Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mi primera kedada motera, en "Run-run Zing, diario de una pequeña custom 125"




   - ¡ A ver que ha escrito Bicipalo…¡ -voceó Águila Culebrera, a la sombra del vergel brotado alrededor de la albufera de Anna y junto a Mamimator…, que había traído el libro en su mochila y a lomos de su adorada Cheyenne 125.
   Vi como se inclinaban ligeramente hacia las hojas, como los cabellos negros de Águila pendían hacia el libro, hacia mi desgarbada letra, casi ilegible y con la que había intentado plasmar lo que venía sintiendo desde que a finales de noviembre me monté por primera vez sobre Run-run.
   Y allí estaba…, acudiendo a mi primer “kedada” motera…, un domingo por la mañana, soleado, sin apenas viento y sin haber montado sobre la Flaca para pedalear hacia Serra, hacia Porta Coeli, hacia Náquera…, simplemente giraba el puño de acelerador y me fijaba en los chalecos negros que me precedían, veía los pilotos rojos, sentía el viento y rodaba envuelto en el petardeo ruidoso y casi retador de la Daelim de Dani, veía también a Soni, a Bermu y por delante de todos ellos, abriendo camino y con los camales de sus vaqueros ondeando al viento…, la silueta inconfundible de Mathius lanzando su horquilla sobre el asfalto sobre el que rodábamos hacia Enguera, hacia el poblado sobrevolado tantas veces por ese Águila Culebrera que nos esperaría a la entrada…, y si miraba el retrovisor, veía las luces encendidas del resto de la casi docena de custom. Veía el foco encendido de Chiwy, su pañuelo cadavérico en una sonrisa siniestra pero al tiempo burlona…, como si la muerte vestida de motero me siguiera, pero no para degollarme con su guadaña, si no para advertirme de que ella siempre andaba rondando entre las líneas discontinuas, entre los quitamiedos, entre las curvas, esperando en las cunetas.
   Parpadearon los intermitentes y nos paramos a recoger a Moset y a Kitty, a Frates, imagino que también a Pájaro…, eran demasiados nombres para memorizar, demasiada atención cuando los motores volvieron a petardear roncamente, cada uno con su voz, con su sonido…, una mezcla de explosiones y vibraciones metálicas.
   Volví a colocarme el casco, las gafas y volvimos a la autopista…, fijé la distancia sobre la maquina de Bermu y giré el puño, clank, cambié y volví a acelerar, volví a sentir un brioso tirón al estirar la tercera con el nuevo piñón de 17 dientes, el del club…, y clank, cambié a cuarta casi a 100 por hora, clank…, quinta y me concentré, ya algo mas relajado que en la Pantera Rosa, a eso de las nueve de la mañana, cuando volví a sentirme un poco extraño entre las Shadow y Drags que aparecían roncas y poderosas, masivas y repletas de detalles, de sutilezas cromadas, de flecos y pilotos achinados. Entre chalecos de cuero repletos de parches, entre cadenas y entre los relojes que regalaban con la edición dominical del Mundo. Corso y Chiwy enseñarían sus relojes de la Ruta 66 hasta la saciedad, hasta el cachondeo continuado y casi desternillante.
   Soni apareció en la Pantera con su Aquila 650, le di las gracias por la esmeralda que me había concedido, a Mathius también, con un apretón de manos después de preguntarle por la  operación de su padre.
   Faltaba Ander…, pero no esperamos mas, me entró un escalofrío y recordé aquel domingo que quedé en el mismo lugar para conocerles, para charlar un rato con ellos. Aquel domingo ellos salieron hacia Enguera y yo me volví a casa…, pero antes vi como se alejaban hacia el semáforo, les vi como planear sobre los carriles, como volar, como libres…, pero esta vez Run-run y yo batíamos las alas junto a ellos, como había visto hacerlo a los vencejos durante la mañana…, sentí como mi estomago se contraía y las vibraciones del pequeño 125 entre mis piernas…, clanck, primera…, bajé el bordillo y el bramido de los escapes de Mathius resonaron en mis oídos, el sonido de la Zing se perdió entre los rugidos que restallaban desde los cilindros y comenzamos a rodar…, me puse nervioso, no sabia donde colocarme, que distancia mantener…, y aceleré, la pequeña custom se lanzó detrás de las grandes cruisers y traté de rodar como cuando lo hacia entre los pelotones de carretera, atento, sin distraerme…, y a unos 100 por hora.
