- Bon día...

- Bon día... ¿tu eres el que se ha tenido que esperar antes, cuando el autobús no podía pasar...?

- Si, era yo. Salgo bastante por aquí..., y el caso es que ya os he visto varios años subiendo a cortar..., y me muero de ganas por preguntaros para que es.

- Pues somos de Almassera y llevamos viniendo aquí desde hace cuarenta años, es para la procesión del Corpus.

- Ah, pues vaya, yo pensaba que erais de Betera.

- No, no, esto es una tradición de hace mucho, de hace cuarenta años.

El hombre mira hacia un lado, hacia otro, de más edad que se acerca cargado con un enorme atillo sobre su espalda. Distingo un montón de matas de romero y de lentisco.

- Pero estos años esta todo muy seco -se lamenta. Ya es mayor, de piel oscura y rostro cuarteado.

- Ha llovido bastante en invierno -observo- pero durante el verano nada y aquí, sin pinada la tierra se seca pronto y no retiene la humedad..., bueno, ahora que ya se lo que haceis voy a continuar.

- Venga, hasta luego.

Vuelvo a montar, doy unas pedaladas y me dejo caer cuesta abajo mientras sigo distinguiendo a mas personas moviéndose entre las matas, buscando, eligiendo, segando, cortando aromáticas..., sin apenas pedalear y algo confundido, no puedo entender que si esta parte de la Sierra Calderona es un Parque Natural se permita esta actividad, no puedo entender que si queremos ir mas de 15 ciclistas juntos por estas pistas tengamos que pedir un permiso a la dirección de supuesto parque y que sin embargo estas personas desembarquen aquí, junto a una cueva con especies de murciélagos protegidos, en unos terrenos con valiosos endemismos vegetales..., y despojen al monte de sus cubierta, de su monte bajo, de las indefensas hierbas y arbustos que volvieron a brotar tras el fuego sin que homo hiciera nada por ayudarlas..., es curioso, podría haberles preguntado que iban a hacer con ellas, no quisiera imaginar que van a terminar haciendo una fogata con ellas, imagino que las usaran para adornar alguna imagen, algún altar, no lo se, pero si se que terminarán arrojadas a algún contenedor de la ciudad, olvidadas y mezcladas con las indignas basuras del consumismo enfermizo y demencial de los que habitamos las urbes.

Meneo la cabeza, arqueo las cejas y sigo pedaleando, sigo rodando por las pistas, con menos punzadas en el costado pero aún con molestias en la muñeca derecha. Pedaleo entre los cítricos de la Torre y el tórax me vuelve a doler cuando volteo a la Bicipalo por encima del quitamiedos doble, de nuevo echo una mirada a la casa de la Niña Cazadora y monto, empiezo a pedalear sobre la vía de servicio, a acercarme al chalé con algo menos de miedo, algo mas tranquilizado, un poco mas recuperado, con menos temor a la Matahombres, a la vuelta al trabajo y con ganas de buscar alojamiento y reservar para Joa y para mi.

Me salgo a derechas, dejo la vía de servicio, me desvío por una de las calles sin asfaltar, recorro el atajo entre matitas de tomillos y gramíneas doradas, paro en la puerta y la manada se encarama sobre mi mientras guío a la Primigenia por el manillar, caminando junto a ella con una leve molestia en la corva y en las costillas. Paro bajo la ventana de la habitación de mi padre y escucho su voz llamándome para que lo levante.

- Ya estoy aquí papá, ya estoy aquí.

Y mañana volverá a amanecer, espero poder volver a tomar café contemplando esa claridad virgen despuntando por encima de las montañas, de la serranía, por encima de los altos..., pienso, imagino mientras subo las escaleras de la terraza y acaricio la cabeza del lebrel, de Norton.







jueves, 20 de agosto de 2009

DIARIO DE HOMO: El regalo de Joa, tras su larga pedalada, tras su vuelta de Finisterre.

Pedaleé junto a Pilar, también llamada Joa, a primeros de junio, fue esa ruta del Pico del Águila por el camino viejo de Segorbe. No se cuanto tiempo llevábamos intercambiando mails, pues otro mes, imagino y recuerdo que sus contestaciones eran algo escuetas y que solía despedirse con “un abrazo”. Había conseguido su correo por medio de de Arcadi, uno de los componentes de la Peña BTT de Moncada. Le envié un primer mail muy respetuoso, realmente para que me diera la dirección en la web de su grupo de corredores de montaña, los llamados “misjueves” y de paso para recordarle la dirección de “entre pedales, homos, ciervas y mamuts”.

Y ahora recuerdo aquel primer encuentro, terminaba mi salida con la Bicipalo y que aún vestía de largo, aquel día había bajado por el camino de Potrillos y atravesaba el aparcamiento de Porta Coeli para enlazar con la pista que atraviesa la explotación de cítricos de la Masia de la Torre. Miré hacia los coches aparcados, por si veía algún conocido y daba ya las primeras pedaladas hacia el repechito que te saca del parking cuando vi a una muchacha a mi izquierda, le eché una mirada fugaz..., o eso creo y ella me vió.

- ¡Oye perdona...¡

Dejé de pedalear, giré el manillar hacia ella, hacia la chica que se trenzaba los cabellos, vestida de azul y eché pié a tierra.

- Vaya..., no quería hacerte parar..., es que no recuerdo si hay alguna fuente por aquí, se me ha olvidado el agua -se lamentó la desconocida.

- Tranquila..., pues chica, por aquí no tienes ninguna pero yo acabo de cargar en Potrillos y ya termino. Si quieres la mía y luego ya rellenas si vas hacia el Poll o la Gota.

- Bueno, vale..., ya rellenaré, tenia pensado subir hacia el Poll.

Me sorprendió muchísimo que aceptara mi agua, imagino que se arrepentiría al ver lo sucio que estaba mi bidón, cubierto de polvo de la Sierra Calderona y con las gotas de sudor manchándolo de sales corporales..., pero trasvasamos el agua y luego la acompañé hasta el cruce en el que yo me desviaba hacia la Torre. Nos dio tiempo a charlar hasta por los codos, nos dio tiempo a orientar a un ciclista primerizo que no tenía claras las rutas, empezaba a pedalear por la Calderona y no sabia por donde tirar. Aquella chica de las trenzas y yo empezamos a darle datos, a recomendarle la bibliografía básica de Vicente Coscollá..., casi, casi como si hubiésemos leído juntos esos pequeños libritos, auténticas obras pioneras de ciclismo de montaña en la Comunidad Valencia.

Dejamos al chaval dándonos las gracias y pedaleamos un centenar más de metros hasta que me despedí..., pero durante esas vueltas de platos y piñones me dio a tiempo a preguntarle como se llamaba y de que trabajaba. Cuando me dijo que era maestra de literatura me faltó tiempo para comentarle lo del blog y justo cuando yo me desviaba volví a recordarle el titulo..., no se, como si el maestro fuese yo evaluando por sorpresa a la alumna.

