Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 31 de diciembre de 2011

EL ESTADO POLICIAL DE RITA BARBERA.

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Rita Barberá ha instaurado un auténtico estado policial en los jardines del viejo cauce del río Turia. Las patrullas motorizadas de la policía local patrullan incesantemente a la caza de las personas como yo, que tienen perros y los llevan sueltos.

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Últimamente me siento como un delincuente, me siento absurdamente acosado y perseguido, me siento mezquinamente vigilado y casi ultrajado, siento mi libertad coartada desde la estupidez de los despachos municipales, desde la imbecilidad y poca verguenza de los mismos políticos que han endeudado esta comunidad, que han gastado ciegamente el dinero que producimos los ciudadanos y que ahora pretenden recuperar machacándonos a multas y a prohibiciones.
Rita Barberá y su poca vergüenza, Rita Barberá y sus paellas gigantes, Rita Barberá y sus Fallas para todos, Rita Barberá y su populismo chabacano e hipócrita ha convertido ese delicioso jardín del viejo cauce del río, en un lugar de prohibiciones, en una especie de patio de cárcel en el que próximamente cobraran por estar al sol invernal.
Las prohibiciones se anuncian en cartelones situados en los accesos al cauce y comparten espacio con otros gigantescos carteles en los que se publicitan las inversiones previstas en las mejoras de las rutas ciclistas.
Es curioso, triste y lamentable que ese proyecto de mejoras de las comunicaciones con bicicleta se halla hecho desde esos mismos despachos desde donde se pactan las prohibiciones y no desde el viejo cauce. Desde los despachos difícilmente se pisa la hierba, difícilmente se ven las verdaderas necesidades del ciudadano, por eso han partido con un carril bici una preciosa pradera en la que los niños correteaban o jugaban a la pelota con sus padres, algo también prohibido, NO SE PUEDE JUGAR A LA PELOTA EN LOS JARDINES DEL VIEJO CAUCE. Curiosamente ese carril bici que parte la pradera pasa pegadito a dos parques de juegos infantiles en el que los niños juegan y ríen, se excitan y se distraen, van de aquí para allá llenos de energía y vitalidad…, quizás por eso mismo han colocado el carril bici pegado al parque de juegos.
Cuando veo esas barbaridades caigo en la cuenta de que nos gobierna una generación de políticos repugnantes, incapaces, necios, usureros, repulsivos, de la peor calaña. Gentuza que gobierna desde los despachos y que en ningún momento baja a la arena y ve la realidad de una sociedad desangrada por su egoísmo sin limites. Tengo claro que estos políticos son unos descastados, calaña de la peor ralea, tipejos y tipejas obsesionados con las comisiones y el lucro, con el enriquecimiento, con las ansias de poder, sin ideales elevados y sinceros. No obstante, mi desánimo aumenta cuando vuelvo los ojos hacia la oposición y veo a unos voceras que no anhelan solucionar problemas o escuchar al pueblo, si no quitarles del poder para ponerse ellos a la voz de.
- ¡¡Ahora nos toca a nosotros...!!
Rita Barberá y sus palmeros ha conseguido convertir estos plácidos jardines en una especie de coto de caza en el que sus policías buscan el dinero de los que paseamos por el y en el que contemplamos, todas las mañanas, como los indigentes despiertan envueltos en el frío y en la humedad de un fantasmagórico río Turia, que aún parece correr entre los altos pretiles que no pudieron contener las aguas de la riada del 57, lastima que esa riada no reapareciese para barrer a esos políticos de sus poltronas, de sus escaños, de nuestra vida, de esta tierra prostituida y exprimida por la imbecilidad y ruindad de quienes dicen gobernar para el pueblo valenciano.
Esos indigentes se lavan en sus fuentes y con paso lento y triste suben desde el viejo cauce a la urbe, a esa ciudad que Rita Barberá ha convertido en la ciudad de los fastos y de los eventos, una ciudad en la que vuelan los Formula 1 y en la que se juega al tenis o se trota a caballo mientras en los polígonos, las empresas se mueren sin atención ni ayudas, en silencio, vendiendo o cerrando sus naves…, mientras Rita ríe y sus concejales aplauden estúpidamente, pero eso si, con los bolsillos llenos.
Paseo a menudo por estos parques, me gusta contemplar el césped, sus umbrias, los chopos, los bosques de algarrobos, me gusta observar a los mirlos y en verano los vuelos rasantes de las golondrinas, el paso lento de las abubillas picoteando entre las hierbas.