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    Un águila posada en la cuneta…., cerca de Enguera.
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    Dejamos la autopista y llegaron las curvas, la carretera comarcal…, bajé a cuarta, después a tercera y traté de no perder la estela de Dani y su Daelim…, fui tumbando curva tras curva, reduciendo, acelerando, titubeando en alguna rotonda y viéndola fugazmente, un águila culebrera se había posado en la cuneta y batía sus alas saludándonos, yo no me atreví a hacer nada, ni a saludarla con la mano ni a tocar el claxon…, me limité a sonreír y a girar a derechas. Pude escuchar de nuevo los rugidos de los escapes, el sonido de las bocinas y al rato el paso rápido y elegante de Águila Culebrera, erguida en su Shadow azul y blanca, esbelta y dejando que algunos de sus cabellos como el azabache fuesen agitados por el viento.
    Entramos en Enguera como jamás pensé que lo haría, atronando, envuelto en una tribu de casi una docena de custom que alborotaban entre las callejuelas, que rodaban tras la estela de la rapaz que se movía por su poblado como la reina de las aves.
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   Recalamos en el bar y los motores enmudecieron, sonaron las voces, las risas, los comentarios, la charla entre jarra y jarra de cerveza, entre alguna Coca-cola y entre una botella de agua, de la que me daba cierta vergüenza beber…, después los cafés, el aroma peculiar del tabaco de liaba Soni y el ceño algo fruncido y triste de Águila, acababa de perder el móvil y una legión de moteros se movían entre los arcenes buscándolo…, yo ni me había enterado, pero los compañeros de Alicante ya rodaban entre nosotros, de hecho vi una de las custom con un par de banderitas ondeando desde el respaldo trasero. Cuando paramos en la carretera me acerqué a ella, a la mujer que pilotaba la Cheyenne.
   - ¿Mamimator…?
   - Soy Bicipalo.
   Sonreímos y dos dimos un par de besos.
    - Ves como las 125 también aguantan –comentó.
    - Bueno, la verdad es que hemos venido paseando…, gracias a ellos, que no han pasado de 100.
    - Son buenos chicos.
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    No puede evitar echar un vistazo por las cunetas, por el asfalto…, pero nadie encontró del móvil de Águila, al final ella montó sobre su Shadow y volvió a guiarnos hasta el lago de Anna, fue ella quien paró a la entrada y quien habló para que no nos hicieran pagar los tres euros de la entrada…, y lo consiguió, rodamos lentamente bajo una agradable sombra, en medio de un oasis que detenía la intensa luz del sol, entre lagunas ocupadas por gentes que se bañaban, que se divertían…, mientras la manada de custom ronroneaban casi inofensivas, dóciles, como mansas…, como un rebaño de bisontes silenciosos y plácidos, como una manada de caballos libres y salvajes que se movían seguros en su territorio, que bebían cerveza y cafés en aquel rincón bajo las ramas y las hojas de los arces.
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   Águila y Mamimator trataban de descifrar mi letra nerviosa y nada armoniosa, se quejaban de que habia ocupado demasiado espacio en el folio y Frates de que no entendía lo que habia escrito, Chiwy reía, Corso también…, allí estaban todos, Ferry, Bermu, Moset y Kitty, Soni, Dani, Chefo, Pajaro, el opulento Frates pasando el libro de Espiritu Custom para que todos pudiesen ojearlo, a mi lado Mathius algo inquieto y deseando llegar al hospital.
   - Hoy Mathius no puede abriros la ruta de vuelta, hoy voy a bajar rápido, quiero comer con mi madre.
   Dejamos la albufera y la manada de customs se fue disolviendo, Águila voló hacia Enguera, creo que con algunas motos tras ella…, Mathius desapareció haciendo rugir sus escapes, Frates también se despidió en la autopista, Dani y su preciosa Daelim saludó al salirse…, enseguida eché de menos el sonido típico de biplano de la Primera Guerra Mundial y me quedé a solas con Corso, Chiwy y Bermu…, me dejaron a la altura de Silla y murmuré contra el viento.
    - Bueno Run-run…, nos hemos quedado solos…, pero te has portado muy bien.
 



