Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

LA CARICIA DE UNA GOLONDRINA en "Diario de Homo".










                                         Esta serie de fotos las tomé durante el verano en el viejo cauce del Turia
                                        las voy a usar porque ilustran lo que me ocurrió el viernes pasado.


   El momento fue hermoso, lleno de magia y de conjunción con las avecillas, volaban muy bajas, a menos  de un palmo sobre el césped, por encima de la desierta pradera y jugando,  colándose entre los barrotes del parque infantil de juegos como si ellas fuesen un bando de niños y niñas que algún mago hubiese convertido en unas juguetonas y confiadas golondrinas…, o eso pensaban ellas, aunque yo sabía que eran aviones comunes, pero  me dio igual, lo que contemplaba era un espectáculo puro y solo para mis ojos.



                      Esta y la anterior foto estan hechas con el móvil y recogen el autentico momento.


 Estábamos allí solos en el viejo cauce del río Turia, Cecil, Piper, las golondrinas y yo, solos en medio de una Valencia revuelta por el  viento y con un cielo encapotado, a solas en medio de unos vuelos lentos y confiados, contemplando ese regalo que la naturaleza me otorgaba. Planeaban a mi alrededor, flotaban en un juego que consistía en volar lo mas lento posible, parecían mirarme a los ojos, volaban hacia mi, se detenían al alcance de mi mano y entonces abrían la cola, me enseñaban sus barriguitas blancas y daban una voltereta, o se  desviaban planeando, virando y rozando las puntas de hierbas, volvían a elevarse, a descender y a batir sus alitas en medio de sus cánticos alegres y simpáticos.







   Estábamos allí solos y eché en falta la cámara de fotos, aún fui capaz de hacer unas cuantas con el móvil y estando así, tratando de captarlas al vuelo, sentí la caricia, pude sentir como el extremo de esa ala rozaba mi antebrazo, pude sentir como las plumas se combaban y como la golondrina reía y volvía a planear, a quedar suspendida en el aire para que yo pudiese contemplarla, para que yo pudiese extender mis brazos buscando otra caricia, otro mimo…, no pude evitar pensar en esos vencejos de ficción que volaban tan cerca de Paúl y Alberto que casi podían tocarlos y sonreí, lo que yo había escrito se había hecho realidad, una realidad que seguía contemplando extasiado, a solas, hasta que descubrí a Eduardo paseando a su perra.
   - ¡Eduardo, mira esto, ven corre…!
   El medico forense se acercó sonriendo, como siempre pero la sonrisa se volvió en un gesto de sorpresa cuando le señalé a las golondrinas que nos envolvían en un baile flotante, vaporoso y tan lento que podíamos distinguir todas y cada una de las plumas.
  Eduardo sonreía y me miraba, veía como las aves pasaban muy cerca de su traje chaqueta, entre sus piernas, a su alrededor.
   - Eduardo…, no olvides este momento.
   Volaban tan bajas que incluso su perra se lanzó tras ellas.
   - Lo dicho Eduardo, no olvides este momento.
   Por la noche se desató el vendaval y la lluvia y todos nos guarecimos en la casa, ya en las llamadas Tierras Altas, incluso un bando de gorriones que solían pernoctar en una morera del jardín, se mudaron al farol que iluminaba el porche.




 Me asomé sin hacer ruido y los pude contemplar, sonreí imaginando de que la casa se había convertido en el Arca de Noé y al amanecer, cuando dejó de llover, salí con la manada y descubrí las huellas del temporal y me dio la sensación de que la Naturaleza había estado dibujando y modelando con el agua y la tierra y exponía para mi sus obras, puras y vírgenes al amanecer.






miércoles, 19 de septiembre de 2012

OJOS DE MIEL (nuevo fragmento de El verano de los perros flacos)


-Ya está ahí Eusebio –había murmurado Ana al reconocer el ruido del todoterreno, sin alzar los ojos de la le hermosa lechuga que troceaba. Aún tenía restos de tierra de la vega del río Viejo y algunos pequeños insectos que terminaron arrastrados por el agua del grifo.

Salió de la cocina y aún pudo ver la mano de la muchacha entrelazada a la de Eusebio, realmente eran dos siluetas a contraluz que habían entrado en la casa, sin llamar, sin pedir permiso, tan solo dando los buenos días con una voz alta y clara. Sonrió complacida y satisfecha, como si ese gesto significase algo que perduraría en el tiempo. Se alegró por Eusebio, trataba al joven como si fuese un hijo, confiaba en él y le deseaba lo mejor, por eso le gustó verlo aparecer con ella, con esa muchacha llegada de la capital pero que le resultaba tan familiar y tan cercana como cualquiera de los parroquianos que nacieron, vivieron y murieron en el pueblo, algunos de ellos sin haber salido del término.

Esa Elena era sincera y natural, tan sincera como esa sonrisa que iluminó su rostro al alzar ante sus ojos, algo vidriosos y algo tristes, a la pequeña cachorra de Yuma.

- Tiene unos ojos preciosos, parecen dos goterones de miel…, se podría llamar Ojos de Miel –había sugerido en el corral de la casa y de nuevo bajo el sol de la meseta.

- Aquí en el pueblo se reirían de ese nombre –comentó Eusebio- pero…, ¿donde están los otros cachorros…?, ¿ y la Yuma…?

- Ayer noche vinieron unos galgueros de Tembleque, antes llamó la hija de Emiliano para decirnos que venían…, ya habían apalabrado la camada, se los llevaron, a la Yuma también, imagino que le habrán pagado un buen dinero, pero a esta la dejaron después de remirarla un buen rato.

- ¿Os la vais a quedar? –preguntó Eusebio.

- El marido no es de galgos, no se que querrá hacer con la perrita esa. A galguear no va a salir, le gustan mas las cartas, aún está en el bar echando la partida y casi es la hora de comer, pero como ya estáis aquí ya podemos empezar y la próxima vez que arree…, pero novios no le faltan, que el Lucio ya se ha asomado a indagar.

- ¿El Lucio…?, pero si tiene media docena en la nave y ni uno está entero –protestó Eusebio.

- Pues por eso, pero mira, los de Tembleque ahí la dejaron, no se que le verían.

Eusebio se acercó y acarició la ahusada cabecita de la galguita, estaba caliente y esos ojos de miel, como los había bautizado Elena, brillaban y parecían formar parte de ese pelaje ambarino que se mezclaba con el típico manto barcino, con esas rayas negras que recorrían su cráneo y que confluían al final del afilado hocico.

- Me dan ganas de quedármela.

- Y a mi también –confesó Elena, rozando sus mejillas contra la cabecita y dejándola después sobre la lechada de cemento que cubría el patio trasero de la casa. La galga se quedó quieta, temblando ligeramente y con la cola encogida entre las patas.



- ¿Y como andan los padres? –preguntó Ana, cogiendo las manos de Elena y llenándolas de fuego.

Elena sonrió ante la penetrante mirada de la anciana y sintió como el calor que emana de ella la tranquilizaba. Se relajó y suspiró.

- Están mejor, mi madre se ha marchado a Madrid con mi hermana, pero volverán.

- Al final todo pasa y lo que no pasa…, se aguanta hasta que se acaba –anunció la anciana, sonriendo y apretando aún más las manos de Elena- siempre ha sido así, criatura.