Y no se como tuve la audacia de “rastrear” la dirección de su mail pero ella respondió con calma a aquel primer correo, empezamos así a escribirnos. Ella empezó a leer el blog, a devorar los post, poco a poco fuimos soltándonos..., y al tiempo, fuera de la península y muy cerquita del continente Madre, Maria Hernández, de “blogearporblogear” seguía “en diferido” mi intercambio de mails con Joa, esta vez ya no me daba consejos sobre como dinamizar en la red mi trabajo, tampoco me ayudaba a superar mis baches psicológicos..., esta vez me ayudaba a moverme ante una “xiqueta”, a no meter la pata y a no asustar a la muchacha con alguna de mis barbaridades prehistóricas

Joa ya se había mostrado en público dejando comentarios en “entre pedales...” y fue después de esas opiniones dejadas en el blog, cuando me hice el encontradizo con ella. Realmente fue Maria quien me dijo en uno de los mails “Pues creo que mañana te volverás a encontrar con ella...”. La astuta canaria jugaba con ventaja, había leído uno de esos comments antes que yo, en él, Joa anunciaba que rodaría ese sábado por la Calderona, pero sin saber claro por donde tiraría.

Ese sábado aparecí por el aparcamiento de Porta Coeli y creo que al final cada uno rodó por su camino..., hasta el siguiente sábado, después de que Joa aceptara otro de mis atrevimientos, la invité a una ruta sorpresa y ha comer en el chalé, paseo de chuchis incluidos..., esa historia ya la he contado, por cierto, le encantaron las pechugas a la plancha que le preparé, la ensaladita decorada con tomatitos cherry, las natillas de chocolate con bizcocho, el café Marcilla mezcla muy corto de leche.

Durante la semana siguiente le propuse otra ruta, ir a Las Alcublas por pista forestal..., aceptó y rodamos juntos otra vez, mientras tomábamos unas barritas y unos cortados en la plaza de la iglesia, charlamos y tiré mas fotos a los chillones vencejos que volaban sobre nuestras cabezas, que rodeaban el campanario con sus rápidos vuelos, que se perdían sobre los aleros de las callejas, que esquivaban los cables de la electricidad..., a la vuelta le tenia preparada una deliciosa ensaladilla rusa hecha por mi mismo, ella trajo seis latas de Voll-damm, doble malta, no apta para menores pero que a Joa le encanta. Yo también bebí y solo Dios sabe los esfuerzos que hice para mantenerme en pie y no dejar ver el “pedal” que llevaba encima y ella y sus 48 kilos de peso, estaban tan contentos y relajados.

Los sábados por la mañana ya se habían convertido, en boca de Joa en “nuestros sábados”. Volví a invitarla, pero esa vez ella trajo la comida, verduras asadas y unas hamburguesas de Gandia, artesanas y típicas de la costera población. Rodamos coronando todas las cumbres cercanas, el monte Armenia, mas conocido como Revalsadores, el castillo de Serra, el Alt del Pi, Oronet, El Sierro y en descenso hacia el chalé. El cafetito y las barritas las tomamos en uno de los bares abiertos en la carretera que sube al Garbí entre pinares, entre sombras y entre los restos de algunos bunkers y nidos de ametralladoras perdidos en la maleza.

Joa es capaz de abrir la lata de Voll-damm con una sola mano, mientras escucha mi cansina verborrea, ya algo gangosa tras engullir una de esas cebadas fermentadas y me mira con esa sonrisa que forma con sus estrechos labios..., y dimos el paseo con los Mia y Norton después del café, de estar charlando un rato en la terraza, bueno realmente charlaba yo, ella escuchaba paciente y sorbía el cortado amargo, larguísimo de café y manchado con un chorrete de leche condensada, casi testimonial.

A la vuelta del paseo y casi apunto de marcharnos recordé que no había guardado a la Primigenia en la caseta trasera, la llevamos al callejón, metí la bici, cerré con llave y nos quedamos mirándonos. Joa levantando levemente la barbilla, alzando sus pupilas, con sus cabellos cayendo revueltos sobre sus hombros y de nuevo con esa sonrisa, con esa mirada que me recordó a la primera cita, a aquel primer cortado en el bar de Gatova, ante su alumna..., surgió entonces la melosa voz de Maria, imaginada por mi al leer su ultimo mail, decía algo así “se todo lo bueno que tengas que ser y todo lo malo de debas ser...”, la sujete con delicadeza por la cinturita y la besé.

Fue algo íntimo, natural, relajado, lento, deseado..., como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, como si no fuese la primera vez, como si lo hubiésemos estado deseando desde esa primera pedalada.

Y Joa se marchó al Pirineo a subir “tresmiles” con dos amigos, a dormir al raso, a comer de latas y a no ver más que cumbres grisáceas, canchales, paredes de piedra, a caminar por estrechas sendas..., y en algunas tardes, a ver el discurrir de las aguas en los riachuelos pirenaicos, a escribir sus sensaciones en una libretita de tapas negras y a refrescar una latita sumergida en la gélidas aguas de la alta montaña..., pero regresó, con algunas heridas en la rodillas y algo extraña. La siguiente pedalada fue igual de extraña, pero se arregló como siempre, en la intimidad, entre alientos, entre la entrega de los sentimientos, de los anhelos, del deseo.

Y Joa volvió a marcharse, a finales de Julio a su viaje, a cubrir el Camino de Levante hasta Finisterre, tal como había planeado durante el invierno, envalentonada con su brillante marca en su ultima carrera de montaña a pié, en la conocida como Marató y Mitja del Penyagolosa y deseosa de volver a cubrir sus caminos después de una ruptura sentimental a finales de Diciembre.

No la vi partir, dormí con ella la ultima noche que pasó en Valencia, tomamos el café juntitos, en la estrecha cocina...., se marchó solas, con su bici Camino, con sus alforjas, con su GPS, con su ilusión, con su tenacidad, con su valor, con sus ganas, con sus deseos, con su libertad anhelada durante los últimos años. Y fue cubriendo ese camino, soportando el calor asfixiante de los llanos albaceteños, en los primeros días, los mas difíciles, según me contaba en nuestros contactos telefónicos todas las tardes.

Pedaleó siguiendo las marcas, disciplinada, día tras día durante 17 jornadas de pedaleo, sin saber donde iba a dormir al final de cada etapa, mostrando su credencial de peregrina en cada lugar, recibiendo el cuño, el reconocimiento de cada tramo rodado..., durmiendo en piscinas municipales, en conventos, en humildes celdillas. Visitó la casa de Dulcinea, vió los gigantes que asustaban a Don Quijote batiendo sus cuatro enormes brazos, vió las llanuras sobre las que vuelan los galgos de la España mesetaria, pero no los vió, y se sentó junto a Valleinclan, ya tranquila. Y poco a poco, fue dejando esos espacios abiertos, sin sombras, sin lomas, sin montañas, llanos y casi infinitos..., fue virando poco a poco hacia el norte, enlazando con la Vía de la Plata y remontando dichosa hacia Galicia, hacia sus montes, hacia sus pinares, hacia sus hayedos, hacia sus bosques y umbrías selváticas y húmedas..., “de mar a mar, cariño...”, como me susurraría a su vuelta.

Hablaría con ella mientras veía anochecer en Finisterre, comiéndose un bocadillo de jamón y queso, sorbiendo de una pequeña botella de sabroso tinto, contemplando esa puesta de sol, mientras yo charlaba de anochecida, contemplando esas mismas luces murientes que ella veía en el otro extremo de Iberia..., tras mas de 1350 kilómetros rodados en solitario.

