Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 31 de diciembre de 2010

DIAS DE HOSPITAL, DIAS DE MOTOS, DIAS DE PARO..., en "Diario de Homo".



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Los tonos cremas, los tonos amarillentos dominan en los pasillos del Hospital General, son colores que me gustan, relajados y hasta cálidos y acogedores. Me muevo por esos pasillos con cierta familiaridad, ya son ocho años desde aquel infarto cerebral que dejó a mi padre con secuelas irrecuperables.

Busco la habitación numero 6 de la sala de neumología, pero debo atravesar la de traumatología y no puedo evitar asomarme, echar un vistazo rápido hacia el hueco que dejan las puertas entreabiertas, son visiones fugaces del interior de esas habitaciones, veo a los pacientes inmóviles sobre sus camas. Veo a una anciana con la cabeza girada hacia la derecha, parece que dormita y una mascarilla le ayuda a respirar, tiene el pelo revuelto, blanco en sus raíces y oscuro en las puntas. Veo a los acompañantes, muchos de ellos mayores, tan ancianos como los pacientes, veo a personas de mediana edad, a hombres y mujeres, algunos leen sentados junto a los lechos, otros dejan vagar la mirada, algunos charlan y otros deambulan por los pasillos, con las manos en los bolsillos o hablando con los móviles, otros se asoman a los mostradores donde las enfermeras preparan los tratamientos, a lo que llaman “control de enfermería”.

- El gotero se ha terminado… -suelen avisar, suelen decir.

En la numero seis está mi padre, su aspecto no es muy jovial. Sus ojos azules parecen querer salirse de sus orbitas, apenas si habla y respira ayudado por unos tubitos que entran en su nariz…, una infección de orina se complicó derivando en neumonía. Los goteros cuelgan sobre su cabeza y los líquidos, los sueros y los antibióticos se deslizan y van penetrando en su organismo por una vía abierta en su mano izquierda…, la derecha lleva años inútil, como muerta.

Es el mismo lugar, el mismo entorno y mis sentimientos, verlo así me los hacen surgir, me crea una tristeza honda…, pero lucho por imponer la realidad de lo que yo creo, la realidad de nuestra biología y durante un tiempo me tranquilizo. Trato de luchar contra mi complejo de culpabilidad, ese complejo que me lleva persiguiendo durante los últimos ocho años, pero del poco a poco voy logrando zafarme. No soy culpable de que la visión de las montañas me provoque un placer inmenso que desearía compartir, no soy culpable de que observar un insecto posado en una flor o que observar la actitud de una mantis religiosa me provoquen un placer intimo, no soy culpable de que las luces del amanecer y el canto del mirlo en verano me llenen de dicha…, creo que no soy culpable de intentar ser feliz en mi mundo, cuando paseo con los chuchis, cuando pedaleo con la Bicipalo o con la Flaca, cuando monto en Run-run o sobre Agata…, pero hasta ahora mismo pensaba que era culpable.

Llovía…, uno de estos días llovía, veía el cielo plomizo y las gotas caer desde el ventanal de la habitación, veía el tráfico, percibía el ruido, veía los destellos de alguna ambulancia y escuchaba el sonido de las sirenas. Eché una mirada a mi padre, él miraba el techo, permanecía quieto y me levanté, decidí bajar a tomar un cortado.

- Voy a tomar un cortado, papa.

Afirmó con un leve gesto y salí de la habitación, de nuevo esos pasillos color crema, las escaleras de una especie de mármol rojizo y veteado.

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Y fuera, el sereno jardín al aire libre, esa especia de claustro en los que reverdece el césped y en los que crecen abetos, pinos, jacarandas…, en medio de una calma y como de una presencia, como si esos árboles estuviesen esperando a algún paciente o como si estuviesen ahí para recordarnos que pese a todo, en el fondo somos como ellos. Entes vivos complejos, mamíferos superiores, primates, homo sapiens…, pero mortales.

Y al ir a atravesar otro pabellón reconozco a mi amiga Miriam, reconozco su vieja bici apoyada en los sillares y a ella envuelta en su abrigo marrón, una pesada prenda que no la abandonará durante todo el invierno…, frente a ella y con un batín cubriendo el pijama del hospital, veo a Jonás, su compañero.

Unos pasos mas y durante unas décimas de segundo me descompongo, Jonás es un joven atractivo, de largos cabellos, de mentón afilado y hablar sosegado…, pero su piel se ha tornado amarilla y reseca, el blanco ocular parece tintado, tan amarillo como su piel…, y Miriam sonríe al verme, pero sus ojos brillan demasiado y tiene las mejillas y la nariz roja de tanto llorar.