miércoles, 19 de mayo de 2010

INSOMNIO MORTAL..., en National Geographic.

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            Cheryl Dinges, la mujer que reposa su cabeza sobre el hombro de se hermana no sabe si es portadora del gen de la FFI, su hermana lo posee, pero prefiere seguir viviendo, seguir durmiendo hasta el día en que ese gen se lo impida....., si es que llega a ocurrir, prefiere vivir sin esa ansiedad.
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  Hace unos siete años tuve que volver a dormir junto a mi padre, él en su cama articulada y yo a sus pies…, acababan de darle el alta en el Hospital General de Valencia, unas dos semanas después de que sufriese el ictus y regresábamos a casa.
   Las dos primeras noches fue mi madre la que durmió en la misma habitación, pero al tercer día acumulaba tanto sueño que andaba por casa aturdida y desorientada que decidí cambiarla de habitación, desde entonces pasamos las noches juntos, me levanto un par de veces a cambiarle el orinal durante la noche, a veces le contestó cuando lloriquea en sueños y llama a su madre, para que se tranquilice y a veces, nada mas dejarme caer en la cama y suspirar caigo en un sueño profundo y placentero, mi organismo se entrega al sueño y duermo profundamente sin oírle, sin cambiarle el orinal, sin despertar súbitamente si no oigo su respiración o algún movimiento de su cuerpo hemipléjico.
   Duermo y durante esas horas dejo de existir, mi organismo se repara y despierto lucido y despejado…, un privilegio y una bendición después de leer el articulo publicado por D. T. Max en el numero de  mayo del National Geographic y después de enterarme de que existe un gen, que es activado por ciertas proteínas denominadas priones capaces de influir en el tálamo y capaces de provocar un insomnio letal, la llamada FFI (Insomnio Fatal Familiar).
   En el articulo leo que esta enfermedad no tiene cura y que finalmente el paciente muere por falta de sueño, por no dormir…, por no poder entregarse a ese sueño al que yo me entrego cada noche, junto a mi padre, pese a sus toses, pese a los continuos despertares a media noche.
  

    No sabemos que es el sueño, tampoco por que dormimos y tampoco por que morimos si no dormimos.

   De la mano del periodista del National descubrimos que el sueño y sus mecanismos son los grandes olvidados de la medicina y de los investigadores, de los mismos estados que apenas si destinan fondos a la investigación de los trastornos del sueño, imagino que porque la inmensa mayoria de las personas desconocemos la terrible fatalidad de la falta de sueño…, la muerte.
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   En los años ochenta el profesor Rechtschaffen ratificó este increíble final en un experimento bastante conocido, sometió a un grupo de ratas a una peculiar tortura, las obligó a permanecer despiertas sobre unos platillos apoyados sobre un eje. Cuando los roedores se dormían y dejaban de hacer equilibrios se precipitaban a una pequeña piscina, despertaban con el chapuzón y el profesor volvía a colocarlas sobre el plato de equilibrios.
  Al cabo de unas dos semanas todas las ratas habían muerto…, y fue el propio Rechtschaffen quien realizó la autopsia, imagino que esperando encontrarse con las huellas físicas de la muerte, pero no halló nada anormal, todas las vísceras tenían un aspecto normal, igual que el cerebro…., simplemente habían muerto por fatiga, por no dormir.
    Y hoy en día, casi veinte años después, los investigadores siguen poniendo la misma cara, pese a los avances tecnológicos siguen sin saber curar el insomnio, siguen sin saber a ciencia cierta como se produce y siguen ignorando porque necesitamos dormir, solo saben que si no dormimos morimos.
   En el articulo de la revista se apuntan teorias sobre la función del sueño, se habla que durante esa fase se fijan ciertos conocimientos y se desechan otros, se sugiere que el cerebro “desconexiona” algunas sinapsis que ya no se usan o que han sido sustituidas por otras conexiones. No obstante, también se sabe que hay ciertas células que solo se activan en la oscuridad, durante el sueño.
A mi me gusta pensar que durante el sueño nos “reparamos”, que es el momento en el que el consciente apoyado en la razón se “suelta”, el momento en el que dejamos de estar alerta, de estar al acecho, de estar receptivos a todo aquello que reciben nuestros sentidos, a todo aquello que vemos, oímos y sentimos. Desaparece el concepto de la competitividad, cesan los celos y el odio, nuestra mente deja de hacer proyecciones, de mentir y de conspirar, de imaginar y de adivinar…, ahí entre las sabanas nos convertimos en mamíferos indefensos, presas fáciles de cualquier predador que nos acechase hace miles de años, cuando acabábamos de dejar el dosel selvático para bajar a la tierra de la recién aparecida sabana, para recolectar, para carroñear, para beber agua de los charcos y fuentes…, aunque cuando llegaban las sombras de la noche volvíamos a subir a los árboles para prepararnos un “nido” en el que dormir a salvo de los cuadrúpedos.
   Imagino que aquellos ancestros se dormirían viendo las estrellas, escuchando los pasos y los rugidos de los predadores…, hilvanando alguna conversación entre ellos, hasta que el sueño les vencía, entonces se quedarían quietos, inmóviles allí arriba hasta que las luces del alba penetrarían a  través de la fina piel de los parpados y despertaban de una forma natural y progresiva…, no existían los cambios horarios ni los despertadores, tampoco los turnos nocturnos ni los programas de televisión de madrugada…, todo era natural. Aunque realmente todo comenzó a cambiar hace unos 200.000 años, cuando homo logra dominar el fuego y descubre que puede mitigar esas sombras, esa oscuridad que inducía al sueño.
   Hoy en día hemos alterado esos ritmos circadianos que regían los periodos de vigilia y sueño, la noche ya no existe en las ciudades, siempre hay luz y escaso silencio.