Regresó en autobús pasadas las cinco de la madrugada del viernes, me levanté a las cuatro y bajé desde el chalé a buscarla con la ranchera. Esperé unos minutos, observando el deambular de los viajeros por la estación de autobuses de Valencia y terminé por asomarme a los andenes cuando vi rodar a un autobús hacia las cocheras. No la reconocí entre las personas que bajaron, pero al ratito llegó otro y Joa se colgó de mi cuello, me estrujó, me besó, me miró y volvió a estrujarme.

Un rato después vi pasar unos muslos desnudos ante mis ojos, luego sus cabellos cayeron, aún húmedos, sobre mis hombros, los sentí frescos y aromáticos.

- Toma cariño..., te he traído un regalito..., es una figurita de Santiago, voy a hacer dos cafeteras.

Vi algo mas que esas piernas alejándose hacia la cocina, vi las marcas del top en la espalda, el bronceado del sol manchego oscureciendo su piel allí donde su rodillera terminaba, vi sus gemelos esbeltos, bien formados, trabajados durante miles y miles de pedaladas, de zancadas y sobre mis manos un paquetito plano y rectangular. “Será una figurita de papel...”, pensé como un chiquillo, mientras me sentaba en la cama sin ropa alguna y rasgaba el papel..., apareció una libretita de tapas de negras, atravesaba por una tira de papel verde con una leyenda impresa.

“Moleskine. El legendario cuaderno de Hemingway,

Picasso, Chatwin...”

Me sentí algo inculto e ignorante, nunca había oído hablar de esos cuadernos..., pero a mi mente acudieron los dibujos y las notas de campo que tomaba Feliz Rodríguez de la Fuente. No se si el naturalista usaría estas Moleskine, pero pensé en él y en sus preciosos dibujos.

Miré hacia la cocina y la vi de perfil, sonriendo, sujetando una de las Oroley, sin que nada cubriese su cuerpo, salvo esos mismos cabellos que aún conservaban ciertas ondas, espirales y trenzados de sus coletas deshechas tras el viaje. Las luces de la mañana dibujaban sus dulces perfiles y ella sonreía rellenando de agua, de muy poquita, justo algunos milímetros por debajo de la válvula de seguridad, como ya sabe que me gusta..., ella lo prefiere mas aguado, justo por encima de esa misma válvula.

- Para que te apuntes cosas, ideas, temas..., yo estoy apunto de terminar la mía, este viaje si que he tomado notas, pensamientos, lo que sentía tan lejos... -susurró encendiendo el fogón con un mechero, mostrando su perfil agalgado, sin prendas, sin arneses, sin los anchos collares que envuelven los cuellos de los lebreles..., a una claridad que ya iluminaba la mañana sin vencejos, sin sus trinos..., de mediados de agosto.

Y a veces se lo he dicho.

- Ya no veo a los vencejos, ya no los escucho...

- ¿Y donde están, cariño...? -pregunta con un susurro.

- Imagino que volviendo a África, puede que Anzaga los haya visto ya de vuelta, Goyo después y la última puede que haya sido Maria, allí, tan cerquita del continente Madre.







Y Joa pasando un par de días en el chalé, Cecil dormita junto a ella..., repasando correos, olvidados durante su viaje, observandola algo entristecido despues de que hace un par de horas chocase con la Bicipalo contra mi colega Martín. Despues de haber sentido el calor y la dureza del asfalto contra mis muñecas, contra mi hombro, contra mi rodilla derecha, contra mis costillas.





























domingo, 16 de agosto de 2009

3ª Parte y final de "Pedaleando junto a Pilar, tambien llamada Joa"

- Eso..., entre las montañas..., que es donde me gusta estar..., uf, tengo calor..., me voy a quitar el maillot...

Aflojamos la pedalada y la cuesta nos para enseguida, echamos pie a tierra y miro a Joa durante unos segundos..., pero aparto la mirada justo cuando se saca por los hombros el maillot. Apoyo la cabeza contra el manillar simulando un súbito ataque de fatiga..., no se, me da como vergüenza mirarla..., resoplo y cuando vuelvo a mirarla no puedo evitar que mis pupilas roten hacia el top azul que cubre sus pechos..., ella sonríe mientras anuda la prenda al manillar de Camino..., y terminó por mirar de nuevo hacia el asfalto..., “no va mal de tetas para su alzada y pesaje..., murmuro.

- Hala, ya podemos continuar.

- Venga...

Pili encaja pronto las calas de sus zapatillas y arranca briosa con el plato pequeño engranado, me saca unos metros hasta que logro calar las mías y salir tras ella con el plato mediano..., empiezo a jadear, subo un piñón y vuelvo a mirarla desde atrás, observo su pedalada, como va recogiendo la esbelta pierna, como eleva el talón cuando alcanza el máximo recorrido de la pedalada y como vuelve a empujar hacia abajo el pedal.

La piel blanca de su espalda refleja el sol y sigo rastreándola con la mirada, observo como su cinturita se estrecha y como su columna vertebral asciende hasta su nuca.

- Los huesecillos de tu..., columna vertebral me recuerdan... a la de mi galgo... -confieso adelantándola.

Joa murmura algo..., giro la cabeza y creo que sonríe. Vuelvo a mirar al frente. Al asfalto que sigue subiendo, ganando altura sobre Gatova y alcanzo el tramo protegido por un quitamiedos. Ruedo pegado a él, veo la pinocha caída sobre el asfalto y vuelvo a recordar a “Los Osos” y las pedaladas en otoño, esta misma subida después de almorzar..., como ahora mismo.

La carretera va girando a izquierdas y el asfalto aparece manchado con la tierra que arrastran los vehículos que entran a ella desde la pista forestal, los perfiles del Gorgó se abren ante mis ojos y los neumáticos vuelven a rodar sobre tierra, unos metros mas, echo pie a tierra y miro hacia la carretera. Joa no tarda en asomar sin dejar de pedalear y totalmente estirada sobre Camino.

- Jo... -resopla- después de las barritas y los cafés esta subida..., se hace pesada..., pero ya..., está vencida.

- Aún nos quedan dos subidas... -anuncio- pero con la ruta que nos estamos metiendo, ya no es nada.

- Para ti..., que me vas esperando..., anda, déjame que te haga una foto con el Gorgó al fondo.

Le dejo la máquina y durante unos segundos me vuelvo hacia la cumbre que acaba de nombrar. Es curioso, Joa la ha citado por su nombre, con cariño y amor, como cuando estábamos en el Pico del Águila y nombraba las cimas de Espadán. Es algo que me sorprende y me gusta, Joa cita las montañas como si hablase de las calles de Valencia, como si se encontrase entre los pinares y los canchales tan a gusto y tranquila como quien mira escaparates en la calle Colón.

Sujeta mi cámara con una mano y me hace la foto.

- Hala, vamos a continuar que el sol esta ya muy alto.

- Y con lo que estoy retrasando... -se lamenta Joa.

Arrugo el ceño y Joa me mira.

- Es verdad, Pedro..., por lo que me has contado sales de madrugada y antes de que el sol te de ya has hecho la ruta y estas de vuelta.

- Bueno si..., la verdad es que llevamos ya mucho rato en campo abierto, dando pedales y sin sombras..., pero estoy contigo y esta ruta, vaya solo o no es larga y tiene bastante desnivel.

Sonríe, empuja el pedal con la izquierda, Camino comienza a moverse, encaja la pierna derecha y pedalea cuesta arriba. Salgo tras ella, dejamos el molino de la Ceja a nuestra izquierda y seguimos ascendiendo sobre una pista ancha, con bastantes cantos sueltos, con lomos de roca emergiendo y con los perfiles de los collados y las cumbres cerrando nuestros horizontes, aún bastante por encima de nosotros.

