Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 29 de julio de 2011

5ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

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Si rozaba los cristales dobles de los enormes ventanales podía llegar a percibir la vibración que llegaba desde las grandes avenidas de la capital, si entreabría los vidrios ascendía el rumor intenso del tráfico y penetraba el aire espeso y caliente, cargado de humos, de vapores, de gases…, los alientos de una ciudad inmensa que para Alberto se había convertido en una especie de ente vivo al que alimentaba con las campañas publicitarias que él diseñaba.

Si se asomaba a esos ventanales dejaba volar la creatividad y casi era capaz de volar y entrar en cada uno de esos edificios, casi era capaz de espiar a sus habitantes, de escucharlos, de entrever sus necesidades y de intuir que nuevas necesidades podía desarrollar para ellos. Casi podía despertarlos del letargo, del aburrimiento…, con un anuncio en televisión, con una cuña en la radio, con una valla publicitaria, con mensajes y campañas el universo paralelo de Internet…, y lograba despertarlos, así hasta que el consumo descendía apenas unos puntos y sus clientes exigían una nueva andanada de estímulos.

Se fijó en las enormes nubes que crecían por encima de las azoteas, por encima de las torres de comunicaciones, por encima de las torres de negocios y le dio la sensación de que a esas enormes masas de vapor jamás podría venderles nada, las vió tan libres como condenadas a desaparecer después de la tormenta, las vio tan independientes que ni siquiera eran las mismas tras cada parpadeo. Crecían sobre Madrid ajenas a todo y aliadas con el calor del verano.

La visión permaneció ahí, la ciudad como un matraz, sus habitantes como carnaza anónima sometida a la experimentación y a la manipulación de unos pocos. Y al otro lado del cristal, el vencejo cruzó con un batir de alas nervioso, de alas estrechas y recurvadas como pequeñas guadañas negras, comenzó a descender hacia los arces que crecían en los jardines de la avenida, su silueta se perdió entre el gris del asfalto, entre el verde del follaje, entre los colores de los automóviles, entre el paso de las motos…, y alguien golpeó con los nudillos la puerta de cristal traslucido.

- Pase Carmina.

Una mano con algunas arrugas entreabrió la puerta y se asomó una mujer algo mayor, quizás demasiado mayor para ser la secretaria de uno de los ejecutivos de la agencia. Carmina era pausada y metódica, eficaz y sabia del comportamiento humano, de los mayores y de los jóvenes, de los niños y de los ancianos.

- Me avisan de que hay un señor en recepción que pregunta por usted, dice que desea trasmitirle el pésame por la muerte de su padre, se llama… -consultó una pequeña libreta y volvió a mirarle- Paul Renart.


El encuentro.

La visión fue surgiendo mientras las puertas del ascensor se abrían silenciosamente, deslizándose sobre sus guías mientras el humano permanecía en pié esperando a que la maquina lo bajara de su altar a diez pisos por encima de la urbe, se sintió ridículo…, y supo instantáneamente que quien le esperaba era ese hombre que permanecía en pie sujetando un casco integral, vestido con ropas en tonos ocres y marrones y mas alto y mas delgado que él.

Y aquel mismo hombre le había visto salir del ascensor y sonreía, incluso comenzó a caminar hacia su encuentro. Alberto fue reconociendo esos rasgos que los años habían desdibujado, que la intemperie de la meseta parecía haber resecado. El pelo muy corto y duro, como el de aquellos perros flacos, la tez bronceada, las facciones angulosas, los labios muy finos, la barbilla alargada, la nariz recta y aquella mirada sincera, pura y aquellos ojos que pese al paso de esos mismos años permanecían tan vivos como los de aquel Niño Cazador.

Alberto lanzó su mano hacia él, percibió el apretón enérgico, cálido y apretó los labios, apretó la mandíbula y sintió una opresión en la garganta, la misma que le había torturado durante los días siguientes a la muerte de su padre, sintió un escalofrío y respiró profundamente. Cerró los ojos sin soltar aquella mano y los vió correr, recordó el sonido de sus patas golpeando los páramos, la silueta encogida y alargada, aquellas zancadas como relámpagos y aquellos ojos oscuros de los galgos a la carrera.

- Hace muchos años –dijo Paul.

Alberto abrió los ojos y lentamente fue liberando la mano.

- Tantos que los había olvidado.

- Yo no pude olvidar ese verano, fuiste el único amigo que tuve en el pueblo y pensé que volverías al verano siguiente…, pero bueno, me quedé con ellos…, con los perros flacos como les llamabas al principio de llegar.

- Los acabo de ver.

- Lo se…, sigo con ellos ¿sabes…?, bueno, el caso es que me enteré del fallecimiento algo tarde, pero en aquellos días tampoco podía desplazarme y como esta semana tenía que venir a Madrid pues me decidí a pasar.

- No puedo creer que aún te acordases de mi padre –confesó Alberto.

- En el pueblo se sintió mucho, todos se acordaban de cómo era y de cómo les ayudó cuando los robos de galgos, a cambio de nada.

- Eso me lo tienes que contar…, por favor acompáñame a mi despacho.

Alberto se encaminó hacia las escaleras y Paul volvió a sonreír.

- He leído en el directorio que tu despacho está en el décimo ¿no..?.

- Ah bueno…, no se, la verdad es que no tienes aspecto de usar ascensores…, bueno, perdona es que estoy un poco…

- Tranquilo, vamos en el ascensor que de vez en cuando viene bien que alguien te eche una mano.

- Dios, creo que hace años que no subo unas escaleras.

- No será para tanto.

El ascensor comenzó a elevarse sin ruidos, sin crujidos, evitando la fuerza de la gravedad.

- Hace tiempo que vivo ajeno a lo natural y rodeado de tecnología… -murmuró Alberto- me he dado cuenta después de la muerte de mi padre, bueno realmente antes, cuando empezó la enfermedad y mi madre empezó con lo de las tormentas de recuerdos.

La cabina se detuvo muy poco a poco, con delicadeza, se abrieron las puertas y recorrieron los pasillos hasta llegar al despacho de Alberto.

- Carmina, que no nos moleste nadie por favor.

La secretaria sonrió y echó una mirada a ese desconocido que caminaba sin hacer ruido sobre las brillantes losetas grises, que miraba a su alrededor moviendo sutilmente las pupilas y que dejó un rastro, un olor peculiar cuando pasó junto a ella.

