Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 19 de febrero de 2010

Amaneciendo junto a ella, en "DIARIO DE HOMO".



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   - Cariño…, que son las siete y media –susurró ella bajo las sabanas, con sus labios tan cerca de mi rostro que la besé antes de contestar.
   - Buena hora para seguir dormitando.
   - O para preparar el café…, no te muevas de aquí…, no quiero que salgas de esta cama ni de que te vistas… -murmuró levantando las mantas y mirando bajo ellas.
   - Bien.
   Noté como ella dejaba cama, escuché las patitas de Perdut sobre el suelo, como un pequeño bailarín de “claqué” que un nunca se quitara las chapas metálicas y me quedé quieto en la cama, observando el hueco vacío pero aún caliente de ella, la escuché por la cocina, también el sonido metálico de las dos cafeteras y mas tarde el chasquido de la tostadora, el gorjeo de las cafeteras…, pero no me moví del lecho.
   Joa llevaba varios días en los que le apetecía llevarme el desayuno a la cama…, pero yo siempre saltaba antes o me “escapaba” como decía ella. Hace unos pocos meses ni se  planteaba darme el desayuno en el dormitorio, a eso de las seis de la madrugada me veía saltar de la cama…, pero desde que no tengo trabajo todo va cambiando poco a poco. Ya no salto de la cama y los viernes amanezco junto a ella…, a gusto, imagino que también algo abatido o desanimado, también puede que avergonzado por haberme rendido a esta crisis que parece que poco a poco nos va engullendo a todos.
   La imagen de una balsa de troncos siendo arrastrada río abajo aparece cada dos por tres en mi mente, alguien pretende timonearla con una larga pértiga…, imagino que soy yo. Veo las orillas repletas de pinares, de confieras que recuerdan con sus ramas inclinadas a los tejados de las pagodas. A veces también veo esos troncos empapados, aún cubiertos con la corteza y atados con fibras vegetales que poco a poco a se van pudriendo con la humedad…, y también veo el rostro sonriente de Joa, la bandeja con los cafés y las tostadas que ha dejado sobre el colchón.
   - Creo que es la primera vez en mi vida que me traen el desayuno a la cama… -confieso dando un sorbo al Marcilla torrefacto con una pizca de leche condensada.
    Sigo dando sorbos, mordiendo las tostadas empapadas con el aceite de la Sierra de Espadan, ese que tanto gusta a Joa, mirándola o volviendo la cabeza hacia la ventana del dormitorio. Veo las azoteas, los áticos más altos que rodean a estos viejos bloques de viviendas, veo antenas de televisión, como alambres que se recortan contra un cielo que poco a poco se ilumina, un poco velado por decenas de miles de cristalitos de hielo que se estancan en las alturas…, hasta que suena el móvil, me levanto desnudo, rodeo la cama y contesto. Es un cliente que me pregunta si estaré en la carpintería dentro de veinte minutos.
    - Tranquilo, no molestas…, si, si que estaré dentro de veinte minutos, ahora me monto en Run-run y cabalgo hacia allí.
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      Cabalgando.
      Bajo los primeros escalones y me giro hacia Joa, me da otro besito desde su puerta pintada de azul, como las paredes de su dormitorio…, ese dormitorio que en verano se llenaba con una brisa de levante que se colaba por la ventana y refrescaba todo el ático…. inundado de una luz que ya echo de menos.
     - Besitos cariño…, muac, muac.
    Sonrío y termino de bajar las escaleras, salgo al patio interior y durante unos instantes me quedo quieto junto a ella, junto a Run-run…, miro a mi alrededor y veo las melias desprovistas de hojas, algunas palomas posadas en sus ramas desnudas, veo las fachadas interiores del bloque, algunas prendas tendidas y un pedazo de cielo. Percibo la calma de este curioso espacio íntimo, como una burbuja en medio de la ciudad, como otro barrio dentro del barrio. No se escucha ningún tráfico, nada se mueve en este espacio, tan solo el paso sigiloso de algún gato o la presencia de alguna vecina, ya de edad y en batín. A veces se me ocurre un relato…, la historia de alguien que termina viviendo aquí dentro, sin salir fuera…, de nuevo el decorado de Truman. Alimentado por los vecinos y asomándose de vez en vez a la rejilla de los portalones metálicos que dan a la calle. Vagaría  como el preso por el patio del penal, charlando con esas vecinas que a veces salen a pasear los perritos por miedo a salir a la calle, por miedo a abandonar el recinto, la protección de los viejos bloques de humildes viviendas alzadas sobre las caras viejas y erosionadas del ladrillo visto…, pero tengo que salir a la calle, no puedo quedarme aquí esperando a que Joa pierda alguna prenda para poder llamar a su puerta, para devolvérsela, para tratar de que me invite a un café…, a veces la veo salir a tender, ella ni me ve…, y termino buscando el sol en el patio interior.