Miro a la derecha y vuelvo a ver los perfiles del Gorgó, veo esas nubes sueltas que siguen proyectando manchas oscuras sobre las montañas, sobre los valles, sobre los pequeños campos abiertos a sus faldas. Distingo las estrechas pistas forestales que descienden hasta las parcelas, caminitos y sendas que se pierden entre la maleza, entre el monte bajo que ya va amarilleando, perdiendo el color de las flores y la viveza de de sus hojas.

Observo unos macizos de gramíneas completamente doradas, creo que es camomila salvaje, el viento racheado las mueve, las tumba y las enreda entre ellas mismas..., voy aflojando la pedalada y paro, saco la cámara y las enfoco, espero a que deje de hacer aire y aprieto el disparador.

Resoplo y miro a mi izquierda, los pinos también murmuran con el viento y también se dejan mecer, sus brotes aun conservan un verde intenso y fresco..., otra foto y busco a Joa. La veo girando a derechas y empezando a llanear, encajo las calas y empiezo a pedalear, voy remontando y bajo un piñón cuando corono sobre el repecho, gano un poco de velocidad y poco a poco voy recuperando metros a Joa, a la maestra de literatura. Sigue pedaleando mostrándome su espalda blanca atravesada por el top, observo su rodillera azul subir y bajar una y otra vez y su posición demasiado estirada sobre Camino.

Se me hace extraño pedalear con una mujer por aquí y sobre todo a esta hora del día, ya es tarde, estoy algo cansado y creo que ya tengo los antebrazos rojos de tanto sol..., esta ruta la asocio al otoño, al invierno y a “Los Osos”, a mis colegas de carretera reconvertidos a montañeros durante esos primeros meses que anuncian la llegada del invierno, a pedalear apretando los dientes, resoplando, mirando de reojo hacia atrás o manteniendo los ojos en la rueda que te precede. La verdad es que ya son unos cuantos años quedando todos los otoños en el aparcamiento de Porta Coeli y viendo sus caras vueltas hacia mi, esperando mis sugerencias de ruta..., aunque la verdad es que en los últimos tiempos ya ha ido memorizando los caminos, pero bueno, de alguna forma me consideran como parte de esta serranía, algo excéntrico y raro, eso si. La verdad es que ver a la Bicipalo codeándose con bicis de entre 3000 y 4000 euros resulta cuando menos chirriante..., pero lo que mas me gusta es que este otoño pasado, ella, mis bisontes, mis ciervas y yo rodamos por estas montañas sin que nadie nos lo impidiese y sin que esas bicis de carbono nos hicieran sombra..., sonrío al recordarlo y veo diminutos destellos sobre la piel de Joa, son las gotitas de sudor que reflejan el sol.

- Hola... -le saludo.

- No hay forma..., de dejarte atrás..., ¿eh...?.

- Claro que si, señorita., claro que si.

- Cuando te paras a hacer fotos.

Sonrío, suelto la mano izquierda y señalo otra vez hacia el Gorgó, justo cuando a nuestra derecha sale una pista que desciende dando virajes.

- ¿Ves el camino que baja del Gorgó...?.

Joa afloja un poco la pedalada y mira hacia la cumbre. Imagino que ve lo mismo que yo, el carril que parece desplomarse desde la cima, que serpentea entre el pinar hasta desaparecer entre los valles y las pequeñas lomas de los hondos.

- Parece que tiene mucha pendiente..., ¿no...? -comenta Joa.

- Tiene una barbaridad de pendiente..., se coje desde Tristan, cuando empiezas a bajar, sale un camino...., a izquierdas, te desvías y luego creo que otra vez a derechas...

- Como si subieras..., caminando a la cima.

- Eso..., hace un par de años bajé con “Los Osos” y no bajo mas, ellos siguen..., bajando, pero yo paso..., el carril está fatal y yo a mi edad ya no estoy para caerme por hacerme el machito.

Joa gira la cabeza, me mira y se sonríe, cambia de piñón y el camino vuelve a ascender virando a izquierdas, cambio yo también y vamos encarando la rampa.

Poco a poco vamos trepando en silencio, escuchando el gruñido de los neumáticos sobre la tierra, sobre las piedrecillas, nuestras respiraciones, el soplo a veces del viento, contemplando esas nubecillas de polvo que se forman barriendo el camino..., dando pedaladas, una detrás de otra, empujando el pedal hacia abajo, hacia arriba..., mirando hacia delante y viendo como el carril va derivando a derechas, como surgen vetas de rodeno rojizo entre las roderas, entre los bancos de arenisca amarillenta..., percibiendo la soledad, la calma, la ausencia de muchedumbres, de tráfico, de sonidos artificiales, la ausencia de muros de hormigón repletos de huecos por los que asomarse, la ausencia de luces rojas y verdes en cada esquina..., contemplando tan solo monte y arbustos, el cielo y sus nubes, el perfil cambiante del Gorgó conforme nos vamos aproximando a sus laderas rodeándolo hacia el mar, viendo los muretes encaramados en los taludes, los campos de olivos y las parcelas de almendros crecidos en lo alto de la loma, a la derecha del camino que ya va suavizando su pendiente..., es el alto de la Jabonera.

Resoplo, agacho la cabeza, veo a la Venus de Laussel, el bisonte herido junto al chaman moribundo y bajo la caja de pedalier, la tierra rojiza de la Calderona, el rodeno que la tiñe siempre de ocre..., levanto la vista y la luz me hace entornar los ojos tras la gafas de sol, voy dando la vuelta y veo a Joa coronando también, jadeando un poco y agarrada a los acoples.

- Cada vez te saco menos ventaja -le comento.

- Que bien..., sabes quedar..., muchachote... -murmura Joa, parando y sacando uno de sus botellines.

Da varios tragos y observa el espacio que nos rodea, de nuevo la línea azulada y dentada de la Sierra de Espadán, la misma que veíamos desde el Pico del Águila, los pinares cercanos, las montañas, lomas cercanas que aún crecen por encima de nosotros..., los perfiles que la naturaleza va creando durante millones de años, durante mas tiempo del que cualquier humano pueda vivir, durante mas tiempo del que cualquier civilización pueda perdurar.

- Me voy a poner el maillot, voy empapada... -anuncia Joa.

- Ahora pones el plato grande, ¿eh...? -le aconsejo.

- ¿Tanto vamos a correr...? -pregunta, sacando la cabeza por el cuello del maillot anaranjado, bajándoselo hasta la cinturita y recolocándose las trenzas.

- No mujer, es para tapar los dientes del plato, si te caes te los puedes clavar, pero si los eslabones lo tapan pues la herida no sería tan grave.

- Creo que contigo voy a aprender mucho.

- Vaya, yo pienso lo mismo pero de ti..., venga, vamonos.