    Si no dormimos lo suficiente nos emborrachamos de fatiga.
   
    El investigador Charles Czeisler, responde a las preguntas de D.T. Max y llega a afirmar que permanecer sin dormir 24 horas o durmiendo unas cinco horas por noche durante una semana tiene los mismos efectos que tener una tasa de alcohol en sangre de un gramo por litro.
  Czeisler habla visiblemente indignado de los efectos que produce este estado de fatiga y embotamiento mental. Cita unas escalofriantes estadísticas médicas tras entrevistar a 2700 residentes médicos, basadas en los efectos de las guardias de 30 horas dos veces por semana. Afirma que uno de cada cinco residentes admitía haber cometido errores por cansancio que habían provocado daños a los pacientes, pero uno de cada 20 admitió haber cometido errores por las mismas causas que terminaron la vida del paciente, es decir, que causaron su muerte.
    Cita también el coste de este estado de embriaguez para la sociedad y para las mismas personas, desde gravísimos accidentes aéreos hasta los cotidianos accidentes de tráfico, pasando por la siniestralidad laboral…, costes, que el periodista comenta al comienzo del articulo, que parecen pasar desapercibidos para los gobiernos, pero que sin embargo  si la tiene en cuenta la industria farmacéutica que, curiosamente dedica el mismo dinero en las campañas anuales de sus somníferos que los gobiernos a la investigación de las alteraciones del sueño. De alguna forma apunta que estamos entregados por completo a lo que las corporaciones farmacéuticas diseñen para que podamos “medio-dormir”, siempre por medios químicos, adictivos y que pueden llegar a provocar “efectos rebote” con su consumo diario.



    La siesta.

    Hacia el final del texto, el National habla sobre esa costumbre tan española y tan saludable que es la siesta. Esa cabezada coincide con el punto medio de nuestros ritmos circadianos, cuando nuestro organismo necesita de ese paro momentáneo, de esos minutos de relajación, de desconexión…., para despertar mas lucido y apto, pero parece que la siesta también está en peligro de desaparición.
   Los hábitos laborales se han ido modificando, las personas trabajan lejos de casa y ya no hay tiempo de comer junto a la mujer, tampoco de reposar un rato en el sofá…, el periodista relata como el español come en un bar, charla, se toma la copa, se echa un pitillo y vuelve a un puesto de trabajo en el que parece eternizarse sin que la productividad se vea mejorada. Cuando termina su jornada laboral, echa unas birritas con los amigos en el bar, aún se escapa al gimnasio y llega a casa tarde, cena a eso de las diez de la noche y se espera a ver el programa nocturno de máxima audiencia…, al final pienso en mi mismo y me pregunto si soy el único español que esta en la cama a la hora en la que todo el mundo empieza a cenar.



   





viernes, 7 de mayo de 2010

YA NO CRECEN LAS AMAPOLAS MORADAS EN LA CARTUJA DE PORTA COELI.