Alberto se hizo a un lado y Paul caminó hasta los ventanales, también observó los cúmulos que crecían por encima de artificial horizontes de hormigón y siguió con la mirada el vuelo rápido de un pequeño bando de vencejos. Sonrió y los vió ascender hasta perderlos de vista.

- Y este es mi despacho…, desde aquí me parece que soy el dueño de Madrid…, o por lo menos eso me lo parecía hace unas semanas.

- Es normal que pienses así, yo he pasado muchas horas subido en los picos o en los lomazos mirando a mi alrededor y sintiéndome muy bien.

- Si…, ¿ pero alguna vez te has sentido dueño de todo eso que veías…? –inquirió Alberto, acercando al ventanal dos butacas anatómicas deslizantes- aquí sentado y mirando el pulso de Madrid he parido muchas de mis ideas pensando que tenía derecho sobre toda esa gente, derecho a pensar por ellos y a decidir que era lo mejor para sus vidas.

- Estas vistas son muy distintas a lo que yo suelo ver…, desde luego nunca me he sentido dueño de nada pero si que he visto a caciques locales, a gente de dinero sentarse en los porches de sus fincas y contemplar la tierra complacidos, ver sus dominios hasta el ultimo horizonte…, y ellos si que eran dueños de todo lo que podían abarcar con la vista.

Alberto se volvió hacia él.

- Bueno…, imagino que cuando has dicho que seguías con ellos te referías a los galgos, ¿no?, es que me han venido a la mente de golpe, y… la pregunta del millón…, ¿a que te dedicas…?.

Paul sonrió y se sentó lentamente, flexionando las piernas y sin sujetarse en los apoyabrazos, Alberto le imitó dejándose caer y continuó observándole.

- Pues después de ver a tu padre solucionando el problema de los robos decidí hacerme guardia civil, después conseguí entrar en el Seprona y andar todo el tiempo por el campo y las montañas encima de mi moto, con los años logré el traslado a la meseta, a cincuenta kilómetros del pueblo, pensando que todo sería mas fácil pero resulto que volví a encontrarme con los mismos problemas, gente con dinero que estaba por encima de la Ley, denuncias que nunca llegaban a cursarse y mas de una amenaza, llegar a acojonarme entre cuatro gorilas del este hartos de liquidar a gente allí en la vieja Europa y que aquí se sentían como psicópatas en un parvulario.

Los chillidos agudos fueron capaces de atravesar los gruesos vidrios con cámara de vacío y el bando de vencejos volvió a cruzar como flechas negras ante ellos…, Alberto vió como Paul volvió a sonreír sutilmente y a mover los dedos de su mano derecha, un gesto leve y comedido.

- Ahora soy guarda de algunas tierras, la gente del pueblo me conoce y me han dado su confianza, también sigo con la labor de mi madre, recojo los galgos que me encuentro abandonados y los que la gente ya no quiere…, sigo pasando todo el tiempo en el campo, encima de la trail o caminando con la manada hasta que me vence el sueño…, es una pasada Alberto, pero todo sueño tiene su despertar.

- ¿A que te refieres…?.

- No se si sabrás que el pueblo tiene un término muy amplio, antes se cultivaba mucho pero poco a poco las tierras se han ido abandonando, también se ha ido despoblando…, ahora si que ya no hay niños por allí, aunque algunos me siguen llamando Niño Cazador.

Paul sonrió y movió la cabeza.

- Tengo una foto que te hizo mi madre, estas rodeados de tus perros flacos…, y como bien has recordado yo los llamaba así, no sabia que eran galgos –confesó Alberto.

- Algunos de los que tengo aún son de aquel linaje…, un linaje mítico –murmuró Paul.

- Recordé hace poco que la primera vez que oí esa palabra fue aquel verano…, ¿y que ha ocurrido para que despiertes de ese sueño…?.

- Aún no ha ocurrido realmente…, el alcalde es un vendido y ha ofrecido el pueblo para instalar una planta de tratamiento de residuos, un enorme vertedero por llamarlo por su nombre y no me parece justo…, el pueblo es un paraíso a su manera, el río Viejo sigue llevando agua, los chopos siguen dando sombra en verano y las noches son tranquilas, los ancianos pasean tranquilos y el ritmo de la vida aún es natural. El pueblo nunca ha pedido nada a nadie y durante muchos años las administraciones se olvidaron de él…, pero allí siguió la vida sin hacer daño a nadie…, y lo he visto tantas veces, eliges un lugar tranquilo para vivir y tarde o temprano alguien te lo quiere arrebatar de una manera o de otra, a veces el mismo estado con sus expropiaciones, otras los promotores urbanísticos…, y siempre ganan ellos, pero esta vez he decidido no recular.

- Ese tipo de instalaciones siempre supone dinero para el municipio, puestos de trabajo, un futuro para el pueblo…, ¿no…?. –sugirió Alberto.

Paul cabeceo y su mirada se fue hacia los cúmulos que poco a poco se iban expandiendo, perdiendo grosor y deshaciéndose en una lejana llovizna, en un difuminado de nubes murientes que se confundía con los gases y humos recalentados de la urbe, de Madrid. Volvió a sentir lo mismo que tantas otras veces en sus días de campo, la contemplación de las tormentas, de la lluvia, de las nevadas, de las nubes como encalladas entre las montañas…, y sintió como esos cúmulos morían después de elevarse amenazantes y envalentonados.

- Es curioso… -susurró siguiendo con los ojos una nueva pasada de los vencejos- eso mismo dicen ellos, pero lo curioso es que esa planta estaba destinada a otros terrenos, bastante cerca de Madrid, de hecho debía de gestionar parte de las basuras de aquí pero alguien presionó para cambiar el lugar…, no se quien ni porque, alguien con peso y poder, por eso estoy aquí, estoy haciendo algunas averiguaciones sobre la titularidad de los terrenos en el pueblo y creo que podré pararlos. Si algún verano te decides a volver por allí puede que vuelvas a recordar lo bien que lo pasamos y la magia de aquel lugar, la magia de su simpleza…, no se, recordarías la noche en la Charquilla, la noche de las estrellas fugaces junto al dolmen, cuando se nos cruzó el matacan o cuando visitamos al hombre de tierra, cuando bailamos con los rayos y todas aquellas travesuras.