- Nada, un tumorcillo en el sistema digestivo que ha hecho metástasis sobre el hígado… -murmura Jonás mientras lía un cigarrillo parsimoniosamente.

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Días de motos y bicicletas.

Agata ha pasado la ITV, para mi fue un trance, pero para ella no…, ¿acaso tiene vida propia…?, no, claro que no la tiene, todo está en nuestra mente, pero de nuevo prefiero seguir con esa farsa de la imaginación, de la ilusión…, antes que regresar a la realidad brutal.

Algunos de estos días voy al hospital con Agata o sobre Run-run…, y me lo paso bién, sobretodo cuando lo hago con la vieja Virago. Tiene un respirar profundo y cuando piso suavemente la palanca de cambio engrana la primera con un tirón…, clonck y toda ella se mueve, como cuando los galgos tensan la correa de la traílla o como cuando el percherón se remueve y el carro se estremece.

Y otros días salgo con la Flaca, hago la ruta de siempre y contemplo el atardecer, esas mismas luces del ocaso que antaño me acongojaban, que me entristecían y que me hacían pedalear más rápido para regresar a la urbe, como si en ella estuviese mas seguro…, ya no parecían afectarme.

Uno de estos días salí algo tarde pero sin la angustiante premura de tener que regresar a casa pronto por mi padre, él lleva ya dos semanas en el hospital y yo empiezo a batir las alas como nunca lo había hecho, sin sentirme culpable por intentar volar. Esa tarde, esas luces rojizas y veladas por la neblina, no me angustiaron, paré, encendí las luces y continué moviendo las bielas de regreso a Valencia.

A mitad de semana quedé con Joa para hacer la última rodada del año y pedaleamos relajados hacia el menhir del Cantal. Salimos cuando el sol se asomaba sobre las escarchas y los fríos, recuerdo que poco a poco la temperatura iba ascendiendo, subiendo unos grados por encima de cero.

Escuchamos el típico sonido de los basquets dejados caer sobre los camiones cuando pasamos entre las grandes fincas de cítricos, también las voces de los trabajadores extranjeros que recogían la naranja…, y después el silencio cuando alcanzamos el prado mágico.

Lo vi con un color distinto bajo un sol que ya no lucia con toda su intensidad, los cirros, sus agujas de hielo suspendidas en la atmósfera filtraban sus rayos y los enfriaban, llegaban hasta nosotros como fatigados y tibios, pero brindamos con el Somontano y dimos cuenta de las viandas que Joa había porteado sobre el trasportín de Camino, su bici de montaña. Jamón de Teruel, queso curado traído desde el norte, panes de pueblo y cafenet…, allí, en medio de aquel silencio, ante el menhir y con el cerro frente a nuestros ojos, a contraluz y oscuro, cubierto de maleza espinosa y desierto, sin vigías íberos, sin ocupación humana.

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A media tarde nos despedimos y el silencio de la carpintería, el frío y la humedad de la vieja planta baja, volvió a envolverme, a recordarme aquellas tardes del diciembre de hace ocho años cuando mi padre acababa de sufrir el ictus y apenas si tenía trabajo.

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Dias de paro.

Hace unos días Juana y Jaime vinieron a pagarme, los encontré mas delgados y callados, Jaime agachaba la cabeza y apretaba los labios.

-Pedro…, yo jamás pensaba que llegaríamos a este estado.

Lo encontré tenso, muy serio y cuando se marcharon mi carpintería volvió a quedar en silencio, con el suelo barrido, limpio de serrín y con la maquinaria callada, muda, inmóvil, con Run-run, Agata y la Flaca cubiertas por sus fundas y con los libros de contabilidad reflejando una caída brutal.

Durante unos largos minutos me quedé allí de pié, escuchando la nada, sin oír siquiera el paso de algún coche por la calle, casi escuchando mis voces, mis pensamientos y preguntándome si una persona podía trabajar hasta los 67 años si no tenía trabajo mientras que unos políticos sin moral ni principios se blindaban sus sueldos de por vida.

Miré a mi alrededor como si fuese la primera vez, vi las paredes viejas, las plantillas colgando de ellas, las máquinas que mi padre compró hace mas de cuarenta años, los tablones de madera, el banco de montaje y la luz acervezada que entraba desde la calle.

Era la luz de las farolas, la misma que iluminaba mis pasos hacia el hospital y la misma que contemplaba desde el ventanal de la habitación. Acababa de dar de cenar a mi padre con una jeringuilla, el día anterior una enfermera me había enseñado a ir presionando lentamente para que la papillas recorriese la sonda hasta la boca del estomago, al final había que cargarla con agua limpia y empujar un poco mas rápido para que la limpiase.