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   Es una batalla, se que desde hace unos siete días mi organismo lleva luchando contra algún invasor que se desplaza entre mis venas, entre mis arterias, por mi capilares, tratando de escapar de la persecución de mis glóbulos blancos, de mis defensas…, solo escucho el clamor de la lucha en forma de un zumbido permanente en mis oídos y en forma de una presión que empuja las paredes de mi cráneo hacia fuera…, tanto que me duele la cabeza y deforma mis pensamientos, tanto que surgen ideas extrañas, conceptos sobre la muerte y la vejez, sobre la realidad de nuestra finitud, sobre todo de la mía, de lo pasajero de la juventud y de la salud en si misma. Sobre la velocidad con que pasan los días, los momentos…, y de nuevo sobre la muerte, sobre su sonrisa fría bajo esa capucha en la que resplandece una tenue claridad cadavérica tan real que me hace replantearme la vida, mis pensamientos, mis actitudes, mis reacciones…., pero tan solo soy capaz de sentir la necesidad de esos cambios.
   Esas ideas vienen y van como los vencejos que ya han regresado a mi calle, esa en la que nací y viví, en la que jugué y sobre la que camino desde mi casa hacia la carpintería. Sonriendo tímidamente y alzando la vista hacia el cielo, hacia la estrecha franja de cielo que veo entre las fachadas de siempre y entre algunas nuevas. 
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Veo sus estilizadas siluetas surcando un cielo límpido y vuelvo a sonreír, unos instantes antes de que mis ojos se humedezcan…, imagino su viaje desde África, pienso en los que habrán muerto por el camino sin que nadie se haya apercibido de ello, puede que los ejemplares mas viejos, o los jóvenes inexpertos y poco fuertes. Pero ya están aquí, ya han regresado, como los ciclos de la vida, el 
nacimiento, la infancia, la juventud, la madurez, la vejez…., 
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  El final de una vida repleta de ciclos, de periodos que se repetirán sin que nos demos cuenta, siempre ignorantes y muy pocas veces observadores de lo mas pequeño, de lo aparentemente insignificante…, como las frágiles pero grandes amapolas moradas que hace unos años descubrí entre los campos de la cartuja de Porta Coeli, entre los montes de Charchan y la Gorisa, en el barranco de Potrillos.
    He vuelto a descubrirlas, pero no allí, ha sido en las Tierras Altas…, el miércoles monté sobre Run-run y piloté la pequeña custom 125 hasta allí, hasta esas Tierras Altas. Norton y Mia salieron a la carrera hacia los pinares y yo paseé por la pista forestal sintiendo algo de calor y observando los asfódelos en flor, las matas de esparto espigadas, escuchando el zumbido de las abejas, contemplando los pinos, las piedras del camino, los agujeros excavados por los conejos al anochecer o de madrugada…, paseando por el mismo camino de siempre…., con el zumbido resonando en mi cabeza, tosiendo de vez en vez.
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   Ya de vuelta me encontré con ellas, con aquellas amapolas moradas pero creciendo entre los cuatro naranjos que tenemos en las Tierras Altas, entre un herbazal vivaz y fresco, creciendo lozano y sano sobre una tierra sin pesticidas ni plaguicidas, sin venenos pulverizados contra ellas, contra las mal llamadas “malashierbas”.
   Fue mi hermana Mónica las que trajo algunas de ellas para decorar fugazmente la mesa…, hace años, cuando florecían en las tierras de la cartuja, y esas que ahora florecían para mi, eran sus hijas, crecían entre otras rojas y entre las espigas de las gramíneas.
   Sonreí observándolas y me sentí bien, tanto que tuve una ilusión, el deseo de que llegase el sábado para montar sobre la Bicipalo y buscar aquellas tierras del monasterio donde florecían las grandes amapolas…, me gustó tener una ilusión, las ganas de volver a pedalear en la Calderona tras la ultima salida entre nubes bajas y brumas, bajo la llovizna.
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 Arrinconando las neuronas…, pedaleando sobre la Bicipalo.
 