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 Por las noches, si hay nubes…, el patio se llena de una curiosa luminescencia y si está despejado las estrellas apenas si pueden iluminarlo, tan solo la luz que escapa de las ventanas. Terminó acostándome bajo la mesa de unos vecinos que en verano comen y cenan en el patio…, ahora en invierno dejan la mesa y las sillas, apenas salen al patio pero si que sueltan a Luna, una perra inmensa que ya no me ladra…, agacha su cabezota, me mira y se pasea por el patio, tampoco hace caso a los gatos…, es curioso, no son de nadie pero están ahí, muchas veces les robo la comida…, aunque a veces pienso que soy un gato, por eso los vecinos me dejan vivir aquí, si, aquí se está seguro.
   Me paro junto a Run-run, me coloco el casco Vintage, los guantes de piel y tiro de ella por las riendas, sin ponerla en marcha hasta que la saco a la calle. Cierro la puerta del patio y miro a mi alrededor…, ya hay un poco mas de luz, me gusta poder ver, haber dejado atrás la noche…, le doy a la palanca y el motor arranca enseguida…, monto, los amortiguadores traseros se hunden ligeramente y espero un rato a que el monocilíndrico gane algo de temperatura…, aprieto el embrague y con un clank metálico entra la primera…, Run-run se mueve dócilmente sobre la acera, bajo a la calzada y poco a poco voy ganando velocidad, voy subiendo de marchas, voy acelerando o frenando, voy viendo la ciudad a través de la visera del Vintage, voy sintiendo las vibraciones del 125, me siento envuelto por el sonido y ya lo encuentro familiar…, veo al frente, al otro lado del río las siluetas de las Torres de Serranos, la Señera apenas si ondea y giro a derechas, vuelvo a acelerar, ruedo entre el tráfico y los coches ruedan junto a mi, me adelantan o los adelanto yo…, si suelto la mano del T-bar podría rozar la chapa, podría empujarles, sentirlos, tocarles como hacen los corredores en los San Fermines con los astados…, clank, cambio a quinta y percibo el vértigo bajando hacia el túnel…, me olvido del silencio que invade la carpintería, me olvido del teléfono muerto, mudo, me olvido de la libreta de pedidos, de sus paginas en blanco…, solo monto sobre Run-run, solo eso.
   Run-run y yo nos inclinamos dando el viraje sobre el puente de Campanar, rodamos un poco mas y volvemos a inclinarnos al entrar en el barrio…, y recuerdo que siempre no ha sido así, durante esos primeros kilómetros, dar uno de esos giros era una tortura, un reto…, entro en mi calle, me subo a la acera, punto muerto y reculo hasta la puerta de la carpintería.
   Un hombre sonríe tras la ventanilla de su Picasso…, es mi amigo Juan y sonríe satisfecho al verme sobre Run-run, al verme desmontar y colocar la “pata de cabra” sin vacilar.
    - ¿Qué tal Pedro…? –me saluda saliendo de su monovolumen y observa a Run-run- mira que es bonita la moto… -murmura mientras abro las puertas de la carpinteria y desconecto la alarma.
    Run-run suena roncamente al relentí, le quito el contacto  y entonces reconozco el sonido del motor de la Transit de mi cliente y tras él, el ensordecedor bramido de dos maquinas barrederas del ayuntamiento…, en eso suena el móvil, miro la pantalla, es el de casa, contesto…, es mi madre.
    - El papa que subas… -susurra aún somnolienta.
    - Vale, que se espere un poquito... –contesto metiendo a Run-run en su rincón.
    Todo se precipita, mi cliente tiene que subir la furgoneta a la acera y las barrederas se quedan bloqueadas.
    - ¿Vais a tardar mucho…? –pregunta uno de los chóferes.
    Ayudo a Julio a sacar el armazón de un sofá y dos pequeños Topolinos, unos pequeños sillones orejeros a los que he tenido que suplementar las patas…, Juan ya ha cargado sus dos sacos de leña, las barrederas siguen esperando…, la Transit da marcha atrás, Juan se despide preguntando.
    - ¿Se anima el trabajo o que…?
      Niego con la cabeza, mi amigo de 67 años aprieta los labios y también cabecea…
     - ¡Pedriiinnn…¡ -vocea Julio, el tapicero- cuando tengas un ratillo hazme el otro Bretos y así lo pongo en la exposición.
     - Vale…., lo haré de 1.75.
     El cliente se despide y Juan sale con su Picasso tras él, cierro los portones de la carpintería y la barrederas terminan de pasar, escucho el bramido de los motores, los zumbidos de los cepillos…, pero poco a poco se van alejando calle arriba y regresa el silencio…, tan solo percibo los crujidos de Run-run enfriándose poco a poco y de nuevo el molesto ruido de las maquinas de limpieza cuando salgo del taller y me encamino hacia casa a levantar a mi padre…, como todos los días de la semana desde hace seis años.
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   Y rompió a llorar.
    - ¿Seis años estoy así…? –se sorprendió mi padre días atrás, cuando mi hermana Mónica y yo íbamos a levantarlo. Se cubrió la frente con su mano izquierda, la única que puede usar después del ictus y lloró como un niño de 83 años.
   Mónica y yo nos miramos…, entonces nos dimos cuenta, nuestro padre vivía en una ilusión retenida en el tiempo, un tiempo que duraba unos meses o unas estaciones, invierno o verano…, tras las cuales todo volvería a ser como antes, volvería a andar, a hacer la compra, a dirigir la carpintería o a comprarse un Smart para ir a las Tierras Altas con mi madre, ellos dos solos…, no era consciente de que habían pasado seis años.
   Los estuvimos observando lloriquear hasta que se calmó…, se quitó la mano del rostro y se volvió hacia nosotros.
    - Bueno…, ¿es que no pensáis levantarme…? -protestó sin rastro del llanto.
    Pusimos sus ropas a calentar y al ratito terminamos de vestirlo, lo sentamos en el sofá del comedor y mientras daba sorbos a su vaso de soja con Cola-cao, volvió a mirarme con esos ojos azules suyos, saltones y aún con un brillo intenso.
   - Sube dentro de un rato que creo que cagaré.
   - Ahora me voy a cobrar a Comes.
   - Con la moto…, ¿no…? –aventuró cabeceando y apartando la mirada, como intentando verse a si mismo cuando tenía unos treinta años- yo tuve dos…, una Ossa y una Derbi…, una vez me caí, venía de la serrería de Emilio Martínez, ya no me acuerdo si derrapé o metí la rueda en las vías del tranvía… -trata de recordar mientras vuelve a beber. Yo si que recuerdo aquellos tranvías y los chispazos que surgían de las catenarias, me encantaba seguirlos con la mirada, seguir el trazado aéreo de los cables tratando de ver aquellos destellos azulados- pero llevaba barras de respaldo atrás y la moto no me pisó…, pero me rompí los pantalones…, una vez quedé con unos amigos para ir a Madrid a ver el Valencia…, con las motos… y no vino nadie…, y ahí me iba a quedar yo…, me fui solo a Madrid y en el primer garaje que vi dejé la moto y me fui andando al futbol.
   - ¿Y no te pasó nada durante el viaje…?, ¿cuánto tardaste…?
   Mi padre me da el vaso vacío y aún caliente, busca el mando a distancia de la televisión y la enciende.
   - Ya no me acuerdo de nada…, solo que no vino ninguno de mis amigos y me fui solo…, -repetir.
    - ¿Con esta te fuiste…? –le pregunta mi hermana Mónica abriendo el viejo albun de fotos.
    Tarda unos segundos en reconocerse…, y vuelve a llorar.
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jueves, 11 de febrero de 2010