Sus estrechos y marchitos labios se hundían hacia las encías y permanecía silencioso, mirando el techo, los paneles cuadrados…, yo veía su perfil y a veces la avenida, el tráfico, después volvía a mirarle y los sentimientos brotaban confusos, enredados, dispares, contradictorios, inmorales o crueles…, deseaba que muriese placidamente y cuando visualizaba ese cese biológico me asaltaba un pánico que me hundía el pecho y me empujaba hacia el abismo de una mente negra y entregada a la confusión y a los complejos, a los traumas y a las obsesiones enfermizas.

Después un tenue resplandor parecía hablarme, parecía querer iluminar de nuevo la bóveda craneal y alguien abría la puerta de la habitación y encendía la luz.

La enfermera sonreía y colocaba otro gotero.



jueves, 30 de diciembre de 2010

AGATA Y LA ITV en "Run-run Zing y Agata Virago, diario de mis dos custom"

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Fue un lunes, recuerdo el sol y el frío, andaba aún como descolocado desde que mi padre ingresase en el Hospital General, eso de dormir solo, eso de no tener que subir a levantarlo, a darle el desayuno, eso de no subir a casa a media mañana a ver como estaba…, era una extraña libertad que me aportaba cierta calma, tanta que esperé sin alterarme en la oficina de seguros a que terminase una mujer.

Yo echaba miradas a la chica que gestionaba los seguros, recordé ese rostro atractivo, pero con casi veinte años más, recordaba haber asegurado allí mi viejo Seat Sport 1200, mas conocido como “Bocanegra”.

Llegó mi turno, sonreí y saqué los papeles de Agata.

- Ten cuidado no se te deshagan entre las manos –bromeé- que es muy vieja.

Ella sonrió, me preguntó mis datos y en apenas unos minutos me aseguró a la vieja Virago 535.

- Ahora ya puedes ir a pasar la ITV, en unos días te llegará el recibo del pago domiciliado, ahora te hago este provisional para que puedas circular.

- Gracias.

Regresé a la carpintería y empujé a Agata hasta la calzada, giré la llave de contacto, apreté el embrague y sin tocar el acelerador le di al arranque. El sonido ronco me hizo sonreír, regulé el estarter manual y la dejé calentar mientras cerraba las puertas y me ajustaba el casco y los guantes. Monté y la primera entró con ese tirón, con ese leve empujón que siempre me recuerda al tirón de un galgo, al de un caballo deseoso de salir al galope.

Rodé bajo el sol del medio día envuelto en ese sonido denso, tan distinto al de Run-run, di una vuelta por la ciudad para que calentase bien y también para que el disco alcanzase temperatura, las pastillas eran nuevas y ciertamente no percibía que frenase con contundencia.

Unos minutos después me deslicé por la rampa de la estación de ITV de Campanar, el ruido de los escapes dobles, recurvados como saxofones soplados por los pistones…, rebotó entre los muros. Paré tras unas scooters pilotadas por adolescentes, quité el contacto y enseguida bajo otra moto, una Honda Innova pilotada por un chico que alzaba mas de un metro noventa, se quitó el casco, me miró y dijo con acento argentino.

- Aquí son unos hijos de pu…, delante de mi echaron para atrás a un chaval porque no le cerraba bien la cerradura del asiento, falta grave y para casa.

- Joder… -murmuré mirando a la vieja custom envuelta en ese peculiar color entre agua marina, entre verde pálido…, y después me desmoroné, tuve la certeza de que no pasaría ni siquiera esa primera inspección ocular que realizaban metiendo una linternita de leds por todos los recovecos y me horrorizó la visión del precinto transparente sujetando el embellecedor izquierdo…, pero ella permanecía tranquila, de medio lado sobre su pata de cabra repleta de aceite rezumado, con su peculiar manillar recurvado.

Pero el empleado no encendió la linternita, miró la documentación, comprobó la matricula y me pidió que la pusiera en marcha…, Agata respondió, sus escapes dobles volvieron a resonaron y los enormes intermitentes redondos, como piruletas gigantes de sabor a naranja fueron parpadeando, después el foco, las luces de frenado, hasta que la rueda delantera entró en el rodillo de frenado.

- Empiece a frenar cuando yo le diga.

Volví a sentir miedo, Agata era tan vieja y las pastillas nuevas.

- Frene progresivamente ahora.

Fui apretando la maneta, el liquido fue comprimiendo el pistón y Agata saltó hacia atrás.

- Ahora la rueda trasera.