       El sábado de madrugada pisé el pedal y Run-run arrancó dócilmente, los vencejos ya volaban entre las fachadas, volví a observarlos y me coloqué el casco, monté, quité el caballete y clanck…, se engranó la primera y rodé sobre la custom hacia las Tierras Altas, hacia las cumbres de la Calderona que ya veía a través de la visera ahumada y a 100 kilómetros por hora, sintiendo la vibración en las estriberas, envuelto en el ruido del monocilíndrico y arrinconando a las neuronas que me advirtieron del peligro que corría montando en moto…, después el silencio del pedaleo sobre la tierra, sobre el barro de la ultima lluvia y mi sonrisa cuando descubrí al zorro cruzando la pista que comenzaba a virar a derechas buscando las primeras rampas del Portixol o de la Prueba del Hombre, como a mi me gusta llamar a la cuesta de tierra blanquecina y que se elevaba y remontaba bajo el sol del amanecer, ya demasiado alto para que el raposo que buscó su escondrijo en la espesura
   Recuerdo el aroma del café al pasar entre las casitas ilegales construidas en plena serranía, a los pies de los farallones en los que suelen anidar las amenazadas águilas perdiceras, entre los espesos pinares que se salvaron de los incendios de los años noventa…, el aroma del café que muchas veces me alegra cuando entro en el chalé después de pasear con Norton y Mia y lo encuentro silencioso, sin nadie habitándolo, con la silla de ruedas de mi padre quieta junto a la ventana, con el sol inundando el comedor y la cocina, ahí donde reposa el poso de café que me he hecho yo mismo antes de darles el paseo, antes de volver a Valencia después de rodar por la serranía, después de regar los naranjos, las dos moreras, el seto de prunos, las jardineras que solía cuidar mi madre.
   El aroma del café en la serranía…, pero que quedó por detrás, que se desvaneció entre los olores del bosque de madrugada, entre el olor de mi propio sudor cuando iba remontando por la Vigueta como tantas veces, en silencio, con el plato de 22 dientes engranado, jadeando y trepando entre las montañas que encajonan la pista sinuosa y a veces rota, pedegrosa, húmeda…., como siempre, como tantas veces he descrito, como tantas veces la he visto, siempre con la peculiar luz, siempre con sus mismos arbustos, con su misma tierra rojiza, con su garganta a la izquierda de la ascensión…., ¿y que podría contar….?, me preguntaba mientras trepaba en solitario, ¿qué he vuelto a ver los surcos de las bicis en el barro…?, ¿que me he vuelto a encontrar con ese charco perpetuo, como las nieves de las montañas míticas, como los hielos de los glaciares…?
   La curva a derechas, muy cerrada, cortada por roderas y grietas…., ya alcanzando la cima y el sol, sin ver como brillan las primeras gotas de sudor emanando de mi piel con los primeros calores de la primavera pero sabiendo que están ahí
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   Recupero el aliento y observo el pinar, el entorno, siento la calma, el canto de algunos pajarillos…, escucho como aquella vez pero no oigo al pájaro carpintero y su repiqueteo. Y sigo pedaleando, como siempre echando miradas a mi derecha, contemplando el valle por el que he ascendido, viendo el horizonte encajonado y la pista que serpentea como una cicatriz deforestada en medio de la vegetación que brota después de un invierno de lluvias y nieves.
    La visión que se repite siempre tras cada ascensión por ese camino tortuoso que nunca es fácil, que siempre acelera mi corazón y que tantas veces he descrito…, estas vistas, estos parajes, estas percepciones que se van acumulando no se en que lugar. 
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Una florida mata de romero que también parece mirar complacida hacia la garganta del barranco, los romeros que se elevan olorosos, algunas sabinas que sobrevivieron a las glaciaciones, el pinar, los alcornoques de gruesas cortezas y el homo que pedalea y que vuelve a contemplar otra cadena montañosa cuando corona la Mocha y se asoma al otro valle, cuando ve la pista que desciende zigzagueando hacia la Font del Poll, hacia la Prunera o que se eleva hacia el macizo de Rebalsadores o Monte Armenia, como gustaban llamarlo a los monjes de la cartuja.
    Se deja caer por ella y la cadena trepa al plato grande, vuelve a pedalear y como tantas veces las turbulencias murmuran en sus oídos junto al rumor de los neumáticos sobre la tierra, a veces blanquecina o rojiza, a veces reseca y cuarteada, otras húmeda, mojada con el agua que escapa del abrevadero del Poll.
   Hay más ciclistas en la fuente y un año después, una primavera mas se encuentra con la Btt de Moncada, al rato, mientras bebe descubre un rostro conocido que acaba de llegar al puesto de control después de terminar la crono escalada que todos los años celebra la peña. Ella suelta la bici, da unas zancadas y tose inclinando su cuerpo, vomita algunos hilos de saliva mientras otro ciclista la ayuda a incorporarse y la acompaña en un paseo para que vaya recuperando el aliento, el resuello después del esfuerzo.
   El ciclista que monta la bici con el color de la tierra sabe quien es, se llama Olatx. Al final, cuando ella logra bajar la pulsaciones se ven, ella sonríe y se dan dos besos en la mejilla, charlan un rato, saludan a Arcadi, después se despiden y el ciclista vuelve a montar, vuelve a pedalear y a remontar hacia el cruce de Rebalsadores…, a media semana tuvo la ilusión de buscar las amapolas moradas que descubrió años atrás en unas tierras escondidas en el barranco de Potrillos…, aunque la ilusión se disipó unas horas después de haberle hecho sonreír, pero él deseó no olvidar que tuvo esa ilusión…, y trata de pedalear hacia ellas, de remontar la rampa que lleva hasta el cruce con otra pista que sigue ascendiendo hasta la cima del Monte Armenia.
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      En descenso hacia Serra, viendo el mar entre el Sierro y la Mola de Segart, el Rincón de la Miseria, el barranco de Potrillos.
 