¿EN QUE MOMENTO DE NUESTRA HISTORIA DEJAMOS DE SER CUADRUPEDOS..?, ¿CUANDO COMENZAMOS A CAMINAR SOBRE NUESTRAS PIERNAS?.


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 "Nacidos para correr", con esa afirmación el periodista Luis Miguel Ariza nos invita a retroceder hasta hace unos 4,4 millones de años, momento en el que los primeros primates bípedos dejan sus huellas, todas ellas barrridas por el viento de la prehistoria humana , menos unas pocas que  algo mas tarde, quedan de forma impresa en las cenizas calientes de Laetoli, en la actual Tanzania.


                                    Primeras huellas humanas fosilizadas en Laetoli, primera prueba de un bipedismo real hace unos 3.6 millones de años. Unas improntas que quedarón impresas en la mezcla de lodos y cenizas que lanzó a la atmófera el volcan Sadiman.


  Nos cuenta, con la ayuda inestimable del paleoantropólogos, Owen Lovejoy, como se producen las variaciones óseas y anatómicas para que de una vida arborícola y de una locomoción a medio camino entre la cuadrúpeda y la braquiación, es decir a la de moverse tendiendo los largos brazos de unas ramas a otras, pasasen al bipedismo.
    También nos cuenta las ventajas que supone esa marcha erguida sobre los miembros inferiores, se habla de la menor exposición al sol, algo necesario cuando se abandonan las zonas sombreadas y húmedas de las selvas, se habla también de la nueva capacidad para transportar vituallas y alguna potencial herramienta, en esos miembros superiores liberados, incluso se comenta que esa marcha erguida acelerará nuestro extraordinario desarrollo cerebral…, y sería así, pero se olvidan de comentar como surge esa selva fragmentada que poco a poco se va convirtiendo en la actual sabana y que es el verdadero origen del bipedismo.
   Un espacio abierto, muy soleado, con escasa cobertura arbórea y que obliga a esos primates a explorar en busca de alimentos sobre tierra firme, lejos de la protección que les brindaba el dosel selvático.
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La muralla del Ruwenzori.
Hace 7 millones de años la tierra se fractura en la actual África oriental, se estremece y la selva se llena de aullidos, de gritos y de sombras que vuelan entre su follaje, de primates que huyen despavoridos mientras que de las entrañas del continente surge un gruñido denso que agita los árboles, las lianas, los helechos…, el suelo parece desplomarse a un lado y emerger al otro, se alza una muralla infranqueable y las nubes de lluvia se irán disipando lentamente, los vientos húmedos cesaran, se enmarañaran en las tierras altas surgidas con la fractura de la falla del valle del Rift y la selva que queda a los pies del inmenso talud se irá desecando, perdiendo la fronda, la espesura, el dosel…, los frutos escasearan, el sol atravesará el ramaje menos espeso y alcanzará un suelo que durante miles de años permaneció nutrido y vivo bajo capas de rico humus. Los helechos se irán marchitando y el agua del rocío o de la lluvia dejarán de recogerse entre las hojas y las flores, los primates dejaran de sentir el agua sobre sus cuerpos,  asomados sobre el dosel, dejarán de ver los perfiles del continente desde las alturas y mirarán hacia abajo, hacia la tierra de la incipiente sabana, hacia los charcos que surgieron con la ultima lluvia.
Una sombra se precipitó desde las alturas y sus cuatro miembros emitieron un sonido sordo al caer sobre tierra firme…, se quedó quieta, olisqueando, sin apenas poder ver en medio de un enmarañado bosque bajo, duro y espinoso. Ya no podía ver ese reflejo cristalino del agua, apenas si podía olerla.
Cargó el peso sobre sus caderas, se irguió lentamente, miró por encima del matorral y descubrió la manchita de líquido. Apartó las ramas que se clavaban en su cuerpo cubierto de vello, logró atravesar el matojo y se inclinó para poder beber.
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No nacimos para correr, nos fuimos adaptando…, pero si nos condujo a nuestra condición humana.
A veces “Muy” tiende a antropizar, a concebir la evolución de homo como un camino trazado hacia sapiens…, y desde luego no es así, la evolución es adaptación al paisaje del momento, a las condiciones climáticas y ambientales del habitat, del entorno físico.
Desde el momento en que se produce esa fractura en el Rift, las familias de primates cuadrúpedos y arborícolas quedan separadas para siempre, en ese momento comienza una divergencia genética. Muchos individuos que quedan en el lado seco tendrán que utilizar nuevas técnicas para la búsqueda del alimento en tierra firme, se verán obligados a bajar de los árboles, entre otras cosas, porque existirán otros congéneres que serán mejores que ellos a la hora de moverse entre la escasa cobertura arbórea que quede. Esos competidores que no bajaran contarían con algunas ventajas genéticas, con pequeñas mutaciones que probablemente los harían mas livianos, mas ágiles a la hora de saltar entre ramas distantes, posiblemente poseerían un mejor olfato, pero al tiempo no serían demasiado buenos para sostenerse sobre dos piernas, por eso continúan ocupando esos espacios elevados, se quedan allí arriba, se adaptan, se especializan y desplazan a esos otros que terminarían bajando a la sabana para poder sobrevivir.
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Torpes e inseguros.
