El ciclista rodaba por delante de mi, a unos pocas decenas de metros y yo y la Bicipalo pedaleabamos a duras penas contra un viento que aullaba embravecido y que parecía gritarnos a la oreja, en medio de brutales turbulencias.
- ¡¡No sois nada, no sois nada...!!.
Agaché la cabeza y deseé cuanto antes dejar la via de servicio y empezar a rodar por las pistas de la Calderona, en ellas me podría escapar del viento desbocado.
Alcé un poco los ojos y volví a ver al ciclista, poco a poco le iba ganando metros, poco a poco me iba acercando a golpes de pesadas pedaladas y luchando contra un viento que impactaba en mi pecho como una prensa.
Seguía aproximándome hasta que vi como el ciclista echaba pie a tierra y se daba media vuelta, me cruce con él y vi que no era un joven, era uno de esos veteranos del ciclismo de carretera, de pelo cano y con el rostro reseco. Uno de esos machos solitarios que con el paso de los años se quedan sin pelotón al que seguir, que poco a poco empiezan a rodar en solitario porque ya no pueden seguir el ritmo de los otros y que saben perfectamente hasta donde les pueden llevar sus piernas, quizás ya con demasidos kilometros en sus articulaciones y puede que con demasiados litros de sangre bombeados por su corazón, con demasiados puertos subidos, con muchas lluvias sufridas y con demasiadas batallas libradas contra el viento y contra la vida misma, pero la batalla de hoy no la podía ganar..., y el viejo ciclista se ha rendido, ha dejado de pedalear y en medio de los empellones del huracán se ha dado la vuelta y casi como burlandose de ese mismo torbellino se vuelto a casa a una velodidad de vertigo, mientras yo trataba de escapar entre los pinares, buscando los hondos, buscando la protección de las lomas, de las colinas.
Han habido momentos en que lo oía aullar por encima de las copas de los pinos, era como si bajase de las montañas y al trepar por la siguiente ladera saltase por encima de mi y terminase enredado en el pinar, sacudiéndolo brutalmente.
Han habido momentos en que lo oía aullar por encima de las copas de los pinos, era como si bajase de las montañas y al trepar por la siguiente ladera saltase por encima de mi y terminase enredado en el pinar, sacudiéndolo brutalmente.
He seguido pedaleando, huyendo, a veces a favor del viento y otras peleando, sintiendo las punzadas del polvo en mi cara y tratando de no caerme, soportando sus empujones, sus bramidos..., y en algun momento he pensado.
- Espero que todo esto sirva para que esta tarde pueda disfrutar de un atardecer precioso.
Pero el viento no ha dejado de soplar y ha barrido el cielo del ocaso, ha robado los rosas que yo esperaba, esos tonos purpuras que siempre imagino como auroras boreales. Ha dejado un cielo de nubes pegadas, planas, como esquiladas, pero no ha podido evitar que ella emergiese a mi espalda, gigantesca y llena de luz, sonriendo y diciendole a ese sol que se enterraba tras las montañas.
- Te sigo viendo, te sigo viendo...
La luna se llenaba con los rayos de un sol que yo ya no veía, como tampoco distinguía ya a la manada, camuflada entre las sombras y vagando libres entre las matas, husmeando, buscando, acechando.
Pero el viento no ha dejado de soplar y ha barrido el cielo del ocaso, ha robado los rosas que yo esperaba, esos tonos purpuras que siempre imagino como auroras boreales. Ha dejado un cielo de nubes pegadas, planas, como esquiladas, pero no ha podido evitar que ella emergiese a mi espalda, gigantesca y llena de luz, sonriendo y diciendole a ese sol que se enterraba tras las montañas.
- Te sigo viendo, te sigo viendo...
La luna se llenaba con los rayos de un sol que yo ya no veía, como tampoco distinguía ya a la manada, camuflada entre las sombras y vagando libres entre las matas, husmeando, buscando, acechando.