Clack, clack..., suenan las calas encajándose y después un murmullo, el de las ruedas empezando a rodar cuesta abajo..., doy pedales, giro el puño de la izquierda y los eslabones cubiertos de polvo y ya algo resecos trepan al planto de 44 dientes, sigo pedaleando, me levanto, vuelvo a sujetarme al sillín con los muslos y el viento vuelve a zumbar en mis oídos..., la cuesta de la Jabonera se cae, se inclina ante mis ojos y la Primigenia vibra y se estremece, la horquilla delantera se mueve, se contrae y se expande con los baches, con las grietas, contra las piedrecillas..., los tacos se desgastas en los flancos cuando voy virando a derechas, tirando de las manetas de magnesio, frenando..., vuelvo a pedalear, a fijar la mirada en la pista rojiza que sigue bajando entre bosquetes de alcornoques, entre laderas por las que asoman enormes estratos de rodeno..., el carril llanea un poco, gira a derechas, a izquierdas y vuelve a subir, cambio al plato mediano y suelto un soplido, subo un piñón y voy ascendiendo sobre arenisca rojiza, entre piedras de ese mismo rodeno que aflora en casi todas las montañas de la Calderona, en el mismo camino en forma de gravas, de pequeñas rocas, de cantos..., vuelvo la cabeza y veo a Joa, me sigue pero bajando a su ritmo, asegurando, tranquila, sin arriesgar..., voy virando a izquierdas, aún remontando y veo la pista que sube a Tristan o que baja hacia el Camino Viejo de Segorbe, también hacia la olivera Morruda, ese olivo milenario que de vez en cuando visitamos, es la misma pista en la que Joa había perdido las llaves.

Decido no esperarla y no perder el ritmo, giro a derechas y se repite la visión, la misma imagen del camino ocre, rojizo, bermellón, del color que recuerda al ancestral ocre..., elevándose ante mi ánimo, bajo los pedales que siguen subiendo y bajando, tranzando ese circulo anclado a las bielas, el mismo recorrido que hacen los platos y los piñones trabados a la cadena que empuja desde los bulones una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.., tantas veces como mis rodillas resbalan sobre los cartílagos y tantas veces como la musculatura de la pierna se alarga y se acorta, con cada latido, con cada oleada de sangre oxigenada que sale de los pulmones y empapa las fibras rojas y blancas, con el aliento que expelo justo delante de mi rostro y con cada bocanada de oxigeno serrano que aspiro sin dejar de pedalear, de ascender sobre el carril abierto entre las montañas..., el pinar ocupa las laderas del Gorgó, los alrededores del refugio de Tristan y la Mina..., voy jadeando ligeramente, ganando altura, viendo ya los abetos, sus ramas en forma de pagodas orientales, adaptadas a climas fríos, a soportar el peso de las nevadas, cediendo justo en el momento adecuado para no quebrar sus brazos..., pero reforestados aquí por homo.

La pista deriva a derechas, suavemente, con un leve peralte, tengo los abetos ante mis ojos, doy las ultimas pedaladas bajo su sombra y echo una mirada al muro que se eleva a mi derecha, en la parte alta, en el terraplén que contiene la muralla de mampostería se levanta el refugio..., corono, inspiro profundamente y doy un par de vueltas en circulo, recuperando las pulsaciones, el resuello, tratando de relajar las piernas y agradeciendo la sombra de las coniferas..., mirando hacia la pista, esperándola..., ya está ahí, yo diría que sonríe y tras ella, de nuevo Espadán, ella no puede verlas, yo si.

- Pero que fuerte..., estás..., ahora por el Poll, ¿no...? -aventura Joa.

- Pues si que te acuerdas.

Joa arquea las cejas y sin parar saca el botellín, da un par de tragos, lo encaja y sigue dando pedales, la sigo, bajo piñones y vamos girando a izquierdas, dejamos a la derecha el desvío hacia el barranco de la Vigueta, por donde habíamos subido y rodamos por encima del valle.

Me cuesta un poco seguirla, veo como pedalea con más brío aprovechando la ligera pendiente..., a mi ya me pesan un poco las piernas y me encuentro un poco raro a estas horas, pedaleando aún y bajo un sol intenso que aparece y desaparece entre las nubes, bajo una luz que nos enseña unas montañas como distintas, como algo mas difusas..., miro a la derecha y veo como las laderas caen hacia el barranco, distingo allí, en el fondo la línea de tierra descarnada por la que subíamos a primera hora de la mañana, aparece y desparece entre la vegetación, entre el relieve de la serranía, entre el pinar o entre los bosquetes de alcornoques, entre el monte bajo y la vegetación espinosa, entre las lajas de rodeno que afloran a nuestro propio alrededor, ahí abajo o aquí arriba, es el mismo rodeno que hace saltar a la Bicipalo o a Camino, las coletas de Joa se balancean con el vaivén pero sigue dando pedales, ahora ya remontando un poco sobre la pista repleta de piedras, de regueros secos por los que este invierno resbalaban algunos cursos de agua que las hoquedades de la serranía derramaban.

A nuestra izquierda se alzan más peñascos de rodeno, mas bosquecillos de alcornoques mezclados entre pinos que van resquebrajando los macizos pétreos con sus raíces, penetrando como pacientes cuñas que durante decenas de años van avanzando buscando el agua, la humedad, los nutrientes. Van separando los estratos, abriendo grietas hacia las que se desliza el agua de lluvia, a veces se queda estancada y con las heladas terminan por fisurar aún mas la montaña..., a veces, mientras homo vive allí abajo, en los llanos que aún no podemos ver, un crujido suena en medio de la serranía, en su soledad natural y un canto de rodeno se desprende, rueda pendiente abajo y rebota sobre la pista, se queda quieto y Joa gira el manillar de Camino, la esquiva y sigue pedaleando..., voy tras ella y vuelvo a observar su cinturita, los relieves de la espina dorsal y los tendones tensos de sus antebrazos, como extiende y contrae sus piernas bien formadas y resistentes como las de una gacela..., y la pista se vuelve amarillenta o de un marrón muy claro, es una franja que ha teñido el camino desprendiéndose desde la montaña, vuelvo a mirar a mi izquierda y veo como los estratos han cambiado de tono, ya no es rodeno, es otro tipo de piedra que la erosión ha precipitado hasta la pista en forma de una arenisca que ha ido cubriendo el carril.

Seguimos remontando, buscando la trazada buena, la senda en la que hay menos piedras, sin hablar..., pero sonriendo, mirando a Joa cuando la adelanto, dando pedales y escuchando su respiración algo acelerada, ella también aumenta sus pedaladas y coronamos sobre una pista que ahora ha vuelto a cambiar de color, es grisácea, repleta de gravas prensadas..., son los restos de un apaño, tras las lluvias de hace algunos años, y al frente, por encima de nosotros ya no hay mas montañas, vemos como la pista desciende, como serpentea y sigue discurriendo bajo las cumbres, como va descendiendo hacia el Poll, como remonta hacia el cruce de Revalsadores o como sigue bajando hacia la Prunera, hacia el Berro o hacia la Cartuja de Porta Coeli después de coronar el collado de la Moreria..., y mas allá, la distancia azulada y mas turbia de la ciudad, de los llanos y de las tierras de avenidas en los que se asentaron las tribus y clanes mas numerosos de homo, esos que ya no escuchan los crujidos con los hielos ni el ulular del viento sobre las copas de los pinos..., el mismo murmullo que escuchamos Joa y yo.

- ¿Sabes...?, Pili, recuerdo que cuando preparaba el famoso viaje a Atapuerca, me daba miedo mirar los mapas militares, me daban miedo las curvas de nivel y ver que habían lugares perdidos en los que no marcaba ni tan siquiera una ruina... -confieso mirando hacia los pinos que crecen mezclados con los alcornoques- ..., no se, era una angustia extraña, incluso cuando salía a rodar por aquí y me cogía el atardecer, ese silencio, esa soledad volvía a angustiarme..., entonces pedaleaba mas fuerte y solo me relajaba bajo la ducha caliente.