Con la ayuda del doctor en antropología, Owen Lovejoy, Luis Ariza describe como se va produciendo esa adaptación, nos trasmite las palabras del antropólogo y nos describe a Ardi, el primer homínido del que no se duda de su bipedismo…, y estamos hablando de unos restos datados en unos 4 millones de años de antigüedad.
De aquellos primeros primates capaces de sostenerse y moverse sobre las piernas, de apenas 1,20 metros de altura y de mas o menos 50 kilos, se irán seleccionando las nuevas fuentes genéticas, irán surgiendo nuevas familias bípedas con una clara diferencia corporal entre ellas, los habrán ligeros o gráciles y otros corpulentos y con mayor masa muscular, con osamentas mas pesadas y con denticiones también distintas adaptadas a la masticación de semillas recubiertas de gruesas cáscaras, de tallos duros y correosos.
 Es curioso como la Selección Natural volverá a favorecer la ligereza física, la agilidad frente al tamaño, frente a la corpulencia…, hace 65 millones de años los ciclópeos dinosaurios no pueden soportar el cambio climático brutal que acompaña al cataclismo cósmico…, pero si esos pequeños lémures que son capaces de cobijarse en pequeñas cuevas, en recovecos, en grietas.
Y hace bastante menos, hace unos 30.000 años, se extingue el ultimo homínido bípedo que cohabita con sapiens…, neardental, un humano robusto y fuerte, enmudece para siempre frente a esos otros humanos, mas esbeltos, mas ligeros, de nuevo gráciles…, como los australopitecinos ligeros que iniciaron nuestro linaje y desde luego, también el de neardental.
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Siempre África.
En las tierras del continente Madre continuará esa Selección Natural, las especies bípedas continuarán su camino, su adaptación. Los ejemplares robustos terminarán desapareciendo, el bipedismo mas eficaz, combinado con otras habilidades manuales y cerebrales seguirá favoreciendo a alguna de esas familias, seguirá facilitando ese medio de locomoción y provocará algo que nos hará mas humanos…, como anunciaba el titular de “Muy”.    
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Las nuevas pelvis de los bípedos y sus estrechos canales de parto.
El murmullo de aquellas lluvias, de aquellas tormentas, el destello de los relámpagos lejanos y el olor del polvo de la sabana elevándose con las primeras gotas de agua, el sonido seco y continuado de la precipitación sobre las hojas de la selva, cayendo sobre la capa de hojarasca, de humus…, los chillidos de los primates que se movían como oscuros fantasmas entre el dosel y sus ojos observando curiosos a esos otros que se movían por abajo, de mata en mata, apartando las lianas que aún se descolgaban hasta la tierra, viendo a las madres primates buscando rincones  en los que parir…, hace casi 3 millones de años, en la cuna africana.
Los ojos la siguieron en su vagar confuso y en su doliente parto…, hasta que su grito restalló en medio de una selva que se deforestaba lentamente, en medio de una selva que retrocedía pero que aún conservaba cierta fronda, que aún brindaba cierta protección, que recordaba a como era todo antes, cuando parían en los nidos forrados de hojas y sin dificultades. Pero aquella hembra, una de esas que estaban mas tiempo sobre sus patas inferiores que entre los árboles…, volvió a lanzar un grito agudo que llenó la espesura de voces, quejidos y aullidos, de batir de alas y de la gutural respiración de un felino…, después el sollozo, las toses y el sonoro llanto de un pequeño homínido recién parido. La hembra lo pegó contra su pecho y los músculos faciales tiraron de sus comisuras hacia arriba al tiempo que se inclinaba hacia la cabeza del bebé y lo lamia, nadie vió esa sonrisa, nadie vió ese gesto…, salvo aquellos ojos que permanecieron escondidos entre la maraña de hojas, lianas y trepadoras que espesaban los lindes de la selva…., abrió la boca y mostró unos enormes caninos, lanzó una especie de gruñido y la hembra alzó los ojos hacia él. Lo descubrió allí arriba, esperando a que hubiese abandonado a su bebé muerto…, como les había pasado a otras tantas del clan, pero el suyo no había muerto, ella lo había podido parir, quizás demasiado pronto, quizás prematuramente, quizás demasiado pequeño e indefenso…, ella no lo sabia, pero era el precio por caminar sobre sus piernas, por moverse erguida por los paisajes surgidos tras aquel enorme terremoto, cuando parte de la selva se elevó y otra se hundió entre las arenas.
Para poder caminar erguidos, nuestros ancestros arborícolas fueron seleccionando una serie de rasgos óseos y musculares que durante miles y miles de años fueron generando un movimiento mas armonioso, mas eficaz, mas seguro…, pero a un precio que nos haría mas humanos y que como he dicho antes, nos conduciría hasta nosotros.
Una de esas modificaciones en nuestra estructura ósea fue la de modificar notablemente la arquitectura de nuestras pelvis, básicamente se estrechó, recibió nuevas inserciones musculares y al tiempo el canal de parto se estrecho y reviró…, a partir de ese momento los alumbramientos se complicarían muchísimo, las hembras, que hasta entonces habían disfrutado de un canal de parto casi recto y amplio, tanto que les permitía asistirse a ellas mismas…, verían como se complicaban tremendamente.     
                                    Ilustracion  de Mauricio Antón extraida del libro "La especie elegida", de JuanLuis Arsuaga e Ignacio Martinez. Se puede observar como se estrecha el canal de parto y el espacio libre entre las caderas

