Cuando desciendes con la bici de montaña
por cualquiera de las pistas de la Sierra Calderona tan solo escuchas el rumor
de los neumáticos, el choque de alguna piedra contra los tubos de la bici, el
golpeteo de la cadena contra la vaina, el viento creando turbulencias en las
orejas. Apenas si te fijas en lo que te rodea mientras los baches te sacuden
los antebrazos, mientras las ruedas deslizan sobre las gravas y entre las
piedras y mientras tus dedos presionan o aflojan las manetas de los frenos…,
pero hoy descendía por el barranco de Potrillos mas despacio de lo habitual,
tenía una cita, aunque no sabia si ella acudiría, en las dos ultimas primaveras
no pude ncontrarla.
Bajaba desde el Rincón de la Miseria y nada mas rebasar la fuente de
Potrillos he girado a derechas, me he levantado y la Bicipalo se ha inclinado
hacia delante dibujando el brusco desnivel de la pista, repleta de lomos de
piedras y de surcos que cortaban su típica tierra roja, la misma tierra que descendía
entre frondosos pinares y que serpenteaba repleta de estratos de rodeno
emergiendo como costillas brutales.
Me he dejado caer disfrutando del descenso, pero frenando más de lo
habitual y empezando a echar miradas hacia los prados que se abrían a mi
derecha. Las jaras florecían preciosas y sus colores como morados o fucsias
añadían color a un paraje de verdes apagados, añadían luz y alegría a mi paseo.
Los prados salvajes han quedado por detrás
y han surgido los olivares abandonados, invadidos por un mar de hierbas muertas
y grises que entristecían y apagaban los bancales olvidados, menos por ella, me
miraba elevándose majestuosa y frágil entre ese océano de tallos muertos.
Me ha sonreído y yo a ella…, por fin había acudido a la cita.