- He recordado la noche en que te vi con los galgos, realmente era mi primera noche y estaba bastante enfadado…, el pueblo parecía un lugar muerto comparado con la playa…, pero me sigue torturando el hecho de haberme olvidado de aquel verano…, pero ahora que has comentado todos esos recuerdos…, parece que voy rescatando esos días.

- Me alegro…, Alberto, tengo que volver al pueblo, cada día que paso en la ciudad envejezco un año.

- Pues entonces yo ya debo de ser un anciano comparado contigo…, antes de marcharte me dejarás tu número de teléfono y tu correo ¿no…?, no quiero que ahora que nos hemos vuelto a ver volvamos a estar otros treinta y cinco años sin saber nada el uno del otro.

- Son muchos años.

- Suficientes para olvidar que uno fue niño una vez.

- A veces pienso que podemos seguir viviendo porque aún queda algo en nosotros, ya de mayores, de la ingenuidad del niño perdido, algo de la imaginación, algo de esas ganas de vivir, de reír y de jugar.

Alberto sonrió y volvió a fijarse en la forma en que Paul se levantaba de la silla, sin apoyarse en los reposabrazos, tensando sus piernas armoniosamente. Salieron del despacho y Alberto señalo con la barbilla las escaleras.

- Creo que es el momento de empezar a hacer ejercicio.

Comenzaron a bajar las escaleras, a flexionar las rodillas, a enderezarlas…, y a Alberto le dio la sensación de estar en otro edificio, de andar explorando rincones misteriosos, de ser un rebelde, se sorprendió del silencio entre piso y piso, se regocijó con las miradas sorprendidas de algunos ejecutivos que esperaban los ascensores mansamente y volvió a estrechar la mano de Paul cuando montó sobre su trail, hasta ese momento Alberto no sabia lo que era una trail y ahora la tenía ante sus ojos, era una moto que igual podía rodar por asfalto que por tierra, que podía callejear, lanzarse por una autovía o serpentear por un sendero…, así se lo había explicado Paul.

Le vio calarse el casco integral y sintió la bocanada caliente de los escapes gemelos de la BMW cuando arrancó, Paul se recolocó la pequeña mochila de piel sobre la espalda y bajó de la acera, giró la cabeza y se despidió con la mano, después aceleró y una marea de coches le envolvió entre sus carrocerías y sus gases, entre sus humos y su rodadura, entre el sonido de sus motores…., pero aún así aún pudo oír el agudo chillido de las guadañas voladoras.

Levantó la cabeza y los vio descender desde las alturas de su edificio, picaron sobre el y volaron sobre el trafico hacia el mismo lugar por el que había desaparecido la trail.

sábado, 23 de julio de 2011

RESPECTO A INTERECONOMIA TELEVISION... en "Diario de Homo"

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Mi padre aún vivía y permanecía todo el día en el sofá, viendo la televisión, divagando, recordando cuando podía andar o imaginando que volvería a andar. Debió ser uno de aquellos días cuando cambiando de canales dió con Intereconomia, coincidió con la campaña de la cadena contra el aborto, con esas impactantes imágenes de fetos descuartizados. La campaña me pareció infame y manipuladora, la vi tan alejada de la realidad y tan sectaria que decidí no volver a ver la cadena.

Yo no estoy en contra del aborto y se que las mujeres no abortan como quien compra gominolas, es una decisión muy difícil de tomar y que deja huella. Las mujeres no abortan, ni de lejos con la indiferencia que un estado envía a la guerra a sus ciudadanos después de que ellas los hallan parido y criado durante esos 18 o 20 años.

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Resintonizando Intereconomia.

Realmente no se que momento fue, pero uno de esos días que subía de la carpintería cansado de no trabajar, cansado de ver como la facturación caía día a día mientras el gobierno cazaba moscas y veía brotes verdes en medio de una brutal glaciación económica…, cambié de canales y di con Dando Caña, el programa que dirige Javier Algarra, me quedé escuchando la tertulia en la que suele haber mayoría abrumadora de derechas y un contrapunto moderado de izquierda, que suele ser llevado por Jose Maria Brunet, por Ricardo Martín, por Javier Gállego…, que recuerde ahora mismo, afortunadamente no aparecía María Antonia Iglesias y eso me relajó. Me cuesta olvidar los manipulados debates de Concha García Campoy, cuando los dirigía ella, en las Mañanas de Cuatro. Recuerdo a Pilar García de la Granja y a Carmen Morodo arrinconadas a la derecha de la presentadora y acosadas por la Iglesias con un despotismo y una arrogancia repulsiva. En esos debates poco había que debatir, el gobierno era intocable, ETA también y sobre las cuestiones económicas se pasaba con ligereza.

Los platós de Intereconomia no son un dechado de equilibrio, desde luego, de hecho ellos están encantados por ser de derechas, lo que me parece fantástico, de igual forma que hay mucha gente que manifiesta su condición de socialista en cualquier lugar y nadie se atreve a arremeter contra él, no obstante, en los últimos años estaba mas que mal visto ser de derechas.

El acoso a ZP es continuo, obsesivo, permanente, sin descanso, al tiempo, que Intereconomia siente una auténtica adoración hacia María Dolores de Cospedal, realmente dan por bueno y ejemplar todo lo que aún no ha hecho en su nueva andadura en la Junta de Castilla La Mancha, si no me equivoco, tiempo habrá de ver si Cospedal es tan buena gestora como augura Intereconomia, no obstante, sus acólitos ya le han dado oreja y rabo cuando ni siquiera ha bajado a la arena. Y en relación a ese famoso agujero dejado por Barreda, el telediario de Intereconomia lleva semanas enseñándonos un “paseillo” de alcaldes del PP que han encontrado las arcas de sus ayuntamientos, vacías y repletas de deudas, después de las generosas gestiones socialistas. Yo me pregunto si no habrá algún ayuntamiento en España gestionado por el PP y que hubiese perdido en las municipales, la verdad es que nunca he visto desfilar a un alcalde socialista que se haya encontrado las arcas vacías después de una gestión del PP, ayudaría a dar credibilidad a estos paseíllos, a estos testimonios.

Para ser honesto debo de comentar que hace cuatro años una conocida mia del PP ganó unas elecciones en un pueblo de la Sierra Calderona, una serrania en la que hago miles de kilómetros de bici de montaña al año, y se encontró con un boquete bestial en el cajón, después de una corrupta y despótica gestión socialista durante veinte años, que iba a culminar con una operación urbanística gigantesca…, afortunadamente, esta mujer logró paralizarla, no obstante, eso le ha costado la cabeza en estas ultimas elecciones, pese a haber saneado el ayuntamiento y haberle añadido dignidad y esfuerzo por el trabajo realizado con honradez.