                                  De nuevo Mauricio Antón ilustra, en "La especie elegida" y de forma clara y precisa, como se dificulta el parto con la marcha erguida.


   Los bebes nacían mirando a esas madres arborícolas y ellas mismas podían limpiarles las fosas nasales o la boca para facilitar esas primeras bocanadas de aire, incluso podían liberarles de las posibles complicaciones provocadas por el cordón umbilical.
Las hembras bípedas sufrieron para poder alumbrar a sus retoños, el neonato se tenía que retorcer, nacía boca abajo y de manera prematura…, nuestro cerebro ya había comenzado a aumentar de volumen y ese factor era incompatible con la nueva pelvis. Aquellos bebés de Homo habilis, de Homo ergaster y de todos esos homos, cuyos restos fósiles, jamás hallaremos convirtieron el parto de sus hembras en acontecimientos sociales.
Las mujeres se ayudaban a parir entre ellas y permanecían muchísimo tiempo al cuidado de unos bebés inútiles, dependientes y muy pequeños, torpes y llorones, que necesitaban continuos cuidados y de un largo aprendizaje, que socializaron profundamente aquellos clanes o manadas primigenios…, pero que unos millones de años después serían capaces de ver la falla del Rift desde el espacio, esa fractura que desecó la selva y que invitó a homo a erguirse por primera vez en la historia de La Tierra, en la historia de la humanidad, en la historia de este planeta…, rodeado por el cosmos, por la oscuridad del universo, flotando en el silencio del vacío y como deformado en la visera del astronauta que ya no se movía sobre sus piernas, que permanecía ingrávido y que observaba el espectáculo…, el giro de las borrascas blancas, la inmensidad de los mares y océanos, los continentes de un color marrón y a veces verduzcos.
  
   
   
 

   
    
    
    
  
   







lunes, 8 de febrero de 2010

Mis primeros 1000 kilometros a lomos de Run-run, en "Run-run Zing, diario de una humilde custom 125."