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Paseo y siento que estoy pisando la tierra que el río Turia fue depositando durante miles de años, avenida tras avenida, otoño tras otoño. Una tierra fértil y un río de aguas cristalinas en el que se pescaban anguilas o barbos, del que se extraía grava o del que cosechaban las cañas de sus riberas. Tierra llena de vida, de la vida que traía el río…, algo natural y que consiguió aliviarme durante la agonía de mi padre o cuando deambulo tratando de evadirme de la crisis que me ha arruinado…, hasta que aparecen los policía de Rita Barberá…, que realmente no hacen mas que cumplir las ordenes impartidas con esa voz rasgada y desagradable de la alcaldesa.
Los jardines del viejo cauce del Turia son un paraiso surgido sobre la tierra que el rio fué recogiendo y depositando, durante su curso, durante su descenso desde las serranías..., ningún politico, nadie, ningun especulador, nadie que no sienta algo en su interior puede llenar de prohibiciones un lugar fantástico, un islote de naturaleza en medio de una ciudad vendida al hormigón.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

JUEGOS DE SOMBRAS, MARRRÓN SOBRE MARRÓN, SIN CONTRASTE.

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El sol parecía sonreír, se empeñaba en volver a engañar a mis sentidos dejando que su haces de luz me acariciasen ardientes, llenos de calor…, después de viajar por el gélido cosmos y después de atravesar la atmósfera hasta incidir en la piel de homo y en los diminutos cuerpos de las abejas, que zumbaban excitadas. Incluso algunos pajarillos cantaban mientras Norton, Mía, Cecil y Piper ya jadeaban sin dejar de corretear, de rastrear, de olfatear.

La tarde era luminosa, encalmada, tranquila y las sombras de los perros y la mia misma se alargaban, deformes, espigadas…, quizás una forma de arte natural, quizás la primera representación artística de la que fue testigo homo.

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La manada se relaja cuando ve que me visto de ciclista.

La sombra era él, pero de distinta forma, incluso se movía como él al mismo tiempo. Quizás el primer esbozo impresionista, quizás la primera abstracción de la figura humana y animal.

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Como si ese barro, como si esos lodos tiñesen el manto

bardino de Norton.


Puede que el primer juego de contrastes, sobre el verde del pasto, negro sobre la tierra marrón o rojiza, negro sobre las dunas amarillentas, negro sobre el gris de la roca, negro como de tinta negra o como de carboncillo…, y a veces marrón sobre marrón, el pelaje bardino sobre los lodos, sobre el agua embarrada que ellos beben sedientos en una tarde que también ha confundido a la manada, Mía incluso se ha dado una zambullida en la balsa de riego y ha continuado corriendo, deslizando su sombra entre las coscojas, entre las esparteras, entre las jaras.

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Muros de rodeno, un cosmos y juntas perfectas, es una vision

que siempre me hipnotiza.

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Maron sobre marron, como el pelaje de Norton y el chasis de la

Bicipalo, mimetizada con la serranía.

sábado, 24 de diciembre de 2011

DUNA, EL PLACER DE MONTAR EN UNA VIRAGO, en "Run-Run Zing y Duna Virago, diario de mis dos custom"

Este verano despidiendome de un amigo motero
llegado desde Cartagena.
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De color Burdeos, ese granate metalizado tan bonito de algunas Viragos. Recuerdo que la vi a la salida del gimnasio, pues hará muchos años, unos veinte imagino, era de un compañero que se llamaba Maxi. No recuerdo si era una 535, es posible, solo recuerdo que me pareció hermosa y distinta, solo recuerdo que sentí unos enormes celos por ese amigo, sentí que ese amigo era feliz sobre esa moto tan personal.

Duna, mi Virago, no es de ese color, ella es de un marrón casi amarillento, ella es del color de algunos desiertos, del color de las dunas, incluso sus escapes, que serpentean cuando salen de los cilindros podrían recordar a las estrías de las dunas, a esa especie de huella que deja el viento que continuamente empuja las lomas de arena y que las mueve poco a poco, que las llena de marcas, de líneas sinuosas, de trazos ondulados.