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Los debates de Intereconomia.

En la mayoría de las ocasiones los debates de Dando Caña o El gato al agua son una repetición de mas de lo mismo, una especie de adoctrinamiento monotematico contra ZP y el gobierno. Es fácil escuchar las mismas afirmaciones, los mismos comentarios, las mismas expresiones…, en esos momentos es cuando dejo de escuchar y cambio de canal, pero también es cierto que si uno es capaz de pasar de las soflamas y escuchar con atención se puede llegar aprender un poco sobre el funcionamiento de las instituciones, se puede recordar algo de la historia de España o sobre asuntos que los telediarios de las cadenas privadas obvian, a cambio de ofrecernos noticias estúpidas, videos de You Tube o pases de moda de lencería.

Durante las semanas que llevo viendo el canal he aprendido, he coincidido con muchos de sus argumentos y formas de pensar, con otras no, desde luego. No comparto la forma burlona y desagradable con que manifiestan su homofobia declarada, tampoco el fervor religioso, el catolicismo a ultranza…, pero si alabo la valentía de Intereconomia cuando hablan de ETA o Bildu, que es lo mismo, salvo para los jueces del Constitucional o salvo para el resto de las cadenas que siguen usando ese lenguaje tibio y asustadizo cuando hablan de ETA o sobre los jueces que han propiciado que los terroristas hallan llegado a las instituciones. A veces me pregunto si estos fulanos de las togas se habrán parado a pensar en el daño y en la angustia y el miedo que han instalado en miles de vascos que ahora viven aterrados y atormentados.

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Contra ETA sin miedo.

Uno de los tertulianos habituales es el general Monzón, es un hombre de aspecto afable, de pelo cano y agradecido. Al general le he escuchado varias veces decir que hoy mismo, el lucharía contra la independencia del Pais Vasco a tiro limpio, bueno, realmente el suele decir las Vascongadas. Esta afirmación es algo inaudita, jamás se escucharía algo similar en las cadenas privadas o en las públicas, normalmente no encuentra apoyo en el resto de los compañeros de mesa, pero lo dice porque es lo que piensa, algo que en este país es difícil de hacer, decir lo que uno piensa, salvo si es socialista que entonces se tiene patente de corso. Solo se puede decir lo políticamente correcto, no se puede llamar a los miembros de Bildu etarras ni recordar a las victimas del terrorismo mas de lo mínimanente indispensable.

El recuerdo a las victimas de ETA en Intereconomia es habitual, algo que me alegra y que alabo, nos recuerdan los mas de 530 días que permaneció Ortega Lara secuestrado bajo una fresadora, en un zulo inmundo…, sin embargo, los jueces del Constitucional lo han olvidado, también a Blanco y sus dos tiros en la cabeza, también han olvidado a Irene Villa y a los otros cientos de victimas.

No es bueno recordarlas, exigir justicia suena a “facha”, cuanto antes se olvide mejor.

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La bandera nacional, España.

También es habitual las referencias a la bandera nacional, a la unidad de España, sobretodo si el señor Dagnino está presente en las tertulias. Ellos defienden esa unidad, la bandera y desde luego la desaparición de las autonomías, dado que son insostenibles.

De unas décadas hacia aquí, la enseña nacional se ha convertido en algo maldito, como algo apestado y de lo que avergonzarse, como algo molesto en los balcones de los ayuntamientos…, y no lo entiendo.

Quizás la adoración de la derecha hacia la bandera ha provocado esa reacción de repulsa por parte de todas las personas que se declaran de izquierdas, es posible que consideren la bandera como algo exclusivo de la derecha, como un símbolo del franquismo.

Suele ser tema de debate los ataques continuos a la unidad de España, sobretodo desde Cataluña y el País vasco, este es un tema complejo y del que tengo una opinión muy personal. Yo vivo en Valencia, nací aquí y no tengo ningún problema en declararme español y valenciano pasando por homo sapiens sapiens…, es decir, por una especie de homínidos que surgió en África hace 180.000 años y que terminó poblando el planeta, mas allá de Cataluña o del País vasco o por lo menos eso dice el registro fósil y las evidencias evolutivas, aunque me imagino que muchos de los tertulianos de Intereconomia no estarían deacuerdo, pero la prehistoria me encanta y tengo los conceptos muy claros.

Respecto a las autonomías tengo una opinión mas clara, hoy en día ningún estado central trataría de despojar de la identidad a ninguna de las provincias españolas, hoy en día, en democracia, uno puede hablar con libertad en su lengua materna, en castellano, en catalán, en vasco, en gallego, en valenciano. Uno puede sentirse orgulloso de la historia de su comunidad, de sus peculiaridades, de sus valores y patrimonio…, realmente España es el conjunto de todo ello. Pero al tiempo el concepto de España se disuelve en los problemas del día a día. Yo cuando amanezco, cuando me despierto, no pienso en España, pienso en el café que me voy a tomar y en como organizar el trabajo, en como pagar el IVA cada tres meses, en como hacer frente al pago del seguro de incendio de la carpintería…, me planteo tantas cosas que al final de la jornada, cuando me dejo caer en el sofá y enciendo un rato la tele descubro que lo que me apetece es irme a descansar, porque al día siguiente, si Cataluña o el País Vasco han decidido no ser de España, mi vida seguirá siendo igual, tendré que seguir bajando a mi carpintería, tendré que seguir pagando el IVA, tendré que seguir trabajando, pero al menos cada miércoles por la mañana, saldré a pedalear con la Flaca, que es mi bici de carretera, con el móvil apagado y sintiéndome feliz, mas allá de España, más allá de la Comunidad Valenciana y muy cerca de mi vida y de mis problemas, de los de mis padres, de los de mis clientes, de los de mis conocidos.

La vida es finita, me lo demostró mi padre cuando falleció ante mis ojos y en el dormitorio que compartimos durante los últimos ocho años, todo terminaba ahí y resto de la existencia cobraba una ligereza casi que inquietante. Desde ese momento voy viendo la vida de otra forma.

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El futuro de Intereconomia.

Últimamente me pregunto que será de Intereconomia si gana el PP, ¿seguirán atizando con la misma saña con la que fustigan al PSOE o se limitaran a emborronarlo todo como han hecho las cadenas proPsoe con el gobierno en el poder…?, no lo se.