La vieja custom volvió a salir de los rodillos, frenó lo suficiente.

- Bien, espere ahí fuera un momento.

Me alejé unos pasos y vi como acercaba el sonómetro, poco a poco fue acelerándola, no demasiado…, y creo que Agata me miraba, como medio sonriendo…, pero se que no me miraba, durante unas décimas de segundo supe que era todo fruto de mi imaginación, de esa curiosa tendencia de Homo sapiens a antropizar todos sus entornos, los físicos y los mentales, de atribuir vida y capacidad de raciocinio a perros, motos y bicicletas…, incluso de ponerles nombres para que pudiesen responder a nuestras llamadas humanas. Pero decidí volver a la fantasía, decidí volver a pensar que ella miraba y que sonreía.

- Vale, recógela, para el motor y espera ahí un momento.

Tiré de agata hasta sacarla de la cabina y vi como el empleado desaparecía entre las oficinas, despues regresó, tecleó algo en el ordenador de la misma cabina y a los pocos minutos, que a mi me parecieron muchos, otro empleado me estampó el cuño para dos años sin ninguna deficiencia, ni leve, ni grave. Me fijé en los decibelios, 93 db sobre un máximo de 95 a 3750 revoluciones, nada de gases ni de medidas de carrocería o manillar.

Monté y Agata subió la rampa hacia un día soleado, encalmado, rodé sobre los márgenes del viejo cauce del Turia, giré a izquierdas y giré un poquito el puño del acelerador..., brummmm.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Ves como estoy viva...¡ -gritó la Virago aún sin nombre, en "Run-run Zing, diario de una pequeña custom 125".


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La Virago 535 sin nombre reposaba dormida o muerta sobre su pata de cabra, cada minuto pasaba frente a ella, al entrar y al salir de la carpintería, durante el día…, la miraba y me invadía la fatiga, el desasosiego, el agobio…, hasta que decidí taparla con unas piezas de tela y arrinconarla detrás de unas sillas, dejé de verla al entrar y al salir de la carpintería, los vecinos dejaron de verla y yo me relajé.

Al no verla ya no me planteaba las horas y el dinero que había que invertir en ella, el esfuerzo que podía suponer ponerla en marcha, restaurarla…, una obligación mas en mi vida, que cambió hace unos ocho años, cuando mi padre sufrió un ictus, un infarto cerebral que lo dejó hemipléjico y completamente dependiente.

Ese fue un punto de inflexión en mi vida y lentamente fue condicionando mi existencia, los primeros años me hicieron crecer, aprendí a dirigir la carpintería, a tomar decisiones, a creer en mis criterios, desarrollé algo de bondad y paciencia, de ternura y cariño hacia mi padre…, pero ahora, ocho años después me siento cansado, sin Vida propia, siento que he vivido gran parte de la vida que pueda llegar a vivir y que ya no soy el mismo, ahora solo veo obligaciones que coartan aún mas las escasas horas al día que puedo disponer para mi mismo…, y la 535 se había convertido en una obligación más, una molestia de la que ya me había intentado deshacer dos veces, le ofrecí la custom a mi vecino Pepe, él se relamió de gusto pero al día siguiente bajó diciéndome que a su mujer no le parecía muy bien. Después se la ofrecí a Matias, otro vecino mayor que desde que me vió encima de la Zing recordó los tiempos en los que volaba encima de su Ducati azul, también sonrió ante la 535, pensó en su hijo pero su sonrisa se esfumó al recordar que estaba en paro y con dos niños pequeños.

Y una de esas tardes en las que me quedé sin trabajo me acerqué a un concesionario de Honda, deseaba ver la nueva vts 750, esa especie de replica de la sporster de Harley. Entré en la tienda sin esperar encontrármela, pero allí estaba, negra y destellante bajo los halógenos del local, al ratito llegó el vendedor, un joven con unos ojos azules de mirada franca e intensa y con un apretón de manos que estrujó mis delicadas muñecas.

- ¿Me puedo sentar….? –le pregunté.

- Hombre claro, también tenemos una unidad de pruebas.

Pasé mis largas piernas por encima del sillín, me senté y de nuevo me encontré con unos mandos de cambio y freno demasiado cercanos, el deposito me pareció demasiado ancho y no sentí nada especial.

Regresé a la carpintería atravesando algunos solares, ya de noche y decidiendo dar una oportunidad a la Virago, esa Honda era la única candidata y no me había enamorado.