Después de un par de semanas sin montar en Duna, deseaba hacerlo, ni siquiera fui a la cena con los Dracs pero hoy le he quitado sus mantas y la he sacado a la calle, como siempre, como ese ritual que repito lentamente, disfrutando de cada gesto y de cada instante.

Deseaba montar en ella y el sol generoso de diciembre me sonreía, asomado por encima de las azoteas de mi calle y esperando a verme ponerla en marcha, a verme rodar.

He girado la llave, se ha encendido el verde y la bomba a repiqueteado, de nuevo insuflando la vida a los carburadores. He cerrado el aire y con delicadeza he girado un poquito el puño del gas, después, mi pulgar ha presionado el botón y el motor de arranque ha girado un par de veces, Duna ha despertado resoplando por sus flautas cromadas y de nuevo he sonreído.

Y me gusta esperar, me gusta sentir que se va calentando, me gusta percibir como varía poco a poco el sonido y como a los pocos minutos mis piernas empiezan a sentir el calor que disipan las aletas del precioso motor en V.

Me gusta saludar a las vecinas, saludarlas en medio del retumbar de Duna y después sentir el clanck de la primera…, el preludio del paseo bajo la sonrisa de un sol que me regalaba mi propia sombra, mis propias imágenes en negro, a veces de perfil y otras por la espalda.

Y he vuelto a sentir el fresco en mis piernas y en mi rostro cuando la velocidad me ha ido bajando el pasamontañas, al rodar unos kilómetros por la pista de Ademuz, para desviarme hacia Burjasot.

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Me he sentido cómodo con las piernas sobre sus mandos avanzados y no he dejado de sonreír, me he sorprendido a mi mismo cambiando de carril y girando el puño del gas sintiendo esa agilidad, ese empuje que puede llegar a emborrachar de gozo y vértigo…, sin dejar de sonreír y sin dejar de sentirme bien, incluso, ya de regreso entre el tráfico algo espeso de Valencia, de una ciudad luminosa entregada a las compras y al frenesí de las navidades.

He vuelto a disfrutar trazando las amplias curvas de los túneles, escuchando ese peculiar canto denso y ronco que componen las paredes cuando el sonido rebota entre ellas y se cruza con las nuevas notas que escapan por los escapes.

Deseaba volver a montar, volver a lucir mi Virago con el color del desierto y con sus galgos en ocre sagrado lanzando sus zancadas ágiles e infinitas sobre los llanos, sobre la meseta, sobre los campos segados, extensos, planos, de horizontes limpios y donde la vista se pierde…, pero he rodado por la ciudad, ante semáforos y pasos de peatones, entre edificios y monumentos, entre sus sombras y ante las miradas de quienes cruzaban sobre los pasos de cebra, en esos momentos Duna giraba en un relentí perfecto, quizás demasiado redondo, demasiado equilibrado…, puede que alejado de esa sinfonía díscola y vacilante de una Harley, puede que menos personal, pero deliciosa y relajante.

jueves, 22 de diciembre de 2011

EL CIELO SOBRE MI CALLE en "Diario de Homo".


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Mi taller, la carpinteria..., es como una cueva, cuando trabajo concentrado me olvido del sol, de la lluvia, del viento..., hasta que me asomo a la calle y descubro que ya ha anochecido o que luce un sol adorable. Ayer, salí de la carpinteria para subir a casa para tomarme un café y descubrí está luz tan especial al tiempo que sentía una temperatura agradable, suave, tan cálida que durante unos instantes mis sentidos volvieron a confundirse.
Levanté los ojos y me encontré con esa luz amarillenta y brillante de las farolas recién prendidas, por encima de ellas, el cielo volvía a llenarse de rosas, de luces, de reflejos de un sol que se ponía después de un día en el que viento habia llenado la atmófera de pequeñas particulas que ahora refulgian hermosas y coloristas. Vi también a algunas gaviotas dispersas, majestuosas y planeando con las ultimas rafagas del norte casi poniente. Regresaban al puerto despues de comer en los vertederos del interior..., no pude evitar recordar que el año pasado las observaba desde la habitacion del hospital, a veces volaban en formaciones en "V", y las veía al amanecer y al anochecer..., era y es el ciclo de las migraciones, a veces muy cortas, simplemente de nuestra casa al trabajo y otras sin vuelta cuando el ciclo termina.
Sonreí y deseé que el ciclo continuase para volver a ver a las guadañas volantes, para amanecer con su griterio nervioso y excitado..., para volver a ver a los vencejos y a la primavera.

domingo, 18 de diciembre de 2011

LAS PELICULAS QUE VI JUNTO A MI PADRE, en "Diario de Homo".