De momento seguiré ojeando los debates de Dando Caña o El Gato…, este ultimo menos, me gusta irme pronto a dormir. Trataré de filtrar lo que me cuentan sus periodistas y trataré de prestar atención a sus noticias, como por ejemplo a la ultima sobre el intento del gobierno de modificar la Ley de enjuiciamiento criminal. En las cadenas publicas o privadas se ha dado la noticia a toda prisa, sin explicaciones…, sin embargo, en Intereconomia, fieles a su política de machaqueo, han explicado una y otra vez el peligro que supone esta modificación, nada mas y nada menos que pretenden pasar toda la responsabilidad de la investigación e instrucción de los casos a los fiscales, apartando a los jueces, que en teoría son independientes del poder político, sin embargo los fiscales dependen directamente del partido en el poder, de esta forma el estado decidiría que caso se investiga o que caso no, al tiempo que se pretende eliminar la acusación popular, es decir, que por ejemplo en un caso de violación, la asociaciones de mujeres maltratadas no podrían a poyar la denuncia de la propia victima. Sería un paso mas hacia la perdida de las libertades, hacia la politización extrema de la Justicia… y precisamente nuestros políticos no son los mas adecuados para hablar de justicia, de honestidad, de pundonor, de ética o de moralidad.

Intereconomia no esconde su ideario, en ocasiones son demasiado directos, a veces me han parecido poco educados…, pero hacia falta una cadena como esta para revolver un poco a esta sociedad agilipollada con el lenguaje suave, con lo políticamente correcto, con ese “buenismo” instalado en una población temerosa de decir lo que siente por no quedar mal o por miedo a que le llamen racista o insolidario, por ejemplo.

viernes, 22 de julio de 2011

4ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

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La extinción de la vida, de los recuerdos.

- Tu padre me lo dijo una de esas madrugadas en las que desayunábamos en el balcón del apartamento, sabes que el siempre se despertaba pronto… -y su madre dejó pasar unos instantes, unos segundos recordando aquellos últimos años de lucidez, cuando compraron un apartamento en la playa, sencillo, pequeño y barato, pero con vistas al mar, al gran azul que con los años cautivaría la mirada de su padre hasta que se perdió como en esa inmensidad que durante el día era azul y que por la noche se fundía con el firmamento-…, que le gustaba mas el mar que los llanos de la meseta y que le encantaría esparcir en él sus cenizas en él cuando muriese, decía que allí estaba la vida y que de allí salió la vida, entonces daba un sorbo al tazón de café y decía que si con la cabeza, decía que lo había visto en uno de esos documentales que daban por la tele, después se bajaba a pescar con sus nuevos amigos y así, poco a poco, se olvidó de que fue guardia civil, incluso llegó a pasear sin camisa por el barrio, con lo mirado que era él.

Un hombre de tierra adentro que terminó junto al mar…, pensó Alberto y que llegó a conocerlo un poco, recordó una de aquellas primeras tardes en el hospital, cuando el Alzheimer parecía dormirse y mientras se recuperaba de la rotura de cadera tras una caída, después de andar desorientado durante varias horas. Su padre miraba con interés hacia la ventana, en un momento dado una formación en v de aves surgió volando como a cámara lenta.

- Ya vuelven… -murmuraría su padre- el mundo está mal, ahora las gaviotas comen en los vertederos de basura, a kilómetros tierra dentro y por la tarde regresan a dormir a los astilleros…, así todos los días…, me gusta verlas, van y vienen…

Y la quilla del yate había cortado esas mismas aguas, aún calmas y mansas en la madrugada impregnada con el salitre y la humedad marina. Habían visto amanecer navegando hacia un lugar en el mediterráneo en el que esparcir las cenizas de su padre. Alberto había contemplado a su madre, vestida de negro, sujeta a la barandilla de la embarcación y mirando hacia ese horizonte que poco a poco se iluminaba. Alejandra, su mujer se había sujetado a él y sus dos hijas, Elena y Lucia habían arropado a la abuela hasta que los motores dejaron de sonar y el barco fue navegando silenciosamente hasta quedar al pairo, en silencio, esperando a que la pequeña urna biodegradable con forma de ánfora fenicia se hundiese lentamente.

Vio llorar a su madre, vio llorar a sus hijas, sintió a Alejandra más dulce y cariñosa que nunca. Miró hacia esas aguas que poco a poco se iban volviendo azules y no pudo creer que todo había terminado ya, que todo hubiese terminado así. Solo quedaban los recuerdos de quienes podían recordar…, su padre perdió hasta esa capacidad, perdió su identidad, perdió sus recuerdos, perdió su vida, la realidad del entorno, la capacidad de comunicarse, de reír y de sentir.

Solo somos mente, solo somos neuronas…, llegaría a pensar Alberto durante aquellos meses. El mundo, los sentimientos, las sensaciones, la percepción, la noción del yo…, todo estaba en ellas, en las neuronas. Todo surgía en esa bóveda craneal a oscuras, como mimada y acunada en la oscuridad del refugio de hueso, como una abeja reina, como una hormiga reina a la que alimentan sus súbditos. Todos los sentidos, la vista, el tacto, el olfato enviando sus señales a él, al cerebro, a ellas, a las neuronas, el resto eran fibras, músculos, tendones, huesos, tejidos, sangre, humores…, un prodigio biológico pero muy distante de ellas, de las neuronas y sus redes de conexiones, del cerebro y su neocortex, de los restos de esos anteriores cerebros que conservábamos ahí, del cerebro reptiliano, del cerebro de las aves y de los paleomamíferos…, el pasado evolutivo estaba ahí, en esa oscuridad del cráneo.

Lentamente fue viendo la línea de la costa cada vez más próxima hasta que el vaivén marino desapareció al desembarcar y pisar de nuevo en tierra firme, regresó, el bullicio, el tráfico, el deambular de los turistas por los paseos marítimos. Escuchó las risas, la música que sonaba en las terrazas y unos días después ya vió a sus hijas sonreír ante la pantalla de sus ordenadores, sintió a su mujer como en los últimos años, mas preocupada por las hijas y su trabajo que por él mismo…, pero eso no se lo podía recriminar en esos momentos, Alberto comenzaba a percibir la vida, el día a día de una forma distinta, aún estaba confundido desde la muerte de su padre y desde el descubrimiento de su infancia olvidaba, desde el recuerdo de aquel verano de los perros flacos…, pero quedaba muy distante y ni siquiera a su madre le apetecía contarle mas cosas, era como si esas continuas tormentas de recuerdos que ensayó junto a su padre la hubiesen extenuado hasta dejarla sin fuerzas para volver a narrar las vidas de otros, aunque fuese la de su propio hijo, pero aún así solía sonreír y decía.