   Vuelvo a pedalear en solitario, recuerdo el rostro de Olatx, el diminuto piercing en su nariz, su sonrisa, su juventud y la ilusión que le hacen pedalear y correr hasta casi desfallecer…, recuerdo su mirada y su sonrisa aquel día al terminar la carrera de montaña en Gata de Gorgos…, y siento que la he defraudado…, resoplo y echo una mirada hacia la pista que gira derechas, elevándose y buscando la cumbre de Revalsadores, doy unas pedaladas mas, engrano los 44 dientes del plato grande y el camino se desploma, se inclina al tiempo que vuelvo a pedalear y a lanzarme cuesta abajo hacia Serra.
    Enseguida dejo a mi derecha la Font del Llentiscle, atravieso el reguerillo y la Bicipalo se sigue estremeciendo con las piedras, con los surcos, con las marcas y relieves de la pista forestal que continua su descenso entre amplias curvas y entre vistas que poco a poco surgen envueltas en una luz intensa pero difusa, reflejada por la mancha plateada de un mediterráneo que se asoma entre los picachos, entre las lomas repletas de pilar, bajo las inclinadas laderas del Sierro, que se eleva a mi izquierda, mas allá de la declinada Mola de Segart, ya en tierras del Santo Espíritu, mientras la serranía sigue perdiendo altura hacia el mar y al tiempo que yo sigo bajando, trazando las curvas, echando rápidas miradas a los taludes de roca marronacea que se levantan a la derecha y de nuevo mirando hacia ese mar que surge fugaz entre la línea del monte, del bosque…, en la distancia luminosa y turbia.
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 .   La jara crece al borde de la pista y el barranco desciende al otro lado de su flor azulada hacia una maraña de vegetación espinosa y dura, ahí en los hondos por donde se mueven los jabalíes y donde se pierden los zorros cuando el sol se eleva demasiado.
   Ya he pasado el desvío hacia la Font de la Prunera, también el brusco giro a izquierdas que te lleva a las faldas del Sierro para después preguntarte si deseas subir hasta la cumbre del pico o descender por pista hasta donde la carretera de asfalto corona el llamado Oronet…, pero yo me salgo por otro camino, roto y que se precipita entre roderas y agujeros, todo el rojo, teñido con el rodeno que aflora entre las aliagas y los algarrobos que pueblan las terrazas levantadas entre muretes de piedra, entre ribazos que contienen la tierra que homo reponía sabiendo que era terreno ganado al monte, a la montaña.  
    Dejo la tierra y ruedo sobre un asfalto que ahora vuelve a remontar, a ganar altura, a bordear los muros del Monte Armenia, las paredes que poco a poco y entre algunas casas van encaramándose hacia la cima del macizo que ahora mismo no veo, que no distingo. Naturaleza que va creando farallones, bosques, rincones y lugares que homo nombra y bautiza…, como el Rincón de la Miseria…, miro y no veo nada a lo que asociar el nombre, solo veo la curva a derechas, la rampa que me obliga a engranar los 34 dientes en la rueda trasera y a inclinarme hacia el manillar…, jadeo y vuelvo a mirar ahí donde la Miseria…, y solo veo una senda que aparece y se esconde entre las coscojas, entre el brezo y las aliagas, entre tomillos y almendros huérfanos, entre pinos colonos llegados desde el monte y entre algarrobos que derraman sus frutos sobre sus propias hojas marchitas sin que aquellos braceros los recojan…, el silencio y mi respiración remontando el camino, sonriendo cuando mi corazón se serena, cuando el aire entra con mas facilidad en mis pulmones y cuando gano el repecho y me asomo al borde del camino.
   De nuevo esa visión que conozco, de nuevo la visión de los extensos y espesos pinares ocupando el valle por el que discurre el barranco de Potrillos, entre Charchan y la Gorisa…, esas cumbres siempre están ahí y los horizontes que contemplo también. Parecen las mismas pero imagino que no lo son, imagino que los pinos que las cubren han perdido algunas de sus agujas, que han nacido nuevas, que son distintas las aves que anidan entre sus ramas, que las lluvias han removido la hojarasca y la pinocha, que las nieves tronzarían alguno de sus brazos…, imagino que la visión tampoco es la misma, imagino que mis ojos ya no ven como hace una semana, como hace varios meses, como hace algunos años…, aunque aún siguen viendo, aunque aún siguen enviando información hacia ese cerebro que también procesa la señales que le llegan desde los oídos, que interpreta los extraños sonidos que provoca el viento en mis orejas cuando desciendo hacia esas amapolas que hace años descubrí en las tierras de la cartuja.