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Recuerdo que aquella imagen en la sala del cine Oeste de Valencia, ahora ya cerrado…, me impresionó profundamente, era el rostro congelado de un explorador, de un trampero, de un buscador de oro, de uno de aquellos aventureros que se perdían en las Montañas Rocosas, la cara congelada de uno de esos hombres que tan bien describió Jack London en sus relatos. Ese hombre era Charlton Heston en “La selva blanca” y el perro que arañaba la superficie helada era Buck, su perro de tiro que había sentido la llamada salvaje, la llamada de la selva blanca…, pero que finalmente regresaba junto a él. Aquel plano me impactó, quedó fijado en mi memoria y creo que desde entonces veo a la nieve y al hielo de forma distinta, el silencio invernal me estremece y de alguna forma pienso que es la época mas dura en la vida de un humano…, papá murió en invierno. Y el hombre completamente helado, grisáceo y cristalino al que Jeremías Jhonson arrrebata su fusil, también.


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“Las aventuras de Jeremías Johnson”, también la vi junto a papá, pero años después de asistir al estreno de “La selva blanca”, la debimos ver en televisión pero aún así, sin ese ambiente sobrecogedor y grandioso de una sala de cine, de nuevo esos inviernos atroces de Las Rocosas volvieron a impresionarme, como lo hizo Redford con su interpretación, como lo hicieron esos parajes nevados y agrestes, salvajes, ancestrales…, donde la vida de homo era casi tan frágil como la de un insecto. Donde el hombre sobrevive gracias a sus instintos mas atávicos y donde no existe la justicia ni la sociedad moderna…, por eso Jeremías se toma la venganza de su familia masacrada como parte del sentido de su existencia. Nadie impartirá justicia salvo él mismo y las propias montañas. Unos entornos salvajes donde el sentido de la vida es vivir, sobrevivir al invierno, al hambre, a la enfermedad, al frío.

Jeremías Jhonson, existió, la película de Pollack está basada en un hecho real, tan real como la crudeza de alguna de sus escenas, sobretodo cuando sufre las emboscadas por parte de los indios Crow. En la película no se ve, pero el auténtico Johnson abría a golpes las cabezas de aquellos indios y se comía sus sesos.

Trato de recordar aquellas sesiones de cine y creo que fue de nuevo en el cine Oeste donde vi “Tom Horn”…, creo recordar que el titulo no me dijo nada y la película se desvanece en mi memoria hasta que años después la revisiono junto a mi padre ya postrado y frente al televisor. Junto a él vuelvo a llorar con algunas de sus secuencias, ya hacia el final del metraje, cuando Tom Horn es acusado de asesinato y encarcelado, desde su celda no deja de mirar las montañas, los espacios abiertos, esas llanuras con las que se identificaba y que tan bien conocía. Tanto las anhela que logra escapar, corre hacia ellas alejándose del pueblo a pie y en calzones…, lo apresan sin problemas y Horn pisará esos planicies por ultima vez.

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La inocencia de la escapada, incluso la de su confesión, obtenida de manera dudosa…, dejan entrever la personalidad plana y franca de un hombre que pasa los últimos años de su vida contratado por un grupo de ganaderos de Wyoming, abatiendo a los numerosos cuatreros que robaban ganado por aquellos gigantescos pastos. Pero Tom Horn se asoma al siglo XX como un personaje ya fuera de su tiempo, incomodo, violento, difícil de domar o de corromper. Los ganaderos deciden conspirar contra él y le acusan de la muerte de un muchacho. En el film, Steve Macqueen, se encoge de hombros cuando el sheriff le pregunta si ha estado haciendo practicas de tiro, Tom Horn dice que si, incluso admite que es posible que una bala perdida de su rifle halla matado al hijo de un granjero local, no parece importarle que eso puede suponer la prueba para acusarle de asesinato.