- No te preocupes que yo me acuerdo de casi todo…, tu me lo contabas todos los días cuando volvías a casa, ese verano con tu amigo Paul y sus galgos lo viviste tu, Alberto.

viernes, 15 de julio de 2011

3º entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"



La tarde, el paseo, el silencio del campo.

La merienda era un bocadillo de jamón y queso, recordó el sabor intenso, el olor, el sabor del pan, la mirada satisfecha de la abuela mientras ella sumergía una pasta en un enorme tazón de café con leche.

- Ay, se me olvidaba –murmuró la abuela, fue a la cocina y regresó con una botella de Pepsi-cola, la dejo frente a él y sonrió.

Alberto se quedó mirando a la botella, masticando y formando la primera sonrisa allí en el pueblo, en ese verano lejos del mar y de sus amigos, de las meriendas compradas en los supermercados, de las correrías sobre la arena ardiente de la cama, de las miradas furtivas a los bikinis, a la piel enrojecida, a los cuerpos de las mujeres que yacían sobre sus toallas, al contacto con sus amigas cuando se bañaban en el mar..., todo era tan distinto, incluso el calor, allí en el pueblo era mas intenso que en la orilla del mar, le resecaba la garganta pero se sorprendía de no haberse levantado empapado en sudor de la siesta.

Aquella primera tarde se pasó deprisa, se entregó al paso de las horas acompañando a sus padres a darse una vuelta por el pueblo, les vió saludando a casi todos con los que se cruzaban o entrando en las casas dando voces. No llamaban al timbre como en Madrid o como en la playa, entraban en aquellas casas como de piedra, tirando de un cordel o girando la llave y en todas ellas habitaban ancianos y ancianas y aunque cada una de aquellas viviendas tenía un olor distinto todas estaban envueltas por un aire tranquilo y pausado.

Recordó que cenó en una de aquellas casas, recordó las charlas de los adultos y después la noche.

Levantó los ojos y se sorprendió ante un cielo estrellado y más oscuro que ese que veía allí en la costa. Apenas si habían farolas en las callejuelas del pueblo, tampoco habían viviendas iluminadas, tampoco las aceras repletas de coches ni ese ruido sordo y denso de los bares y discotecas.

Siguió caminando de la mano de su madre, sintiendo algunos escalofríos y algo de miedo en medio de aquella oscuridad, de aquella calma, de aquella ausencia de luz y sonidos. Hasta que reconoció la voz de su abuelo surgiendo de una silueta oscura que se movía por el camino, aún fue capaz de reconocer las voces de algunas de esas personas que habían visitado por la tarde, charlaban sin levantar la voz, como sin querer molestar a alguien, a esas mismas tierras, a los llanos y a las lomas que les rodeaban casi tan negras como ese cielo estrellado.

Le dió la sensación de que todos los del pueblo estaban allí, paseando junto a los campos, charlando sin poder verse las caras bajo la tenue luz de unas estrellas que destellaban mucho mas que las de Altea durante la noche, aunque allí nunca veía las estrellas, sus ojos iban de mesa en mesa de las terrazas, cuando cenaban fuera del apartamento, buscando a alguna de sus amigas, habia tanto que mirar…, pero allí en el pueblo todo era distinto, todo era mas lento y silencioso, sin embargo se sintió algo cansado.

Se dejó caer en esa cama que crujía, se giró y vió un pedazo de noche por la ventana del altillo, vió de nuevo esas estrellas y escuchó el canto de un ave, era como un pitido que se repetía cada pocos segundos. Aún tubo fuerzas para asomarse al ventanuco, sintió el aliento frío de la noche rozar sus mejillas y miró hacia donde escuchó de nuevo esa llamada, pero algo se movió en la callejuela en penumbra, estrecha y en la que apenas si cabían dos personas cogidas de la mano.

- Es una lechuza

Reconoció la voz de un niño, como un ser misterioso que recorría la calleja envuelto en siluetas oscuras y estrechas que parecían flotar a su alrededor.

- ¿Cómo lo sabes…? –voceó Alberto y sintió un escalofrío cuando la débil luz de la pequeña farola incidió en las pupilas de los espectros, las cabezas se volvieron hacia el ventanuco y la silenciosa rehala de lebreles incendió sus ojos hacia él.

Retrocedió asustado pero aún pudo oír la respuesta.

- La conozco.

Se asomó de nuevo pero ya no vió nada, tan solo la calleja desierta, en calma, serena, entre penumbras…, no podía creer que no hubiese nadie por la calle en una noche de verano, también le extrañaba la ausencia de ruido, de ese sonido sordo y denso, rítmico de las discotecas que no dormían nunca, salvo al medio día, allí en la orilla del mar.

En el pueblo todo eran tan distinto…, incluso se despertó muy pronto en medio de esos chillidos agudos que aparecían y desaparecían

sábado, 9 de julio de 2011

2ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

La merienda.

Recordó la voz de su madre y el ruido del somier cuando se sentó en la cama.

- La abuela ya te ha preparado la merienda.

Se quitó la almohada de la cabeza y la vio sonriendo, recordó que le preguntó porque habían ido al pueblo si no era invierno, si no estaban en Navidad.

- Bueno, tu abuelo es una persona querida y respetada aquí en el pueblo, saben que es una persona integra…, ¿sabes lo que es una persona íntegra…?.

Negó con la cabeza, era la primera vez en su vida que oía esa palabra, ella le explico su significado y después escuchó a su madre atentamente, en el pueblo y en los alrededores estaban robando galgos.

- La gente de aquí sabe que tu padre es guardia civil y que tambien es una persona íntegra…, quieren que les ayude.

- ¿Qué aquí no hay guardia civil…?.

- En el pueblo no y de todas formas…, ocurrió algo hace mucho tiempo y por aquí pasan poco.

Noches de hospital, a solas con su padre, recordando junto a él.

Alberto oyó la puerta, percibió la luz del corredor a través de sus parpados vencidos y reconoció los pasos de una de las enfermeras. Abrió los ojos y la observó manejando los goteros a la tenue luz de una lamparilla, inyectando una dosis de heparina y dedicándole una sonrisa.