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   - Cuando hagas 1000 kilómetros, nos llamas y te daremos cita para la primera revisión.
   Recuerdo aquellas palabras del vendedor, cuando a finales de noviembre me monté por primera vez encima de la Zing.
   - Madre mía, de aquí a que le haga yo mil kilómetros –murmuré meneando la cabeza.
   - Ya verás como se los haces, ya verás.
   Recuerdo también esas primeras decenas de metros recorridos con la pequeña custom 125, la desolación que me invadió, la angustia y el abatimiento. Recuerdo mi torpeza, mis nervios, la angustia y la desazón que sufría cuando montaba en ella…, me impresionaba ver la placa de acero pulido de la horquilla, aquel pedazo de metal era lo primero que veía…, como una  barrera metálica, como algo frío y duro, sin sentimientos y sin calor animal o humano.
   Recuerdo que sentí cierta vergüenza cuando los vecinos y conocidos decían o murmuraban.
   - Pero si tu nunca has ido en moto…., y ahora a la vejez viruela…
   Me sentí en algunos momentos como esas personas de edad media que sufrimos las crisis propias de los 40…, cuando converge el declive del cuerpo, del sexo, cuando aflora el cansancio de la vida misma por primera vez y buscamos un recurso, un parche que nos anime, que nos dinamice, que nos haga recuperar la juventud perdida.
   Y Run-run apareció en la carpintería como el hijo no deseado, como el capricho absurdo, inútil e insultante del recurso del consumo, de la compra compulsiva para paliar nuestra ansiedad existencial…., recuerdo que mientras trabajaba le echaba vistazos, miraba sus perfiles cubiertos por la funda y no sentía nada, incluso algo de vergüenza, ¿donde iba yo con una moto…?.
    Recuerdo la tarde en que fui a recogerla, esperaba en la parada del autobús, con el casco en la mano y el rostro inexpresivo…, en esos momentos un viejo BMW, pero en perfecto estado paro allí mismo. La cabeza de mi sobrino asomó por la ventanilla del acompañante.
   - ¿Dónde vas, tío…?.
   - A por la moto.
   - Va sube, que te acercamos.
   Mi sobrino salió del coupé, contorsionó su casi metro ochenta para colocarse atrás y yo contorsioné mi viejo metro ochenta para acomodarme en unos durísimos “baquets” de competición. Después atronó el tubarro y la rígida suspensión del dos puertas transmitió a mis riñones todos y cada uno de los baches de un asfalto tan duro como esos asientos que se empeñaban en descolocar todas y cada una de mis vértebras.
   - ¿Te la han dejado probar…? –preguntó el sobrino, imagino que alucinado ante mi iniciativa. El estaba harto de montar en moto, de trucarlas, de cambiar cajas de cambio, de pintar cúpulas, de reconstruir colines con fibra de vidrio…, y apenas si tenía 22 años.
    No se lo que pensaría en aquellos momentos, pero yo me sentía viajando hacia ningún lugar, caminando fuera del decorado del show de Truman hacia otro mundo, acompañado por dos jovenzuelos que pilotaban un BMW que atraía las miradas de los policías locales, que daba las curvas de la ciudad a “escuadra” y que rebotaba con la minima irregularidad de la calzada. La ciudad quedaba al otro lado de un salpicadero que me quedaba a la altura de la nariz y ruido del motor se mezclaba con la música que emanaba de una pantalla digital que colgaba de ese mismo salpicadero…, yo recordaba los radiocasetes, no esas pantallas digitales que parecían tener vida propia y que incluso se plegaban sobre si mismas, se retraían y desaparecían por una ranura en medio de tenues zumbidos…, me recordó a la cabeza de Alien, a su doble mandíbula retráctil…, pero desde luego, ni mi sobrino ni su colega sabrían a que me refería.
    - Aquí mismo me viene bien.
    - ¿Quieres que te la lleve a la carpintería…? –se ofreció mi sobrino.
    - No, no…, iré despacito.
    - Ten cuidado y no la rasques…
   Conseguí  salir del “baquet” contorsionando mi espina dorsal, cogí mi casco “vintage” y aún pude ver en la cara de mi sobrino cierta risa contenida, le vi ocupar mi sitio en el coupé y después aceleraron ruidosamente. Me encaminé hacia la tienda y unos cuantos minutos mas tarde, Run-run y yo nos precipitábamos aquel abismo que se abría en el asfalto…, nos engulló a los dos y unos días después…, aquel mismo asfalto nos vomitó a la realidad…, a la realidad de mis primeros kilómetros encima de una moto, encima de una humilde custom de 125 y algo mas de dos meses después, a este primer millar de kilómetros.

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    Yo también podía pilotar una custom.

     Unas semanas mas tarde me invadió una sensación de enorme gozo, de auténtica satisfacción, de autoestima surgida de alguno de mis muchos traumas escondidos entre mis circunvoluciones cerebrales.
    Recuerdo que sonreía cuando observaba a algún motero moverse encima de su moto, colándose entre los coches, saliendo el primero en los semáforos o inclinándose en las curvas…, yo no hacia nada de eso, pero ya montaba, ya me sentía mejor, los 150 kilos de Run-run ya no me pesaban en el ánimo y ni en mis músculos…, acostumbrados a mover los livianos pesos de la Bicipalo y de la Flaca. La placa de acero pulido me parecía bien trabajada, bien bruñida, bien rematada…, ya no me aterraba y era casi como ellos, como los moteros, como esas personas que rezumaban libertad, habilidad, equilibrio, capacidades casi extraordinarias…, sonreía para mi mismo y durante esos dos días me sentí pleno, me sentí invadido por un extraño bienestar que incluso llegó a sorprenderme.
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    El viento.

    Lo sentí la primera vez que rodé con Run-run sobre un pequeño tramo de autovia…, el aire se colaba entre el T-bar, rodaba por encima del deposito y se precipitaba contra mi pecho, contra mi rostro…, tiraba del casco hacia atrás y zumbaba ruidosamente…, tardé poco en comprar una pantalla de metacrilato y en volver a salir a ese tramo de autovia cuando los miércoles subo al chalé de mis padres para pasear a Norton y a Mia. Ya fue distinto, me sentí mas a gusto encima de Run-run, pero no podía dejar de percibir el peligro, la fragilidad, el entorno casi suicida de una moto, de un demencial ingenio de dos ruedas capaz de volar sobre el asfalto.
   Ninguna persona podría subirse encima de una de ellas si lo meditase durante unos instantes…, sin embargo, montas sobre ella, giras el puño y empiezas a notar el movimiento, la sensación de libertad, la sensación de ser diferente al resto de personas que ocupan ese mismo asfalto encima de sus automóviles, percibes la actividad cerebral, la concentración para que toda ella siga con ese movimiento en equilibrio sobre sus dos únicos neumáticos…, percibes la individualidad intensamente y sigues girando el puño, una mirada rápida y veo que voy a 70 por hora…, Run-run tira algo mas, parece que no va tan “cogida” como aquellas primeras salidas a la autovia todos los miércoles y sigo girando el puño…, clank, engrano quinta, cambia el sonido, sigo acelerando y veo que la aguja inclina hacia el espacio vacío entre el 80 y el 100, de nuevo vuelvo a mirar hacia la carretera y veo como el quitamiedos va girando a derechas, va formando un arco que se ciñe a la trazada de la carretera.
   Suelto el puño, clank, reduzco a cuarta,.., freno un poco, voy tumbado, me salgo un poco, corrijo, clank, reduzco a tercera, freno un poco mas…, el motor se revoluciona y miro el retrovisor izquierdo.
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    El embudo del Infierno, la S de Lucifer.
  