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Tom Horn cabalgó en la realidad, fue explorador del ejercito y detective privado, un hombre que no dudaba en encañonar a los fuera de la Ley, en disparar contra ellos, en cazarlos como a animales…, quizás por eso admite con sencillez y calma su condena de muerte, ante el pasmo de los testigos, de quienes le rodean, de quienes le toman declaración o charlan con él y finalmente, cuando la soga le apresa…, sus baratijas, sus amuletos indios caen de entre sus dedos.

Papá se emocionaba con algunas películas, sus ojos de un azul pálido lloraban enseguida, como los míos…, los dos lloramos en la secuencia final de “El valle de la violencia”, rendidos a James Stewart, a la voz de su doblador, a sus gestos a veces lentos y torpes y otras enérgicos y decididos, a su honestidad como padre de familia que trata a toda costa de mantener a sus hijos fuera de la Guerra de Secesión.




“El valle de la violencia” es el retrato antropológico de una sociedad rural que vive aislada en ese entorno, que cultivan sus campos, que educan a sus hijos y que se valen de ellos para trabajar aquellos enormes ranchos. James Stewart es el padre, es quien manda en el rancho y el que mantiene a sus hijos fuera de esa guerra, él dice que esa no es su guerra y se mantiene firme e irreductible hasta que su hijo pequeño es detenido por las tropas del norte.

El hijo pequeño y su amigo negro están pescando y pasando la mañana en un riachuelo, charlan y ríen, están distraídos hasta que la corriente arrastra una gorra sudista. Los muchachos la ven y es el hijo de Stewart quien se la pone entre risas y comentarios inocentes, ninguno de ellos es consciente de lo que es la guerra, la muerte, el odio, la ira…, unas horas después, tropiezan con una patrulla yankee y el muchacho es arrestado, hecho prisionero de guerra.

El amigo de color llega exhausto al rancho y cuenta lo que ha pasado, en ese momento la familia deberá abandonar ese aislamiento y entrar de lleno en el atroz conflicto. Stewart y sus hijos buscarán al pequeño tenazmente, llegan a participar en alguna escaramuza…, mientras el rancho es asaltado por una partida de renegados. Puedo recordar la secuencia en la que uno de ellos va subiendo las escaleras con la funda del sable tan baja, que va golpeando los escalones siniestramente, anunciando la muerte y la tortura, el dolor, la desgracia.

En la mesa familiar faltan platos, hay huecos, hay mesas vacías…, ya nada es igual después de la guerra, salvo los principios del padre, salvo la honestidad de las personas integras, salvo la firmeza de la gente criada al aire libre y bajo las inclemencias del campo, de la naturaleza, de la tierra.

Finalmente, el hijo pequeño regresa, logra volver al valle, a su casa, junto a lo que queda de la familia, que en esos momentos asiste al culto.

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Vi mas películas junto a mi padre, en estos últimos ochos años pasé muchas horas junto a él, en el sofá…, vimos cine policiaco de su época y vimos muchas mas películas de vaqueros, algunas malas y a veces auténticas obras maestras como “Grupo Salvaje” de Sam Peckinpah, “Los Profesionales”, con un Lee Marvin insuperable y otras mas clásicas como Raíces Profundas”, en la que de nuevo el enfrentamiento por los recursos desencadena la muerte y la desgracia, ganaderos contra agricultores, el agua por los pastos, las cercas contra las llanuras infinitas. Recuerdo también “El club social de Cheyenne”…, papá se moría de risa cuando Henry Fonda partía con un crujido seco aquellas gruesas cáscaras de algún tipo de nuez, mientras no dejaba de hablar y hablar.

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También vimos algunos musicales o la biografías de un músico que marcó la juventud de papá, como aquella tarde que de nuevo James Stewart interpretaba a otra persona legendaria, dando vida a Glenn Miller…, aquella tarde que él y yo lloramos a ritmo de swing aunque también lloramos al ritmo frenético de la ametralladora que arrasa el cuartel general del cacique mejicano en la obra cumbre de Peckinpah, que vi de reposición en el cine Capitol, recuerdo que fui solo y salí conmocionado, nunca había visto nada igual.