    Desaparece la calma que me envolvía cuando observaba, cuando miraba desde el alto que lleva a la Miseria o a la cima de Revalsadores por senda…, solo siento el golpeteo de la cadena, las vibraciones de la Bicipalo, el gruñido de los neumáticos rodando sobre la pista forestal, de nuevo rojiza, amplia y que va perdiendo altura, que pica hacia el fondo del valle a la sombra de las montañas por la que desciende, que derrama parte de su agua subterránea a través del estrecho caño de la Font de Potrillos y que se bifurca a la derecha, en un viraje cerrado que me obliga a frenar, a parar a la Bicipalo para poder girar, para volver a dejarme caer por un estrecho camino que cae hacia el fondo del barranco, que se descarna con las lluvias y que muestra lomos de roca, bancos de gravas, de piedras sueltas…, me levanto, retraso un poco mi cuerpo y sigo el descenso mientras las suspensiones se comprimen y se expanden, mientras me muevo a un lado y a otro de la Bicipalo, mientras los neumáticos se manchan con el polvo rojizo al tiempo que se deforman cuando las llantas se inclinan, cuando freno y se desplazan las masas, los pesos…, sin dejar de descender entre escalones de rodeno que surgen como estratos rompiendo el tortuoso camino, rajado por un par de profundas roderas contra las que se hunde la horquilla delantera…, hasta que voy frenando, hasta que voy echando miradas a los campos que comienzan a abrirse a mi derecha, mientras descubro la silueta de la cartuja de Porta Coeli, pétrea y luminosa, serena y reflejando sobre sus muros la luz del sol.
   Echo pié a tierra y se hace el silencio, llega la calma, la ausencia de movimiento brusco, de velocidad…, 
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y busco  las amapolas en el mar de hierbas que crecen hasta las ramas bajas de los olivos, que crecen salvajes y repletas de vida bajo el sol al que miran miles de flores amarillas, de margaritas silvestres que refulgen sin que ninguna amapola morada ose a robarles la luz, sin que ninguna frágil amapola logre despuntar entre el correoso herbazal…, no se porque imagino la riqueza de la sabana africana tras las lluvias, la explosión de brotes, de tallos que los herbívoros devorarán bajo el acecho de los predadores…, percibo el canto de varias avecillas, el zumbido de cientos de insectos y no se porque imagino la algarabía del dosel selvático, el grito ensordecedor de los monos aulladores, las sombras voladoras, las siluetas escurridizas entre el follaje, las cortinas de lluvia durante los monzones, los relámpagos como incidiendo en la sopa primigenia…, de nuevo el silencio, de nuevo las llamadas de las aves, el vuelo hacendoso de las abejas, el destello de los hilos de la araña, los ojos compuestos de la vigilante mantis, el latido acelerado de las lagartijas al sol, el trasiego continuo y nervioso de miles y miles de hormigas que se mueven bajo el herbazal, alrededor de las culebras y víboras que reptan entre las hierbas o que reposan al sol…, incluso ellas, las frágiles flores amarillas parece que me miran sin miedo, incluso las flores de los enormes cardos parecen mirarme, parecen adivinar mi sorpresa ante sus casi dos metros de altura, ante la carnosidad de sus hojas y la belleza morada de sus flores…,
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 Incluso el liquen silencioso y mudo, serio y de pocas palabras escucha el parloteo de las flores amarillas, que parecen lucir sus pétalos y sus colores, sus aromas y sus estrechos talles ante el rugoso liquen que permanece pegado a la piedra, también callada, muda, inmóvil en el tiempo, en ese lugar, ante mis ojos que siguieron buscando las amapolas moradas en aquel inmenso espacio de vida que bullía ante mi mismo.