    El domingo amaneció algo cubierto por nubes altas que se pegaban a un cielo triste, poco iluminado…, pero esa débil claridad me animó cuando saqué a Run-run del patio interior. La coloqué sobre el caballete, arranqué de patada, monté y rodé con calma hasta salir a un tramo en el que las vías del tranvía y los carriles corren en paralelo.
   Esperé en el semáforo, cambió a verde…, clank, primera, giré el puño, embrague, segunda, aceleré, embrague, tercera, embrague, cuarta…, Run-run corría junto a los raíles y un par de coches me seguían reflejados en los retrovisores…, suspiré, vi las luces verdes de los semáforos, unos metros antes de que los carriles se redujeran a dos y se estrangulasen en una doble curva a derechas y a izquierdas, en una “S” con vehículos aparcados a la derecha.
   Las líneas discontinuas formaron una sola raya blanca que se retorcía en mitad de la “S” …, pisé ligeramente el freno trasero, embragué, baje a tercera, entré en la “S” y me dejé caer a la derecha sin miedo, Run-run se inclinó hacia ese lado, sus 150 kilos se inclinaron conmigo, tracé ese primer tramo y me incline hacia el otro lado con ella entre mis largas piernas. Run-run se tumbó hacia ese lado…, salimos del viraje, suspiré, y sonreí dichoso…, moví la cabeza y recordé aquellas primeras veces, el miedo a inclinarme, la tensión, la angustia…, paré en el semáforo, los dos coches pararon a mi lado y apoyé las manos enguantadas sobre el deposito, me gustó escuchar el relentí de la pequeña custom…, la luz verde se iluminó en el semáforo, clank, primera, giré a derechas, aceleré y vi sobre el asfalto el rastro del golpe del jueves…, recordé el ruido de Xsara que me adelantó, cambiándose de carril, al estrellarse contra otro coche que aún no había empezado a moverse…, me asusté, sentí un súbito ataque de pánico. Unos instantes antes había decidido no ir por el carril de la izquierda…, seguí acelerando, cambiando de marchas, volviendo a casa, repitiendo el final de la ruta de aquel primer día y volviendo a dejarme caer, a inclinarme para entrar en mi barrio, a sentir como Run-run obedecía dócilmente.

   


  

   


  
  
  
   
  

jueves, 4 de febrero de 2010

DIARIO DE HOMO: Ciudadanos indefensos.