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Pero también recuerdo una tarde que acompañé a papá al kiosco de un amigo, Manolo, que así se llamaba, era un sibarita, un hombre de modales refinados que vivía una vida íntima y muy personal allí mismo, en el kiosco. Era capaz de ofrecer a mi padre un jerez y unos taquitos de queso curado, mientras yo, con unos diez o doce años ojeaba las revistas y los tebeos. Era un cinéfilo apasionado y de vez en cuando narraba las escenas mas impactantes de la ultima película que había visto, le gustaba también el cine negro americano, como a mi padre, pero también admitió que “La guerra de las galaxias” era una buena película, todos mis amigos la habían visto, pero a mi padre no le gustaba la ciencia ficción.

Creo que llegué a pedirle ir a verla…, no lo recuerdo bien, pero nunca llegué a verla en su momento, tardé una decena de años o mas en ver por primera vez “La guerra de las galaxias”, imagino que ya fuera de su tiempo, quizás si hubiese insistido, pero de niño era muy callado y tímido y nunca pedía nada.

viernes, 16 de diciembre de 2011

SE VENDE LA TIERRA, SE PIERDE LA ILUSION, en "Diario de Homo".


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Cuando he visto el cartel colgado de la malla metálica he sentido pena y súbitamente he recordado el rostro de ese agricultor con el que este verano charlé alguna vez, siempre al amanecer, al alba, con el escaso fresco de la amanecida. Su rostro reflejaba tristeza, fatiga y su tono de voz sonaba a lamento, me decía que años atrás, él y su familia vivían decorosamente de los frutos de esos naranjos, sin embargo, todo había ido cambiando inexorablemente…, hasta el punto de colgar ese cartel, que el viento intenso de la tarde removía como tratando de arrancarlo.


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La manada correteaba con el sol enterrado bajo los oscuros nubarrones que corrían empujados por ese vendaval que zarandeaba los pinos y que los hacia aullar, casi como lo haría un mar embravecido barriendo una y otra vez las indefensas playas.

Observaba a los perros, a Norton, a Mía, a Cecil, a Piper, veía como corrían ajenos al viento, a la tarde antipática y desagradable, corrían entre los matojos, aparecían y desaparecían sin haberse fijado en el cartel y sin apercibirse del fulgor rosado que llenaba el cielo sobre Valencia, aunque poco a poco, las nubes bajas iban avanzando oscuras, casi negras, muy por debajo de esas nubes altas que yo observaba convenciéndome de que eran auroras boreales…, como lo haría un niño.

Regresábamos ya de noche y he vuelto a pensar en el agricultor, me decía que todo era una lucha continua, un esfuerzo continuo para malvivir…, todo había cambiado tanto. Incluso los conejos y las urracas se aliaban contra ese hombre que pasaba horas y horas entre sus mimados naranjos. Podando, quitando brotes, fumigando, vigilando y controlando los goteros que esos conejos roían cuando el calor apretaba en verano o que las urracas arrancaban con sus poderosos picos. Terminé reconociendo su furgoneta y adivinando sus horarios, seguí cruzando algunas palabras con él, escuchando su lamento, la queja de un hombre de campo que podía luchar contra las plagas o contra la sequía, contra las heladas o contra el granizo…, siempre había sido así, la tierra era generosa si la misma Naturaleza era bondadosa.

Pero la expresión de ese hombre hablaba de la fatiga y del desanimo de quien ya no tiene mas fuerzas para seguir trabajando la tierra. Me confesaba que era muy duro llegar al campo y verlo arrasado, sin una sola naranja y con los goteros arrancados por los ladrones, con el motor del pozo destrozado para llevarse el cobre o viendo como los intermediarios rechazaban la naranja porque ya no había sitio en el mercado para ella.

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. La silueta borrosa es Mía corriendo.

Llegó a injertar todo el campo y volvió a esperar a que la nueva variedad fructificase, llegó a plantar nuevos naranjos, pequeños y delicados, envueltos en sus cilindros…, eso me lo contaba este verano, pero el cartel me acababa de contestar, era una señal muda, el rastro triste del hombre rendido como el mismo día a la noche que llegaba removida por el viento.

viernes, 9 de diciembre de 2011

LOS CHOPOS DESNUDOS, en "Diario de Homo"

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Deseaba llegar hasta la Font de l´Abella para fotografiar a los chopos ya desnudos, sin hojas y tiritando de frío durante las noches, con sus ramas finas, con sus varas como apretándose entre ellas para darse calor, calladas y recibiendo el sol generoso y radiante de una semana primaveral, cálida y encalmada en pleno diciembre.