- Buenas noches, está tranquilito… -murmuró la auxiliar.

- Si, ahora dormirá durante unas horas, después se despertará a mitad de noche.

La enfermera salió de la habitación y Alberto decidió bajar a fumar un cigarrillo. Recorrió los pasillos de color crema, se cruzó con personas que cuidaban a los enfermos, con otras enfermeras, escuchó retazos de conversaciones en voz baja y bajó las tres plantas en ascensor.

Al atravesar el vestíbulo echó una mirada a las maquinas expendedoras de agua, de comida embolsada, de bebidas en envases de cartón metalizado. Observó las fotografías, la expresión de los modelos, eternamente sonrientes y refrescados, jóvenes y transmitiendo una sensación de felicidad permanente con tan solo beber agua de esa botella o el zumo de frutas tropicales que el fabricante vendía como fuente de salud y bienestar.

Cabeceo y vio como un muchacho sacaba uno de esos zumos, al agacharse pudo verle los calzoncillos por encima de un pantalón vaquero demasiado bajo, también observo el móvil en una mano y arrugó el entrecejo…, sintió que ese joven era el producto de su propia imaginación, de su creatividad, de su capacidad para diseñar exitosas campañas publicitarias, de su tremendo potencial para crear mundos ficticios en los que las personas que consumían esos productos se sentían satisfechas y plenas.

Encendió el pitillo fuera del recinto hospitalario y dejó escapar el humo hacia el perfil de la ciudad.

La noche había llegado refrescando ligeramente el ambiente, el tráfico no cesaba en la avenida y las fachadas se iluminaban, la vida continuaba en cada uno de aquellos hogares, en cada uno de esos automóviles que pasaban ante sus ojos y casi que también en las vallas publicitarias con iluminación propia. Parecían tender una mano, calida y amiga que te llevaría a esos otros mundos creados por el mismo, por Alberto, unos paraísos en los que los ancianos no perdían la memoria y en los que jugaban con sus nietos con mas vigor y entusiasmo que los propios padres.

Pero su padre había perdido la memoria, el sentido de su existencia, de la noción del yo, de la consciencia de si mismo, de su identidad distinta al resto de la humanidad. Sintió que él mismo también estaba perdiendo la memoria de su vida pasada y se preguntó como había podido olvidar aquel verano de los perros flacos, como se había alejado de aquel verano que prometía ser el peor de su corta vida y que se convirtió en un pasaje de su existencia muy especial…, hasta que lo olvidó cuando al siguiente verano regresaron a la playa después de que el invierno en la capital le hiciera olvidar la meseta, a aquellos perros famélicos y huesudos que rodeaban al niño que parecía ser el único niño del pueblo.

Lo había olvidado hasta que su madre lo despertase en una de aquellas tormentas de recuerdos que organizaba casi todos los días desde que comenzasen los primeros síntomas del Alzheimer en su padre.

Las tormentas de recuerdos.

- ¿No recuerdas aquel verano…? –se había sorprendido su madre.

Pero ella parecía haberse apropiado de los recuerdos de ellos dos, de su marido y del hijo, parecía como si la madre siempre hubiese estado pendiente y atenta de la vida de ellos dos, del marido y del hijo…, para años después recordarles lo que habían vivido.

Dejó caer la colilla, regresó a la habitación y durante unos instantes observó a su padre bajo la tenue luz, escuchó su respiración algo forzada, débil, distinguió las arrugas como mas profundas que nunca, auténticas líneas negras y profundas que podían hundirse hasta los mismos huesos, como valles resecos y muertos en un paisaje desértico y abandonado, como las laderas que alguna vez fueron fértiles y boscosas, forradas de pasto y que años después declinarían yermas y mortecinas, como malas tierras, como areniscas sin nutrientes.

Volvió al sillón reclinable, enderezó el respaldo y abrió su portátil. Decenas de correos ocupaban la bandeja de entrada, ocupaban su mente, su energía, su tiempo, su atención…, minimizó y fue a buscar las nuevas imágenes que había escaneado.

Las viejas y escasas fotografías que su madre había conservado de aquel verano aparecieron retroiluminadas, como mas vivas y mas intensas…, y se reconoció en pantalones cortos, reconoció su rostro entre temeroso y emocionado en medio de todos esos perros flacos que miraban a la cámara con las orejas pegadas a sus afilados cráneos, con sus ojos oscuros mirando al objetivo fijamente, como implorando algo, casi llenos de tristeza o de timidez y todos ellos bardinos, de color marrón y negro, atigrados, como formando parte de aquella meseta…, todos iguales, todos de una estirpe, todos del mismo linaje.

- Linaje… -murmuró Alberto en la habitación de hospital- esa palabra le gustaba mucho a él…, al Niño Cazador.

Su madre se había preocupado de anotar al dorso de las fotos algunos comentarios y en otra de ellas, en una en la que aparecía su amigo, envuelto por los mismos perros, había escrito;

“El Niño Cazador y sus galgos, en el pueblo le llaman así pero se llama Paul, su madre es soltera”

Recordaba esa reseña y buscó esa foto con el ratón digital, la encontró enseguida, Paul, el Niño Cazador no miraba al objetivo de su madre, los perros tampoco, había girado la cabeza unas décimas de segundo antes de que oprimiese el disparador y ellos le habían imitado. En la imagen se podían ver esos perfiles de hocicos alargados, aguzados y que miraban hacia las suaves lomas, hacia los barbechos, hacia los campos abandonados, hacia la meseta y sus inmensos llanos, hacia la Mancha.

Suspiró y volvió a recordar ese primer día del verano en el pueblo.

domingo, 3 de julio de 2011

EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS.

Prologo.

" El verano de los perros flacos", es un relato de ficción, una narrración inventada que poco a poco va tomando forma y que lentamente voy siendo capaz de ir escribiendo. Hace tiempo que no me apetece escribir, que no me apetece contar mis correrias con la bicipalo..., pero poco a poco me he ido ilusionando con este relato, he vuelto a sentir ese cosquilleo placentero que surge cuando sientes la necesiddad de escribir o de recrear una realidad que desearias vivir, el placer de escribir, el gozo de plasmar esas idean que van y vienen en la imaginación..., pero ante todo es un reto hacia mi mismo, es un intento mas de escribir sobre algo que desconozco, sobre la meseta, sobre los galgos, sobre la infancia olvidada. Mi deseo sería terminarla a lo largo de este verano, para mi sería algo extraordinario, sería como dar vida a eso que siento cuando veo correr a Norton, cuando veo a un anciano trasmitir su conocimiento o cuando veo a un niño ansioso de aprender, de sentir el entorno con sus sentidos.