Democracia, libertad de expresión, derecho a la presunción de inocencia, derecho a votar, a elegir a quienes nos gobiernan…, a esos mismos que desde el congreso, desde el senado y desde los tribunales y ayuntamientos nos oprimirán al amparo de una ley que solo atenderá a quienes puedan pagar.
Hace unas semanas escribía sobre un vecino de Náquera arruinado por la especulación urbanística orquestada desde el ayuntamiento y apoyada desde los tribunales…, y hace también unas semanas veía como mas de 2400 personas eran estafadas por Air Comet, por sus ejecutivos, por sus directivos, por el presidente de una compañía que vendía billetes de avión sabiendo que jamás despegarían. La mayoría de ellos eran emigrantes que regresaban a sus países por Navidad, personas humildes que tuvieron que trabajar mas horas que cualquier español y en peores condiciones para poder enviar un dinero a sus familiares y para poder pagar ese billete.
Todos los vimos abandonados a su suerte, todos vimos como el gobierno fletaba algunos vuelos y todos vimos como los trabajadores de Air Comet se manifestaban…, nos enteramos de que llevaban tres meses sin cobrar…, y sin embargo, cuando estalló el escándalo y los afectados pusieron una querella contra Air Comet por estafa, el juez la desestimó argumentando que no se podía probar semejante ilegalidad.
Hace unos días escuché que los afectados por la estafa de Air Madrid, hace uso 3 años, tampoco habían cobrado las indemnizaciones…, pero me imagino que ninguno de sus ejecutivos se habrá quedado en la calle.
Cuando escucho estas noticias me pregunto quien protege al ciudadano de las tiranías del capital, del empresario que estafa impunemente, que se blinda con abogados, con empresas paralelas, con hombres de paja, con testaferros que enmarañan la Ley hasta el punto de detenerla, de engañarla, de fatigarla…, mientras los afectados se desangran, mientras ven como todos sus ahorros desaparecen como por arte de magia en manos de unas personas que cuando se destapa el desfalco pagan sus fianzas con ese mismo dinero robado a los inversionistas o esperan a cumplir sus condenas placidamente sin devolver el dinero robado.
Ahora mismo recuerdo el caso de Forum Filatélico y el caso Gescartera…, me pregunto si los afectados habrán recuperado su dinero, me pregunto cuanto habrán pagado a los abogados para que luchen por esos ahorros entregados a gestores corruptos al amparo de una Ley, al amparo de una Democracia mas garante con los delincuentes que con los ciudadanos que cumplimos la ley y que pagamos unos impuestos, para que entre otras cosas, nos defiendan de las injusticias flagrantes.
Con los días, esas noticias se diluyen, otros casos ocupan los minutos de los telediarios, las portadas de la prensa, los temas de los debates televisivos…, nos olvidamos y los afectados languidecen dejados de una Administración ciega y ruin, de una Administración que se olvida de los problemas cotidianos de la gente de la calle, de la gente sencilla que vive con sueldos miserables y que aún creía en esa Democracia que se nos vendió tras la muerte del Dictador…, de unos trabajadores que ven como los sindicatos están callados mientras este país se desangra poco a poco, que se ven despedidos sin indemnizaciones o que cuando bajan por la mañana a coger el coche para ir a ese trabajo precario descubren que les han colocado una multa por aparcamiento indebido. Entonces levantan la cabeza y ven un mar de coches, no ven ni un solo hueco…, tan solo una raya amarilla que un buen día apareció rodeando un pequeño jardín que se alarga en medio de la calle Bellús de Valencia.
Una calle sin tráfico, casi peatonal, una callejuela tranquila, soleada y en la que un viejo colegio abre sus puertas. Una calleja silenciosa y placida hasta que esa raya amarilla comenzó a desangrar a todos esos vecinos a los que la Policía Local de Rita Barberá multa varias veces al día. A mi también me multaron en su día y en mas de una ocasión los veo aparecer a horas intempestivas, les observo apuntar las matriculas y colocar los papeles en los parabrisas. Lo hacen con rostro impasible, sin esfuerzo, tarareando cualquier cancioncilla y desatendiendo las protestas de los vecinos. En cada pasada puede multar entre 25 o 30 coches…, de manera insultante, sin oficio ni beneficio, como esbirros, como auténticos mercenarios sin escrúpulos y sin honor al mando de una mujer que sonríe y firma la nueva edición de la Copa America en Valencia.
Pero las multas son el único recurso de los ayuntamientos españoles, consistorios presididos por alcaldes patanes, cortos de miras y sin ideales…, para tratar de tapar los enormes agujeros económicos abiertos por su estupidez, egoísmo y afán de dinero.
Son ejemplos que veo todos los días o que escucho en los telediarios, que ojeo en la prensa o que escucho cuando subo a casa a echar una ojeada a mis padres a media mañana…, a veces están viendo Espejo Publico o cualquier otro magazine y escucho alguna de esas noticias. Estos días hablaban del aniversario de la muerte de Marta del Castillo y también de las últimas fechorías del “Rafita”, también oí las últimas declaraciones de los padres de Sandra Palo en contra de esa desquiciada Ley del Menor.
No he leído esa Ley, tampoco la he estudiado, tampoco se que beneficios a reportado a los menores acogidos a ella…, pero me da la sensación de que fue una Ley mal hecha y sobre todo fuera de tiempo y de lugar…, ¿Tan mal estaba el menor en España…?, yo no veo ni he visto a menores trabajando en la obra, no he visto a menores maltratados en la vía publica, no he visto a menores vagando por las calles en horas lectivas sin que algún policía les halla parado, no he visto a menores desnutridos. Pero si que he visto a niños dando patadas a sus madres, niños de diez años insultándolas por no ceder a sus caprichos ante un kiosco, si que me enterado de que cada vez hay mas denuncias de padres contra sus propios hijos y observo que cada vez los adolescentes son mas retadores y chulos, he visto desaparecer los principios y los valores mínimos entre padres e hijos…, y el ciudadano vuelve a quedar indefenso ante unos jueces y unos legisladores que articulan leyes tan distantes a la realidad y tan ajenas a los problemas reales y cotidianos que uno se pregunta si realmente tienen algún interés por el servicio publico.
Al final, uno calla y observa, ve como los esbirros de Rita Barberá multan y multan en la calle Bellús y ve como la ciudad ha crecido, como la vida y las costumbres van variando, van cambiando, ve como la vida que el conoció ya no es igual y termina preguntándose cual era mejor. Es posible que alguien lea sus pensamientos y le diga.
- Esto no es mejor ni peor que lo de antes, es distinto, es la moda, la tendencia, es lo que hay…., es la vida que nos construyen los sociólogos, los economistas, los legisladores, los alcaldes, los directivos de las multinacionales, los directivos de las grandes plataformas de telecomunicaciones.
El hombre ya es mayor y sostiene en sus manos la multa que el ayuntamiento de Valencia necesita cobrar para pagar los dispendios de los fastos y eventos de la ciudad…, pero tiene que ir a trabajar a Mercavalencia, la gente aún come y él conserva su trabajo descargando y distribuyendo las mercancías que llegan desde las huertas y las lonjas…, vuelve a mirar a su alrededor y ve la vieja fachada del colegio, las escaleras que conducen a la puerta y logra sonreír, le recuerda a su infancia en el pueblo, donde la vida parecía mas lenta y natural, donde a veces coincidía con el alcalde desbrozando los campos con las azadas. Recordaba algunas charlas, recordaba como aquel hombre atendía y como trataba de resolver los problemas que iban surgiendo…, volvió a mirar la multa y de nuevo al mar de coches aparcados, buscó a la alcaldesa y tan solo vió las luces de otro coche de la Policía Local de Valencia que regresaba al barrio, unas horas después de haberle multado…, estuvo apunto de parar a la patrulla, pero sintió miedo.
Esos policías no vestían de gris ni se cubrían con una gorra de plato ribeteada de rojo…, pero su poder era el mismo que el de la guardia franquista…, los vió conduciendo lentamente, sin dedicarle una sola mirada, uno de ellos charlando con el móvil, riendo y dando cabezadas.
El hombre imaginó que podía ser la llamada de un amigo, de un conocido que le pedía que le anulase una multa que le habían puesto el día anterior por aparcar el Mercedes en una zona de carga y descarga.
- Sin problemas Paco, sin problemas…, ah, que ibas a dejar los trajes a la tintorería…, si, si, a esa que no te cobran…, vale, no te preocupes, dime el numero de la matricula y en un momento te la quito.