Pedaleaba remontando las primeras rampas de la pista del Campillo, que asciende desde el plano de Porta Coeli hasta el collado de la Morería, ya por encima de la Pobreta y de la cartuja.

Remontaba y recordaba a mi padre al mismo tiempo, también pensaba en mi y en como me encontraba el año pasado por estas fechas y con papá ya ingresado en el Hospital General de Valencia. No podía imaginar que estaba asistiendo a sus últimos días, era la primera vez que me enfrentaba a algo así y yo andaba ya casi desquiciado en medio de aquellas caminatas nocturnas hasta el hospital, en medio de esas noches pasadas al pie de su cama en el sillón reclinable, esperando a que llegasen las enfermeras con ese calentet, a poco mas de las doce de la noche. Papá no quería tomar nada y yo pedía un Cola-cao, lo saboreaba en la penumbra, escuchando la respiración de papá y sintiéndome algo relajado, ese era uno de los pocos momentos de calma, de quietud durante aquellos días. Después me quedaba dormido hasta que alguna enfermera entraba en la habitación para controlar los goteros que terminaron por matarle, paradójicamente…, y volvía a dormirme hasta ese amanecer que iluminaba la habitación a través de los agujeritos de las persianas. Eran finos haces luminosos, incandescentes que siempre me hacian sonreir.

Ha pasado casi un año y papá murió unas semanas después, pero la vida sigue a mi alrededor y en mi mismo, de la misma forma que surgió en La Tierra hace unos 3500 millones de años…, sigo pedaleando y recuerdo que por esta misma forestal, los lirios azules consiguieron arrancarme una sonrisa, días después de su fallecimiento, a finales de febrero y ya cerca de la primavera. Y pensaba en ellos, pensaba que aún quedaban unos meses para verlos de nuevo, echaba miradas a los taludes de roca gris repletos de grietas en las que brotaban las hierbas y algunos diminutos pinos, y ahí donde la roca se hundía en el camino crecían los tomillos, las jaras, los romeros, el pasto reverdecido con las lluvias…, y en ese momento lo he visto, estaba ahí, un valiente lirio que no había podido esperar a la primavera, una preciosa flor lila que había despertado del letargo invernal con la calidez del sol y con el zumbido de las abejas.

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La vida, el milagro de la vida volvía a surgir ante mis ojos privilegiados, de forma callada, sutil, tímida, vivaz…, pero efímera, la atmósfera había engañado al lirio como lo había hecho con mis sentidos unos días atrás, cuando paseaba con la manada, durante esta semana de aislamiento en las Tierras Altas y en la que había creído estar en marzo, en la que mis sentidos confundidos creían oír los chillidos de los vencejos o los arrullos de los abejarucos, allí arriba, en la Font de l´Abella. Un engaño en el que el vuelo de las abejas me hacía buscar las flores blancas de los gamones y en el que mi cuerpo y mis sentidos se excitaban alborozados con esa primavera imaginaria. Pero algo era distinto, faltaban los olores dulzones, los aromas intensos, el canto de las aves, las melodías de los mirlos al alba y el ulular de las abubillas…, y el anochecer llegaba enseguida, pronto, húmedo y silencioso, tan solo algún autillo llamaba mientras la voz delicada de algún grillo surgía entre las sombras de manera delicada, como tintineos que anunciaban el ocaso fresco y callado entre cirros como emborronados en el cielo casi nocturno, como invitando al sueño, al letargo invernal, al parón y al sueño bajo el hielo y las nieves.

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Y pensé en el lirio, allí solo en el talud, soportando el frío y la noche…, después imaginé, mientras paseaba con la manada, el amanecer y como el sol volvería a lucir, asomando por encima del mar y día tras día ganando altura y tardando mas en recorrer el cielo. Poco a poco las noches se acortarán y la sabia volverá a correr, a moverse, a empujar a las yemas llenas de vigor y de vida, mientras los primeros vencejos volarán ya sobre el estrecho, escapando del calor africano y por debajo de ellos, volarán los abejarucos, en las misma dirección y con la misma intención…, pero hasta entonces, el sol apenas si se elevará y la tarde se funde en la noche que seguirá llegando empapada, silenciosa y a veces, en medio de la fantasmagorica luz de la luna llena que nos envuelve a mi y a la manada..., en su ciclo casi infinito y que durará más allá que la vida de cualquier humano, de la mía misma.