(1) El verano de los perros flacos

Aquellos paisajes, esas llanuras amarillas, ese sol que atravesaba la ventanilla del coche de sus padres y que le quemaba el brazo…, quedarían en su memoria sin que fuese consciente en aquel momento, en aquellos primeros días verano en el que se alejaban de Madrid, pero no hacia las playas valencianas, como todos los años. Ese año viajaban hacia las tierras de los abuelos paternos. Esas que solían visitar en Navidad y en las que el frío era intenso y el viento cortante.

A Alberto no le gustaba el pueblo, ese montón de casas como de piedra que se juntaban en medio de aquellos paisajes llanos, de llanuras resecas y yermas, de horizontes ondulados, como viejos y desgastados, como dormidos, sin árboles, sin bosques y sin nada que le protegiese de aquel viento que corría por las lomas y los cerros y que envolvía su cara con miles de pequeñas cuchillas de afeitar, con miles de alfileres que se clavaban en él.

Prefería el invierno en Madrid, allí el viento chocaba contra los edificios y nunca era tan fuerte, en las esquinas podía protegerse de él y a veces nevaba.

Si, aquel verano no dijo ni una palabra desde que salieron de Madrid, tan solo miraba a los ojos de su madre cuando ella se giraba desde el asiento delantero y le sonreía, Alberto estuvo a punto de devolverle esa sonrisa pero estaba demasiado enojado como para sonreír. Entonces apartaba los ojos, miraba por la ventanilla y volvía a encontrarse con eso, con la meseta, con los horizontes abiertos…, ni rastro del mar, ni de las torres de apartamentos, ni de los atascos, ni de sus amigos y amigas que le recibían en bañador.

Su padre solía parar a la puerta del garaje y él saltaba del coche antes de que la puerta se hubiese terminado de abrir…, pero aquel verano se sintió desolado, nunca había visto el pueblo inundado de luz, nunca había sentido ese calor seco y nunca había visto tanta tierra a su alrededor a través de las ventanillas del coche. Jamás habría bajado del asiento trasero…, pero su madre abrió la puerta desde fuera y le miró sonriendo.

- ¿No vas a dar un beso a los abuelos…?.

Los recuerdos olvidados, los recuerdos perdidos.

Y aquellos recuerdos los había desenterrado ella, su madre. Alberto, treinta y cinco años después de aquel verano en La Mancha, había olvidado su infancia, aquellos trece años, la adolescencia, la juventud.

La intensidad y la dedicación a su trabajo le había absorbido de tal forma que había olvidado aquel momento de su vida, también le había alejado de sus padres hasta el día en que su madre llamó para decirle que su padre había empezado a perder la memoria, a perder los recuerdos, a perder la identidad.

El Alzheimer progresó rápido, implacable, cruel…, pero aún tuvieron tiempo de abrir los álbumes de fotos, de comer juntos y de charlar, de pasear, de hablar, de recordar esos años olvidados, de pasar días y meses junto a ellos, de recuperar un pasado que había sido real, pero que en la mente de su padre se iba disipando hasta desaparecer, hasta despojarle de su propio yo.

Pero pese a todo, la persona que reposaba en la habitación del hospital era su padre…, en aquellos momentos un anciano moribundo, indefenso, mudo y con la mirada extraviada, vacía, hueca y tan distinta a aquella mirada intensa, franca y directa, tan viva que durante esa niñez y esa infancia nunca se había atrevido a mantener. Ni siquiera cuando su físico cambió, cuando le rebasó en altura y en masa muscular, cuando se sintió capaz de retarle.

Alberto suspiró, se levantó del sillón reclinable y se acercó a la cama, acarició la piel tibia de su rostro y observó sus ojos azules, las arrugas que agrietaban la piel, los labios encogidos, marchitos, ya mortecinos…, hasta que los rayos de un sol que se ponía ya muy tarde, comenzaron a incidir en el él.

Se acercó al ventanal y sonrió, escrutó el cielo de la ciudad, los horizontes artificiales y los descubrió, habían llegado sin que nadie se diese cuenta, sin que nadie los esperase, daban las ultimas tomas del día a sus polluelos y se elevaban en bandos hasta que la noche los acogía en las alturas y dormían en vuelo hasta el día siguiente.

Hasta aquel verano Alberto no sabia que los vencejos no se posaban nunca y que dormían volando.

Volvió a acomodarse en el sillón, echó una ultima mirada a su padre y entrecerró los parpados, comenzó a recordar por si mismo aquel verano, en el que los vencejos también llegaron y que fue la primera vez que los vio, igual que a aquellos perros flacos y huesudos con los que paseaba uno de los niños del pueblo. Hasta aquel verano, Alberto siempre había creído que en el pueblo no había niños.

El mar seco.

Le sorprendió ver a su abuelo sin las ropas de abrigo, le pareció mas delgado y alto y pudo sentir el tacto áspero de aquella piel cuando le besó en las mejillas, después la piel mas suave de su abuela y aquel olor, el olor de la casa a leña quemada, al fuego que le recordaba el invierno seco y sin nieve de la meseta, de ese pueblo que en su imaginación lo veía como de piedra, como surgido desde la misma tierra que lo rodeaba, que era muy parecida al mar, pero amarillento y quieto, sin olas ni brillos, sin el rumor del agua batiendo la arena de la playa infinitas veces o rompiéndose contra las rocas.

Después de comer subió a su habitación, se hundió en ese colchón demasiado blando y vio las vigas del techo, las revueltas encaladas, volvió a bajar de la cama, se asomó al ventanuco y medio cerró sus parpados.

Las tejas ocres se sucedían unas tras otras, entre laderas que terminaban en canalones, entre pequeñas chimeneas y con algunos gatos sesteando felices, dormidos, entregados a un sopor silencioso hasta que algunos gorriones jóvenes piaban y las orejas de los mininos se orientaban hacia los polluelos…, y mas allá de los tejados, se extendía ese mar seco y desértico que le hizo saltar de nuevo sobre la cama y cubrirse la cabeza con la almohada.