A la mañana siguiente compré una batería, con cuidado vertí el acido en los vasos y la dejé reposar hasta la tarde. Después miré hacia las piezas de tela que cubrían a la silenciosa Yamaha, aparté las sillas que la habían mantenido oculta durante las ultimas semanas, quité las telas y sujetándola por el revirado manillar original la coloqué en medio de la carpintería, quité el sillín y encajé la batería en su hueco, acerqué los cables y atornillé el cable de masa, después el positivo, suspiré y gemí de dolor al enderezar la espalda. Me había costado bastante manipular los pequeños tornillos.

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- Buenassss…

Mi amigo Pepe asomó por la puerta, miró a la Yamaha y después a mi.

- Ostras…, la has desenterrado –bromeó.

Pepe es mi confesor, muchas veces me hace compañía en la soledad invernal de la carpintería y estaba al día de mi desanimo, le conté lo de mi visita al concesionario de Honda y lo de la decisión de tratar de resucitar a la Virago.

- Le acabo de poner la batería…, pero no me atrevo a darle al arranque…, a ver si van a estar cogidos los pistones –confesé.

- ¿No te dijo Pedro que la moto no estaba averiada…?.

- Si…, pero también me dijo ayer que la moto llevaba dos años parada.

- Bueno…, dale a ver que ruido hace…, esto, le pusiste gasolina ¿no…?.

- Si, si.

Volví a inclinarme hacia la Virago, giré la llave del contacto y se iluminó el piloto verde bajo el velocímetro, al tiempo que un repiqueteo sutil surgía por debajo del sillín, un taca-taca-taca…, que me resultó familiar, algo había leído en los foros sobre ese ruidito.

- Joder…, ¿que es ese ruido…? –preguntó Pepe algo alarmado.

- Tranquilo, es una buena noticia…, eso debe ser la bomba de gasolina que está cebando los carburadores…, por lo menos funciona.

Coloqué el botón rojo en “On”, apreté el embragué y mi pulgar se posó el arranque.

- Bueno, vamos allá.

Apreté el botón y las escobillas chisporrotearon azuladas en las entrañas de la Virago, el cigüeñal se movió con un ronroneo natural y enmudeció.

- Los pistones no están cogidos… -murmuró Pepe- dale otra vez.

Volví a embragar y recordé que no habia cerrado el aire, bajé la palanquita hasta la mitad de su recorrido y el motor de arranque volvió a ronronear.

Esperé unos segundos y volví a intentarlo, despues una cuarta vez, una quinta intentona y el v-twin murmuró algo.

- Joder…, parece que se queria coger –susurré.

- Dale otra vez…, tocala otra vez Sam…, o intenta arrancarla Carlos…, je, je, je.

- Que cabrón eres…, vamos allá.

Mis dedos tiraron de la maneta del embrague hacia atrás, la corriente volvió a llegar al motor de arranque, sus dientes se encajaron volviendo a voltear a los pistones y el fogonazo incendió las cámaras de combustión, el cigüeñal giró por si solo y la Virago gritó desde sus escapes.

- Ves como estoy viva...¡¡¡ -gritó la Virago aún sin nombre.
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Salté hacia atrás y el ruido de ella inundó la carpintería, rompió el silencio invernal y amortiguó el ruido de lluvia sobre las uralitas, sobre la acera, sobre mis propios ánimos…, sonreía y escuchaba un sonido armonioso, sin petardeos, sin toses, observaba excitado unos escapes que no emitían humos y malos olores, ni gases ni nubes azuladas de aceite quemado…, la respiración de ella era profunda, regular, poderosa.

Pepe sonreía, yo también…, y ella permanecía al relentí, si vibrar, sin ahogos ni angustias…, al ratito se fueron formando nubes de vapor y una avispa salió despedida, toda negra, envuelta en hollín, pero viva…, me recordó a Mary Poppins saliendo de la chimenea y reí gozoso y excitado.

- Y tu que no te la querías quedar, capullo –dijo Pepe riendo y sin de mirar a la Virago sin nombre.

Unas horas después volví a sonreír, había quedado con Joa para ir al cine a ver “Entrelobos” y ella apareció vestida para la ocasión pese al frío y la lluvia, con una faldita por encima de las rodillas, imitando la piel de una serpiente, con un jersey de lana marrón, medias y abrigada con una pelliza beige.

- Cariño, aprieta este botón… -susurré entre sus cabellos, sintiendo sus mejillas junto a las mias.

Brummmm….¡.

El Making-off: Unos días después decidí que la Virago se llamaría "Agata de Momento", decidí también decorar ese curioso color entre verde y azul agua marina con unas ovejitas y unas margaritas..., a semejanza de un diseño de Agata Ruiz de la Prada..., hasta que pudiese pintarla con tonos bicipalescos.