Joa me mira y sonríe sin despegar los finos labios, solo los separa para acercarse la boquilla del botellín y beber..., observo sus coletas cayendo sobre sus pechos, disimulados bajo el maillot naranja, las piernas separadas a cada lado de Camino, sus cuadriceps congestionados..., termina, encaja el bidón y me mira.

- Es curioso que te pasara eso..., a mi me ocurre lo contrario, aquí estoy mejor que en mi casa, estoy tranquila y se que nada malo me puede pasar. A veces, cuando aun no refresca demasiado, aparco en Olocau y me subo andando por la Font del Frare hacia la senda de Tristan, a mitad de camino hay un pequeño abrigo, en un monte que llaman El Topero, solo cabe una esterilla. Allí me quedo, ceno un caldito, espero a que anochezca y me duermo. Al día siguiente me preparo un capuchino en el hornillito y me bajo a dar clases al instituto la mar de contenta y relajada.

- Joder..., que mujer.

- Uf..., pues no habré dormido veces al raso, incluso en el Pirineo.

- Vaya, vaya con la niña de las trenzas..., hala, vamonos, que ya estoy cansado y aún te tengo que cocinar las pechugas de pollo.

- ¡Ay que buenas...!, pues hala, vamos para abajo.

Unas pocas pedaladas y las bicis empiezan a ganar velocidad, engrano el plato grande, bajo un par de piñones y fijo la vista en la pista, salto un reguero, freno y viro a izquierdas, vuelvo a pedalear y de nuevo a frenar en otro viraje a derechas, trazo la curva y la pista se inclina aún mas..., las gravas blancuzcas han sido arrastradas por las aguas y de nuevo afloran las vetas de rodeno, algunos estratos rojizos que hacen rebotar las suspensiones, otra curva a derechas, llanea un poco, pedaleo y echo un vistazo rápido hacia atrás, distingo la silueta de Joa bajando, algo distanciada pero sin perderla..., vuelvo a pedalear y la pista va virando a izquierdas, remontando levemente, poco a poco pero suficiente para hacerme subir un piñón. Me levanto, doy unas pedaladas en pié, corono la suave loma y descubro a mi izquierda los abrevaderos de piedra amarillenta de la Font del Poll, un reguerillo de agua resbala hacia la Prunera y los tacos de las ruedas se hunden durante décimas de segundo en el barrillo, las avispan se apartan, revolotean nerviosamente, terminan posándose y los neumáticos de Joa vuelven a asustarlas..., durante décimas de segundos sus tacos se hunden en el barrillo, el débil caudal rellena los cuadraditos que se han marcado en el lodo y sigue discurriendo hacia el fondo del barranco..., vuelven a zumbar las alas de los insectos y el rumor de las bicicletas rodando cuesta abajo, alguna voz que nadie escucha, salvo ellos mismos y unos minutos después el discurrir del agua cayendo de una balsa a otra, el goteo del liquido resbalando por la montaña hacia el aljibe interior, entre el peñasco rocoso que se alza sobre la fuente abasteciéndola lluvia tras lluvia, helada tras helada y nevada tras nevada.

Vamos virando a derechas, trazando el amplio semicírculo y a la sombra de los pinares, a la derecha vemos los restos de algunas casitas y campos de cerezos, pequeños bancales casi abandonados y ya medio colonizados por la vegetación salvaje de la serranía.

- Bueno y ahora el ultimo repecho -anuncio cuando la pista empieza a girar a derechas, a dejarnos de nuevo bajo el sol y con los pinares a nuestra izquierda, elevándose rasurados por los últimos desmontes.

El camino empieza a subir repleto de piedras sueltas, asciende suave pero noto las piernas algo entumecidas y vuelvo a cambiar al plato mediano..., pero Joa mueve sus 32 dientes con brío, estirada sobre el chasis de Camino y sin quejarse, apretando los dientes..., la siento a menos de un metro de mi rueda trasera..., me giro, la miro, sonrío, vuelvo la vista al frente y sigo dando pedales, agacho la cabeza, veo el manillar decorado con los tonos ocres y marrones, veo la Venus, la tierra bajo los platos ovoides, a mis zapatillas cubiertas del polvo rojizo de la Calderona, de las blanquecinas rampas que hemos remontado cuando subíamos hacia el Pico del Águila..., veo por la izquierda la trazada ascendente de la pista que sube desde la Font del Berro, justo a salir al collado de la Moreria..., el mismo que alcanzamos y que abre su lomo en un cruce d caminos flanqueados por terraplenes de rodeno entre los que asoman las raíces de los pinos retorciéndose en el aire, aflorando, asomándose como serpientes fosilizadas..., resoplo, inspiro profundamente, voy dando la vuelta como un buey empujando de una noria y veo a Joa. Apenas si le he sacado unos metros.

- ¿Será posible que vayas mejor ahora que cuando hemos empezado...? -le pregunto sacando el botellín y dando unos tragos de agua.

- Si..., me van mas las distancias largas que las cortas o medias.

- Pues yo ya ando un poco corto de fuelle.

- Hombre..., con las subidas que te estas pegando.

- Bueno... -murmuro- será por lo de los platos ahuevados o porque trato de impresionarte..., je,je,je..., bueno venga, vamonos..., ahora tiramos por los cartujos.

Joa sonríe, pedalea, salgo tras ella y el camino vuelve a desplomarse, la pista se estrecha en perspectiva, se alarga con los brumosos horizontes de la civilización al fondo, una planicie oscura, turbia..., entre montañas y colinas que van descendiendo, perdiendo altura..., como nosotros. Cambio otra vez al plato de 44 dientes, bajo dos piñones, pedaleo y me levanto, me coloco como siempre, apoyado con los muslos y el viento vuelve a rozarse contra mis orejas, zumba, brama y se mezcla con los sonidos que llegan desde los neumáticos girando vertiginosamente, gruñen rebotando contra las piedrecillas, saltando sobre los lomos que cruzan el camino..., tintinea la cadena dando latigazos contra la vaina, contra el cuadro de la Primigenia, vibran mus piernas, tiemblan mis antebrazos y contraigo los dedos sobre las manetas, freno, pierdo velocidad, la masa, el peso se vence hacia delante y la horquilla se comprime, la goma delantera también..., giro a derechas, ahora a izquierdas..., freno un poco mas, vuelvo la cabeza y veo a Joa que me sigue sin problemas, pero bajando a su ritmo, sin arriesgar, con calma y aplomo.

Miro hacia delante y veo como el camino sigue cayendo, buscando el hondo, el fondo del valle reseco y mediterráneo. La pista se inclina rojiza, con un talud a mi izquierda y con el barranco a mi derecha. La Primigenia vuelve a lanzarse, vuelvo a colocarme retrasando un poco el cuerpo, concentrándome en la pista, en los surcos que descienden, tajando el carril cuando las aguas resbalan hacia el fondo de los cortados..., encaro un lomo, salto y vuelvo a caer sobre las dos ruedas, la Bicipalo se aplana, freno y giro a izquierdas, unas pedaladas y vuelvo a acelerar, a rebotar, a estremecerme con el golpeteo que las suspensiones no logran filtrar, vuelvo a dejar de oír cualquier sonido que no sea esa mezcla de zumbido, de ronquido continuo, de murmullo y de sonidos metálicos que llegan con el giro de las llantas..., desaparece la omnipresente veta de rodeno y asoma la tierra blanca, el yeso que refleja los rayos del sol.