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domingo, 27 de noviembre de 2011

OTOÑO EN LA SIERRA CALDERONA en "Diario de Homo"









Este rinconcito, a menos de cinco minutos de la cafetera aún caliente…, ya me fascinaba cuando era un niño. Pedaleaba con mi BH por esos caminitos que ahora recorro con Norton, con Mía, con Cecil y con Pepper, con la manada que corretea y olfatea entre las matas de esparto, entre las coscojas que acogen a los primeros niscalos del otoño, por aquí los llaman rovellones o esclatasangs.

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Por entonces me llamaba la atención que incluso, en verano, siempre encontraba musgos y líquenes, siempre encontraba una agradable sombra y un olor distinto. Unas pedaladas después volvía a encontrarme con el sol implacable de agosto, con la tierra dura y polvorienta, con la vegetación sedienta y con los restos muertos de los gamones.

Ahora, el rinconcito del bosque está más verde que nunca, entre el pasto brota la seta de olivo, de color naranja vivo, intenso, hermoso. En los bancales abandonados, donde esos olivos crecen sin podas y a su aire, brotan también algunos champiñones silvestres entre los omnipresentes suillis.

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Estos hongos esponjosos y amarillentos emergen brillantes, empapados y descarados, poderosos, orondos. Crecen por doquier y amontonados, apretados, como peleando por lucir las cutículas mas brillantes y sanas. Pero las hay mas espectaculares, casi surrealistas, como venidas de otros mundos…, la jaula escarlata…, este no es su nombre, ahora mismo no lo recuerdo, pero todos los otoños surge entre la pinocha extravagante y marciana. Pero a su alrededor siguen fructificando docenas de ellas, menos vistosas, sencillas, delicadas.

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Dejo el rinconcito mágico, camino entre los perros y a veces oigo a Mía lanzar su ladrido nervioso cuando descubre algún conejo, con suerte veo a Norton lanzado, atravesando algún claro que luce un verde destellante, como una especie de césped precioso, como una primavera efímera en las puertas del invierno. Es la tierra que agradece las últimas lluvias de estas semanas brumosas en las que algunos claros se alternaban con chaparrones que llenaban de luces el cielo, de haces luminosos en forma de arco multicolor que parecía despegar desde la misma tierra empapada con la lluvia.

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Continuo el paseo, los paseos durante estos fines de semana que estoy subiendo a solas a las Tierras Altas, a madre ya no le apetece subir y yo pasó los días entre los perros, dando pedaladas sobre la Bicipalo y paseando con la mirada gacha, buscando entre los tomillos y romeros, entre las coscojas…, o con la vista alta, contemplando las nubes que cubren Rebalsadores o las luces rojas del ocaso incidiendo sobre el mismo macizo, ya de anochecida, de vuelta del paseo.

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He recogido algo mas de un cuarto de rovellones, los limpio sin mojarlos, los acompaño con perejil, con hierbas provenzales, con ajos y ceno a solas con la manada, con Norton, con Mia, con Cecil, con Pepper…, y amanece despejado, sin brumas ni nubes, luce un sol que me hace sonreír y pedalear relajado, observando las huellas de los jabalíes en el barro y escuchando mi nombre pronunciado por un ciclista de montaña al que no conozco. Doy media vuelta y veo que me sonríe, le acompaña una chiquilla que debe ser su hija.

- ¿Eres Pedro…?, ¿Bicipalo…?.

- Si.

- Bueno, yo soy Jesús y te he reconocido por tu bici, hace un tiempo buscando sobre la Sierra Calderona di con tu blog y me he enganchado…, aunque ahora tambi´ñen escribes sobre motos.

Sonrío agradecido y charlamos un rato hasta que Vega se impacienta, nos despedimos con un apretón de manos y sigo pedaleando sintiéndome a gusto, satisfecho y mas animado.

Y ya de vuelta, vuelvo a pasear con los chuchis por los rincones especiales de la Calderona en otoño, muy cerca de la cafetera aún caliente.