Voy frenando poco a poco, dejo de pedalear, echo pie a tierra y saco la cámara..., ya no escucho el rumor, el traqueteo, tampoco el vendaval en mis oídos. Percibo la calma de la soledad y un rumor que se aproxima, el chirrido de unos frenos cerrándose contra los flancos de unas llantas y Joa asoma por la curva. También baja de pie, tratando de no encajar todos los golpes que Camino no puede absorver, ella solo lleva suspensión en la rueda delantera.

- No pares, no pares..., que ahora te cojo.

Sonríe y sigue descendiendo, traza a derechas, frena ante los bancos de gravas y vuelve a girar a izquierdas.

La pierdo de vista, guardo la cámara, monto y me dejo caer, doy unas vueltas a las bielas y llego a esas mismas curvas que Joa acaba de trazar, doy los virajes, a derechas, a izquierdas y encaro una recta que me hace sonreír, recordar que en este tramo me he encontrado mas de una vez con varios lagartos ocelados tomando el sol..., pero ahora no los veo, veo la espalda de Joa, sus trenzas y sus piernas, la veo girando a derechas..., acelero, giro a ese mismo lado, me voy acercando, me escoro a un lado y la adelanto.

- ¡Adiósss...! -vocea la maestra.

- ¿¡Viene usted mucho por aquí, señoritaaa...!?

Y sigo bajando sobre un carril que se va ensanchando y derivando a derechas, inclinándose mas y girando a izquierdas, apenas si deja ver otro desvío que sale a derechas y que baja a un pequeño bosque de enormes eucaliptos que dan sombra a la Font de Marge..., ese era mi rincón favorito cuando empezaba con el ciclismo de montaña. Salvaba la dura rampa que comenzaba justo a la entrada de La Pobleta, la escondida finca en la que durante un tiempo se refugió Manuel Azaña..., y remontaba pesadamente, forzando la espalda, las piernas y mi corazón poco entrenado, Cuando alcanzaba la sombra de los eucaliptos resoplaba satisfecho, apoyaba la bici en uno de aquellos árboles y durante unos instantes observaba el pequeño caño de la fuente como embelesado, casi hipnotizado..., rellenaba el botellín, bebía, me sentaba apoyado contra el muro y miraba hacia las copas de los eucaliptos. Las veía mecerse con la brisa que ascendía desde el mar y a veces llegué a ver como algunas d sus cortezas se desprendían y caían, emitiendo chasquidos, rozándose contra las ramas hasta que se posaban sobre una tierra blanquecina y repleta de miles y miles de sus alargadas hojas marchitas. Me quedaba allí, escuchando, relajándome, a veces escuchaba el descenso de algunos ciclistas y otras, muy pocas, la verdad, un seco repiqueteo, como el golpeteo de un pájaro carpintero que jamás llegué a avistar..., giro a izquierdas y vuelvo a pedalear, freno y giro a derechas, otra vez a izquierdas, pero muy abierta y el camino sigue inclinándose, surgen mas roderas y rocas bastante gruesas que ocupan los lados de la pista. Veo como la tierra aún se agrieta mas, como se asoman lajas de rodeno y como la sierra parece emerger, surgir de sus propias entrañas, rajando el camino, llenándolo de corcovas contra las que se comprimen las suspensiones..., freno, giro a derechas, trazo muy pegado al barranco, encaro otra recta en descenso, doy unas pedaladas mas y me sujeto al sillín con los muslos, presiono con los dedos sobre las manetas de los frenos XTR en V, la Bicipalo se hunde de delante ligeramente, paso la rodera tirando del manillar hacia arriba y aprovechando el rebote de la horquilla y doy un par de vueltas a las bielas. Veo el giro a derechas brusco, justo ante La Pobleta, vuelvo a tirar de frenos, me inclino un poco a ese lado, paso cruzado sobre un lomo de tierra rojiza, veo otro talud enorme ante mi y giro a izquierdas, desparece de mi campo de visión y reaparece la pista. Desciendo con los pinares crecidos en lo alto del terraplén y con el barranco que baja hasta la cartuja, ahora a mi izquierda, aminoro un poco, me relajo, vuelvo la cabeza buscando a Joa y la veo trazando la doble curva.

La lengua de rodeno continua cayendo, perdiendo altura y los neumáticos siguen rodando y rodando, levantando una estela de polvo que no veo, que dejo tras de mi, tras la Primigenia..., pero si veo las sombras que proyectan las coniferas sobre la pista y los viejos muros de sillares de rodeno que se levantan a mi izquierda, descubro los restos de un viejo alambre de espino, oxidado, cubierto de herrumbre y casi perdido entre la vegetación que crece salvaje en esas parcelas contenidas en las terrazas..., pierdo algo de velocidad y percibo como si la dirección flotara ligeramente, cambia la rozadura de las gomas y los pequeños tacos de las Dry2 se hunden en la arena que cubre ahora mismo el carril, piso algunas ramitas, los restos de algún desmonte y dejo de pedalear, dejo que las ruedas giren sin dar vueltas a las bielas y bajo la vista al camino, me distraigo y una rueda asoma por mi izquierda.

- ¡Coñosss...!, que susto me has dado -exclamo- no te he oído llegar.

- Si, si..., eso es que pensabas que me habías perdido.

- ¿Perderte a ti...?, te podría dejar atrás, pero tu jamás te perderías por estas montañas..., y no lo digo por el dichoso GPS.

Joa me mira y sonríe, pedalea y se adelanta unos metros..., ahora si puedo ver esa estela de polvillo que dejamos atrás, puedo ir viendo el rastro que dejan sus IRC de taco espaciado y por delante de ella, por delante de sus hombros, por delante de su cinturita, por delante de sus oscilantes rodillas..., puedo ver las estancias de la cartuja de Porta Coeli, el campanario aguzado, las paredes, las estrechas ventanas, los muros que encierran a los monjes, a sus vidas..., que se aguantan entre contrafuertes, los tejados inclinados, los vértices que confluyen, los rincones íntimos, los cipreses espigados que sobresalen de entre esas celdillas, de entre las salas y miradores, de entre la cambiante arquitectura de un monasterio que fue cambiando de aspecto, de estética, de estilo según los caprichos de los diversos mecenas o creyentes adinerados que donaban cantidades a los cartujos y que pagaban a los arquitectos que añadían elementos y salas sin seguir un estilo armónico..., y pasamos bajo el acueducto, aflojamos un poco y echamos unas miradas a sus contrafuertes, a los recios pilares que sustentan los arcos apuntados que sostienen el caño que corre por encima de nuestras cabezas.

Paramos y miramos hacia arriba, descubrimos un viejo tendido eléctrico con aislantes de porcelana, anclado a esas piedras de rodeno talladas y colocadas por esos viejos y casi extintos maestros canteros. Observamos la obra, en pie, aunque algo inclinada después de mas de mas de 600 años abasteciendo de agua a la cartuja.

- La fuente está metida en una gruta -comento- hace años, bueno pues hará unos cinco o seis, yo venia por aquí como quien se asomaba al fin del mundo, subía al Marge y pensaba que había coronado el Everest.., pero un día me quedé mirando el acueducto y decidí subir por ahí - y señalo a un camino, cerrado por una cancela que sube hasta desaparecer en el pinar que crece por encima de los bancales de naranjos- el camino se hace senda, al final di con la estrecha acequia, la fui siguiendo hasta que terminaba internándose en un covacha que profundizaba unos metros en la montaña..., de allí dentro salía el agua, un reguerillo que fíjate los años que lleva manando.

Joa mira hacia esos pinares, sonríe y me mira sin dejar de formar ese gesto con sus finos labios.

- Ellas son así, las montañas pueden ser eternamente generosas.

- Si que lo son, si..., venga, vamos a continuar que estoy a punto de sufrir una insolación.

- Venga va.

Volvemos a montar, damos unas pedaladas, a la sombra de los picudos cipreses que flanquean el camino y remontando ligeramente entre canchales de rodeno hacia el tramo asfaltado que empieza justo en la puerta del monasterio.

La dejamos a nuestra izquierda y rodamos ya sobre asfalto, la carretera vuelve a remontar suavemente, a la sombra de esos mismos cipreses hasta que coronamos, hasta que alcanzamos el lomo de la cuesta y de nuevo cae sobre nosotros ese sol que ya esta alto y que parece jugar al escondite entre las nubecillas que el viento del norte fragmenta y empuja en ese mar sin limites, infinito y de un azul claro que verdaderamente no existe, es la ilusión óptica de homo..., el monte bajo regresa al borde de la carretera estrecha y que ya empieza a picar hacia abajo, la gravilla se mezcla con la misma tierra de la serranía en los bordes y el pinar vuelve a crecer aislado, formando bosquecillos entre el relieve de unas montañas que ya merman, que pierden altura, que se van desgastando o que murieron de la mano de ese mismo homo que limpió las tierras, que desbrozó la loma en la que se alza esa solitaria ermita, a nuestra izquierda o que limpio los campos en los que hora crecen los olivos replantados por los monjes..., la carretera se estrecha, se revira, trazamos la doble curva y nos encontramos con el enorme pino milenario a nuestra derecha. A veces veo a matrimonios de edad, que aparcan por aquí y tienden un par de hamacas bajo su amplia sombra, ellos suelen leer el periódico, ellas también o pasean y rozan con sus manos las plantas que crecen alrededor de la venerable confiera, recolectan algunas ramitas de romero o tomillo pero no se atreven a explorar el senderito que sale de la explanada, suspiran y alguna vez miran hacia sus piernas, ya hinchadas, con las varices aflorando azuladas o rojizas bajo la piel blanca, decolorada tras el invierno..., suspira y mira hacia el marido, ya no ve bien de cerca y arquea las cejas para leer, también medio abre la boca en una mueca que a veces le desagrada y sabe que en un ratito se levantará y le preguntará por la fiambrera..., pasa alguien por la carretera, escucha las voces de alguien y descubre a los dos ciclistas que parecen bajar desde la cartuja..., uno de ellos es una chica. Los sigue con la mirada hasta que desaparecen tras el monte..., ella subió muy pocas veces en bicicleta, eran para los hombres y los niños. Los mayores las usaban para ir al trabajo, la guardia civil también patrullaba en ellas y los carteros también..., recuerda que el afilador también llegaba con una bici, pero distinta y sonríe al recordar que ese hombre nunca dejaba de pedalear, pedaleaba para ir de un pueblo a otro, de una casa a otra y pedaleaba para mover la muela de la que salían chispas, de la piedra que se comía el metal de esas tijeras con las que su madre le cortaba el pelo, a ella y a sus hermanos. Recuerda que le gustaba ver aquellas chispas que se apagaban antes de llegar al suelo y también que las alpargatas de aquel afilador estaban llenas de puntitos negros, de pequeños agujeritos que abrían las estrellas al caer en ellas.

El pinar vuelve a crecer pegado a la carretera, vuelve a mostrarnos sus raíces al aire sobre el talud descarnado, cubrimos el último repecho y nos dejamos caer hacia el aparcamiento de Porta Coeli, nos salimos del asfalto, volvemos a rodar sobre tierra y Pili suelta una risa.

- ¡Ostras...!, ya no hay nadie aquí, somos los últimos en volver.

- Y eso que fuimos los primeros en salir -replico- mujer, es que la ruta no ha sido moco de pavo.

Apenas unas vueltas más de los platos, de los piñones..., y llegamos al Focus familiar de Joa, echamos pie a tierra y de nuevo una de esas ráfagas de viento levanta una tenue polvareda, remueve la pinocha y amaina..., Joa se inclina levemente hacia su GPS, manipula alguno de los botones y me va mostrando el perfil de la etapa.

- Mira, con razón somos los últimos..., bueno si hubieras ido tu solo habrías acabado antes..., mira, mira

Me inclino hacia la pantalla y veo las graficas de los desniveles, una serie de picos y valles, de subidas y bajadas, los perfiles de la pista forestal trepando hacia las cimas o desplomándose hacia los hondos.

- Mas de 1400 metros de desnivel..., parece el perfil de una carrera -comenta Joa, satisfecha.

- Bueno..., es que quería sorprenderte..., ah, te digo como llegar al chalé. Es fácil, sales de aquí hacia abajo, hacia los cuarteles, en la rotonda giras a derechas en dirección Olocau, vas subiendo y te encontrarás con otra rotonda, sigues hacia Olocau y al poco verás un carril de deceleración que anuncia las urbanización Els Pinars, yo te estaré esperando si llego antes y si no, pues eso, me esperas tu.

Joa afirma con la cabeza y sonríe, se quita el casco y saca el GPS del soporte, lo apaga, saca las llaves del Ford y lo abre.

- Me espero y te ayudo a meter la bici.

- No, no..., tranquilo, que siempre lo hago sola..., vete tu que aun tienes que pedalear mas.

- Unos seis kilómetros.

- Eso es la guinda del pastel, ¿no...?, anda, que te marches, que yo no tardo nada.

- Bueno venga..., ahora nos vemos.

Vuelvo a montar, empujo el pedal, encajo las calas y empiezo a remontar el repecho que sale desde Porta Coeli hacia el Portixol, hacia la cueva de Soterraña, hacia las fuentes de la Gota, de la Vella, del Berro, hacia el barranco de Vigueta, hacia Revalsadores..., la pista se alarga blanquecina ante mí, silenciosa, desierta. Voy esquivando los badenes y me desvió a derechas, dejo de pedalear durante unos metros, hasta que la pista vuelve a subir..., aprieto contra las bielas y noto un cosquilleo entre los cuadriceps, algo de sed y un leve escozor en los ojos, el sol intenso sobre mi cabeza, casi destiñendo el verde del pinar joven que me rodea, volviendo el cielo de un tono demasiado claro, velando el borde las nubes..., algo de sed, un leve escozor en los ojos, el cosquilleo en los músculos cansados, la soledad de aquellos otoños, después la del invierno, cuando rodaba con Los Osos y se terminaba la etapa aquí, en Porta Coeli y yo regresaba a solas al chalé, cansado, abatido..., durante esos primeros años. Ya han pasado más de cinco y continuo rodando por las mismas pistas, pero ya no regreso abatido, cansado si..., pero hoy ha sido distinto y creo que una leve sonrisa tira de las comisuras resecas de mis labios.